Los hijos ilustres

Murió don Juan José Morales Barbosa, pionero del “periodismo científico” en México...

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Murió don Juan José Morales Barbosa, pionero del “periodismo científico” en México y multipremiado escritor avecindado en Cancún desde mediados de los 70, cuando este era un paraíso casi virgen, ideal para un amante de la naturaleza como él, aunque insuficiente para un profesionista tan ocupado en la capital del país con hasta tres empleos simultáneos.

Ya no está entre nosotros, pero queda su amplísima obra: más de 20 libros, reportajes, ensayos, columnas de opinión, datos recopilados y declaraciones en torno a temáticas siempre vigentes en el estado: devastaciones en la costa, desarrollo con equilibrio, protección de ecosistemas, conservación especial de áreas naturales, entre otras que no escapan a las polémicas dinámicas del “progreso”.

Respecto a cómo quiso ser recordado tras lo inevitable, lo confesó en una amena entrevista -reaparecida por estos días- a la periodista Alejandra Flores, para la Revista “Tropo a la uña”, al comentar: “Me conformo que sigan leyendo mis libros y que mi palabra escrita siga siendo útil durante muchos años”.

Y en esa expresión radica lo importante: el material diverso que dejó a generaciones de científicos, comunicadores, catedráticos, alumnos y lectores, a disposición de un solo clic en internet o estibado en algunas bibliotecas de la ciudad, por lo cual debería ser de consulta obligada, aun cuando el probable interesado no desempeñe esa especialidad. Porque don Juan José también redactó durante décadas acerca de las políticas públicas y las coyunturas del poder, cuestiones que a todos debe incumbir.

Uno de los problemas con el homenaje a los “hijos ilustres” es que pocos saben quiénes son, dónde están y qué hacen, o han fallecido sin el reconocimiento público; aunque peor aún, sin que su vida y obra fuese compartida para el deleite de sus contemporáneos ni de los miembros de la siguiente generación. Es tan corta la historia de Cancún, que la mayoría de los hijos son adoptados y los ilustres brillan todos los días quizá sin darnos cuenta.

Tal vez el aparente desaire a todos los que se han ido se deba a que el último suspiro fue en su tierra natal y no en esta que le acogió como propia. Tal vez sea por la insensibilidad de quienes deberían organizar más que un acto simbólico desde las esferas del poder, no solo entre familiares y amigos. O tal vez sea más simple: comprensible ignorancia.

Don Jorge González Durán, periodista con extensa trayectoria en Quintana Roo y maestro en muchos de nuestros quehaceres, escribió en su muro de Facebook: “Una ciudad que no honra a sus héroes civiles es desalmada”. Antes posteó: “Ha muerto Juan José Morales. La tristeza inunda el corazón de Cancún”.

Las esquelas, las anécdotas, los textos periodísticos y los actos oficiales no siempre son suficientes para recordar a la persona, menos para honrar la obra del profesional. 
Cumplamos, pues, uno de sus deseos: “… que sigan leyendo mis libros”. Eso, nada cuesta.

Desorbitado

En una ciudad y un estado en constante transformación, amenazada por grupos antisociales que alteran las rutinas, los “héroes anónimos” también juegan roles vitales. Policías, bomberos, paramédicos, doctores e incluso taxistas conforman este batallón.

No todos son malos como se dice a menudo, por supuesto. Ellos no reclaman homenajes, pero sí comprensión y ayuda en momentos de crisis. Periódicos, portales y redes sociales están repletos de historias que enseñan a ser mejores velando por otros.

En momentos de incertidumbre, de miedo expandido, necesitamos más que nunca de esos “héroes anónimos” y de esos “hijos ilustres”. No los ignoremos.

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