Llanto por un viejo reloj

Lloro por los visionarios que hicieron de Mérida la capital económica del sureste y cuyas enseñanzas se fueron al sumidero de la historia.

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El gruñón artrítico, engendro del pretérito, estaba hecho un mar de lágrimas aquella mañana. Me lo encontré en la calle 65 –el tramo que ahora se conoce como Calle Ancha del Bazar- junto a un puesto de dulces y mirando el viejo reloj que adorna la fachada de una de las señoriales edificaciones del costado sur. 

¿Por qué lloras, se te murió alguien? ¿Te asaltaron?, le pregunté preocupado porque, de veras, estaba hecho una Magdalena. Mira don Custodio, me respondió señalándome el reloj de hierro con carátulas que miran a oriente y poniente y números romanos y con un brazo que lo sostiene adosado a la pared. ¿Hace cuántos años que se detuvo? Yo así lo he visto desde que venía de la mano de mi madre a traer su trabajo (hacía ajuares de bautizo bordados por encargo de don Tino, un buen comerciante que tenía su negocio al lado de almacenes El Nilo, en la 65 entre 60 y 58). Vas a decir que soy  viejo chechón y no te lo voy a negar, pero estas cosas me pueden mucho. Me duele mi ciudad, víctima de la desidia nuestra y de la autoridad.

Cómo es posible que gobiernos vengan y gobiernos vayan y aquí sigan imperando la ruina y el abandono. ¿Conoces la historia de esta zona? Y no hablo de la época en que don Lucas de Gálvez dispuso que se construyera la Alameda que luego fue conocida como el Paseo de las Bonitas ni de cuando por estos rumbos hubo un imponente convento dedicado a San Francisco y la amurallada Ciudadela  de San Benito, ambos derrotados por el pico de la ignorancia destructora.

Mira esos edificios, me dijo mientras se secaba las lágrimas. Cualquier ciudad incluso de Europa quisiera tenerlos y seguro hasta los cuidaría. Aquí la incuria y el abandono dejan que caigan presas de la destrucción. Ni siquiera la faramalla que la Comuna llama rescate de fachadas les llega.

Por eso lloro, Custodio, y también porque me acuerdo de aquellas grandes negociaciones del ramo ferretero y de importación de maquinaria que ambos conocimos: el Siglo XIX y Ritter y Bock, entre otras, que florecieron con el auge del henequén. Ve en qué están convertidas hoy las que fueron sus majestuosas sedes: una zapatería y un supermercado y, hasta eso, ni siquiera de capital yucateco.

Lloro por aquellos visionarios que hicieron de Mérida la capital económica del sureste y cuyas enseñanzas se fueron al sumidero de la historia porque sus descendientes no supieron conservar lo que heredaron.

Traté de consolarlo porque de verdad lo aprecio mucho y me preocupa que se vaya a deprimir con tantas cosas que sufre. 
Lo abracé y estuvimos un rato sin hablar, hasta que un sujeto de mala catadura que vendía calcetas nos gritó: “Ya pinches ancianos… (y dijo una palabra que no puedo repetir), sáquense (usó un huachismo) porque me estorban”. Y es que no nos dimos cuenta de que “invadíamos” la acera de la que se ha apropiado.

Caminamos hasta el paradero de su camión, vi que se suba y me retiré musitando: Sic transit gloria mundi…

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