¿Hay su Santa Anna institucional?

En la vida política e institucional de México hay personajes que destacaron...

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En la vida política e institucional de México hay personajes que destacaron, sea por sus aciertos o por su poco próvido actuar. Hay eventos dolorosos que aún siguen lacerando el devenir de los mexicanos.

Estarán de acuerdo con que el veracruzano nacido en Jalapa en 1795 Antonio López de Santa Anna ocupa un deshonroso lugar en el pódium de los más desprestigiados. Desde la proclamación en 1821 de la Independencia de México hasta el afianzamiento de los liberales, este personaje fue figura omnipresente en la turbulenta vida política del país. Fue once veces presidente y otras estuvo detrás del poder o contra el poder, manejando a su antojo los relevos presidenciales y promoviendo golpes y revueltas de todo signo.

A Santa Anna, si queremos definirlo, se le catalogaría como un demagogo oportunista carente de ideología. Ciertamente, su sed de poder fue inversamente proporcional a su coherencia y jamás ningún escrúpulo le impidió cambiar de bando; como diríamos en el Mayab: fue un “coox virar”.

Con este perfil, y sin ideas propias, se comportó como delusorio populista. En 1835 suprimió el régimen federal, se empecinó con el centralismo y quiso reducir la autonomía de Texas a su mínima expresión. Envalentonado atacó ese estado,  reconociéndose su célebre victoria en marzo de 1836, pero un mes después, en San Jacinto, sufrió humillante derrota. Perdió ese extenso territorio y regresó a Veracruz, políticamente acabado, sin prestigio y mínima popularidad.

En muchas instancias gubernamentales o privadas existen semejanzas maravillosas. Cuántos enfermos de poder con ideas megalómanas y mal estructuradas se erigen cual  modernos mesías. Pero lo  más preocupante es  que cuando estos “santa annas del siglo XXI” ocupan un cargo con poder, se ciegan, convirtiéndose  por migajas en vendepatrias, que, a espaldas de muchos, ceden espacios que por derecho corresponde a los fundadores. 

Lamentable realidad, cuando no se nace y crece en el terruño. Para éstos, lo construido es arquitectura sin valor, que se puede vender y/o destruir, cual conquistador irreverente que ignora cómo  la historia se ha pincelado con sangre. Para ellos la lealtad es letra muerta y la moral “un árbol de moras”. ¿Qué se puede esperar cuando la razón que asiste a altos jerarcas es moneda de cambio? 

Obviamente dentro de la inconformidad es impensable la independencia, pero quedarse callado y no establecer resistencia sería caer en la apatía, muy lejana a la convicción yucateca. ¡Dios nos perdone!

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