La prole es de quien la trabaja

En términos de igualdad y para este propósito específico, las mujeres dejarán de ser tratadas como seres de segunda.

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Los cambios al Código Civil del DF para que cada pareja decida el orden de los apellidos de sus hijos es un pago tardío de la remota deuda que el machismo tiene con las mujeres.

Puede significar apenas, inclusive, un abonito de todo lo que se les debe a ellas por el ancestral escamoteo de su derecho, mucho más legítimo que el de los hombres, a que sea el suyo el primer apellido de sus proles.

Más allá de los casos extremos de dudas que conducen a la penosa verificación genética de la paternidad, en estricto y crudo rigor, la evidencia del embarazo y el alumbramiento debiera ser más que suficiente para que el primer apellido de las niñas y niños por nacer fuera siempre el de sus madres.

Pero qué bueno que no.

Se deja en la pareja la decisión del orden y, mejor aún, en los propios hijos a fin de que, al alcanzar la mayoría de edad, hagan los cambios que se les antojen.

En términos de igualdad y para este propósito específico, las mujeres dejarán de ser tratadas como seres de segunda y el cambio legal es un firme paso de la sociedad capitalina en el camino de las libertades.

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