Entre muros y puentes

La historia de la humanidad nos entrega a diario las pruebas claras de que la construcción de muros nunca ha dejado nada bueno...

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Terminando la II Guerra Mundial se realizó la división de Alemania bajo el dominio de las potencias vencedoras, el área bajo la influencia de la URSS se mostraba cada vez más restrictiva, hasta llegar al extremo de levantar el llamado Muro de Berlín. La bautizada por  Winston Churchill Cortina de Hierro dividiría Alemania y toda Europa, la República Democrática Alemana bajo el dominio soviético designaría a esta obra el Muro de Protección Antifascista; en realidad sirvió para evitar la migración de alemanes del este hacia la República Federal Alemana; entre 1961 y 1989 más de 200 personas murieron tratando de cruzarlo para alcanzar la libertad.

En el año 2002 el gobierno de Israel inició la construcción de un muro que debía separar al país de Cisjordania; aseguraban que su intención era únicamente proteger a los ciudadanos israelitas de los ataques terroristas de los palestinos. El muro no solamente demarca la división acordada por la ONU entre Israel y Palestina, sino que ha ocupado parte de los territorios que originalmente deben pertenecer a los palestinos. Israel argumenta que el muro es una protección para sus ciudadanos, mientras para Palestina es una muestra de racismo, un sistema de apartheid que criminaliza a sus ciudadanos. La Corte Internacional de Justicia de la ONU ha dictaminado que la construcción del muro es contraria al derecho internacional.  

Ahora nos encontramos con un promotor más de la construcción de muros como remedio a muchos males: el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, el muy vituperado internacionalmente Donald Trump, afirma que la casi totalidad de los males que padece el pueblo estadunidense podrán ser resueltos con un muro que abarque los casi 3,200 kilómetros de frontera entre México y su país; de esa manera se impediría la inmigración ilegal de millones de mexicanos que en su opinión son en su mayoría criminales dedicados al asesinato, la violación o el narcotráfico.

En cualquiera de los casos anteriores alguien tuvo la idea de que la gran solución era la construcción de un muro que separara lo bueno de lo malo, que protegiera a unos muy buenos de otros muy malos. Al menos en los dos primeros casos está ampliamente probado que la solución no pasa por la construcción de muros, ya que en lugar de terminar con las tensiones entre los distintos pueblos sólo las exacerban, así que ante la evidencia es muy fácil concluir que el famoso muro impulsado por Trump sería una vez más el ejemplo del fracaso de los aislacionistas, de los cortos de vista, de los impulsores del racismo, la intolerancia o la franca incomprensión.

Por estos mismos días se han reunido en el poblado de Asís, en Italia, representantes de un gran número de religiones en la Jornada Mundial de Oración por la Paz. El papa Francisco recibió entre otros al patriarca ortodoxo de Constantinopla, Bartolomé; al arzobispo de Canterbury, Justin Welby, líder de la Iglesia Anglicana; el imán Abbas Schuman, vicepresidente de la Universidad Al Azhar de Egipto; a Riccardo di Segni, rabino jefe de Roma, y otros representantes musulmanes y judíos, quienes a pesar de las obvias diferencias entre ellos insisten en tender puentes entre sus religiones en lugar de elevar muros que los separen cada vez más.

Es interesante recordar que uno de los títulos dados al papa es el de Sumo Pontífice, un título que habla por sí mismo, ya que pontífice significa literalmente el que construye puentes; es así como Francisco y muchos otros líderes religiosos optan por la construcción de puentes entre los hombres como forma de superar las diferencias, antes que propagar, como muchos otros extraviados, la idea de que los muros que separan producen mejores resultados que los puentes que unen.

Cada uno de nosotros en el microcosmos de nuestra individualidad acaba optando por una de estas visiones del mundo; construimos puentes en el matrimonio, la familia, con los hermanos, en el trabajo, el noviazgo o la escuela, o decidimos erigir muros que nos aíslen y separen de los diferentes, de aquellos que no piensan como yo, de todos aquellos que acabamos considerando indeseables o peligrosos para nosotros mismos.

La historia de la humanidad, en lo grande y en lo pequeño, nos entrega a diario las pruebas claras de que la construcción de muros que nos separen nunca ha dejado nada bueno; en nuestras manos está la posibilidad de construir puentes que nos unan y no muros que nos separen.

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