La desmistificación de los héroes

Las tradiciones patrióticas o nacionalistas de casi todos los países de la tierra pasan por un fenómeno muy curioso que va desde la adoración casi fervorosa a la bandera...

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Las tradiciones patrióticas o nacionalistas de casi todos los países de la tierra pasan por un fenómeno muy curioso que va desde la adoración casi fervorosa a la bandera, a eventos históricos o la veneración sin dejar el más mínimo resquicio de la duda a figuras o personajes históricos. 

En el caso de México últimamente, a causa de la madurez y de la inteligencia del pensamiento o de la intelectualidad mexicana, se ha empezado tibiamente a descongelar a personajes históricos que habían sido relegados a las páginas de referencias de los textos de la escuela o al desván de la ignominia en algunos casos. 

El más pobremente juzgado probablemente sea el del infortunado emperador Maximiliano de Habsburgo, que siendo colocado en el poder por los motivos más oscuros, terminó siendo un razonablemente buen gobernante que a la postre resultó ser más liberal que los propios liberales que le quitaron la vida. 

No creo falte mucho para que se le empiecen a levantar estatuas o se nombren calles igual que el enamoradizo austriaco que hizo de su mayor amor a esta tierra. Al hombre que pretendió establecer una monarquía constitucional (al estilo de Inglaterra), que emitía sus decretos en náhuatl y que por mucho ha sido el gobernante más culto que ha tenido México.

 Algo tendrá que hacerse para recordar al hombre que ofreció su sangre para lavar el odio de la guerra en México y que sus últimas palabras fueron un viva a esta patria. 

Mucho pedimos para nuestros connacionales emigrantes en tierras lejanas, algo tenemos que ofrecer para los emigrados grandes en nuestra propia tierra. En el caso de los Estados Unidos, su propia concepción como una nación de contrastes los ha llevado a ver sus próceres con una naturalidad muy admirable. Les recomiendo mucho una serie de tele llamada “Adams”, donde se muestra al primer embajador y al segundo presidente de Estados Unidos como un hombre normal, lleno de grandeza, pero a la vez lleno de ambiciones y de miedos. 

Las recientes series de tele mexicanas sobre la guerra de Independencia y la Revolución Mexicana son de una calidad inmejorable, le quitan la aureola de dioses a los próceres y los llena de odios, enfrentamientos y de intrigas. La concepción de la historia como una telaraña tejida por hombres grandes pero llenos de los mismos lastres que nos afectan a todos es sin lugar a dudas un enfoque muy enriquecedor y que incluso ayuda a que las nuevas generaciones, tan informadas y tan libres no nos miren con ojos de tedio cuando pretendemos que aprendan las obras de estatuas de mármol en lugar de la vida de personas no muy diferentes a ellos. 

Hoy en día un joven no tiene por qué sentir que no puede ser capaz de hacer los mismos cambios que hizo en su momento Venustiano Carranza pues le gusta demasiado la televisión o el fútbol. La controversia no debe volcarse a bajar a los héroes del pedestal, sino a subirnos todos a éste.

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