Un enérgico reclamo

Por ejercer el derecho de expresarse libremente se ha sufrido cárcel, tormento y muerte, como lo registra la historia de la humanidad. Por eso, al precio que sea, debemos vivirlos responsablemente y a plenitud.

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Los ciudadanos de todo el mundo tenemos motivos y razones para aprobar o reprobar conductas —activas y pasivas— de nuestros gobernantes. Se trata de un derecho irrenunciable e imprescriptible del gobernado que la ley y la autoridad no deben conculcar.

En ninguna sociedad civilizada se pone en duda, ni se limita, la prerrogativa de los seres humanos para expresarse, pacíficamente, en orden y con libertad, sobre cualquier hecho o circunstancia; menos aún si atañen a la cosa pública y, por ende, afectan para bien o para mal a personas, familias o pueblos.

Pero, con estos derechos coexiste —en paralelo— el deber de rebelarnos ante la injusticia y el atropello, independientemente de su autoría y de quien resulte agraviado, así como el de buscar el castigo y remedio correspondientes; sobre todo si el abusador tiene fuerza física, social, económica, política o religiosa que le facilite su delito.

Por ejercer esos derechos y cumplir esos deberes se ha sufrido cárcel, tormento y muerte, como lo registra la historia de la humanidad; pero son valores consustanciales a nuestra naturaleza. Por eso, al precio que sea, debemos vivirlos responsablemente y a plenitud.

Sentado lo anterior, este aprendiz de periodista (o aspirante a voceador) ha sostenido aquí —como otros lo han hecho— que lograr un verdadero Estado democrático de derecho es responsabilidad de gobernantes y gobernados. Por eso considero de la mayor pertinencia el enérgico reclamo del secretario de la Defensa para trabajar unidos en contra de la criminalidad. No fue una invitación, sino el emplazamiento del militar a los ciudadanos para trabajar pacíficamente en favor de la seguridad, para lograr la justicia y la paz.

Si el gobierno no puede prescindir de los ciudadanos, ni nosotros de aquél, tan inmoral resulta que nos abandone o atropelle, como que nosotros estemos ausentes de lo que pasa o, peor aún, que dinamitemos a las instituciones.

Pero trabajar unidos implica que un soldado no mate a un delincuente rendido; que los políticos y los gobernantes demos cuenta de nuestra conducta y patrimonio sin mentiras, sobre todo cuando éstas, con frecuencia, son tan burdas e inverosímiles que representan una burla y ofenden a la inteligencia de los ciudadanos.

Implica, también, que los dirigentes, políticos y sociales, no se “deslinden” de sus responsabilidades ni se sacudan sus culpas como se sacuden los perros el agua fría.

Trabajar unidos supone que el gobierno realmente respete los derechos de todos y que nosotros lo apoyemos, sin reservas, cuando reprima a los violentos; que la protesta ciudadana no degenere en desahogo faccioso; que no usemos a los medios de comunicación para atizar el fuego; que no nos impulse el rencor, pero que no nos detenga el miedo.

En síntesis: amor, honor y generosidad para México; nada más, nada menos.

Adendum: Pida usted al diputado Beltrones copia de lo que dijo la semana pasada al ser condecorado por la República Francesa. Vale la pena.

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