Maestros del olvido

Así van pasando innumerables maestros por nuestras vidas, muchos se perderán en el tiempo y la indiferencia...

|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Recuerdo con especial cariño los primeros años de la escuela secundaria, cuando el mundo todavía era nuevo ante los ojos de todos los que compartíamos el salón de clase; el tiempo de la universidad, el trabajo, el matrimonio, los hijos, la esposa parecen hacer empequeñecer esa ya lejana realidad de nuestros días. Recientemente ha venido a mí la voz profunda de don Camilo Otero, su presencia de hombre de bien y la caballerosidad con la que siempre nos trató a todos a pesar de ser apenas más que unos niños; recuerdo poco de su asignatura y mucho de la educación que me dio, lo recuerdo tanto como la voz severa del maestro Ayala que enmascaraba tras una disciplina casi espartana su interés en hacernos personas de bien.

Una mañana de ese verano eterno en el que transcurre la vida de mi Mérida, cuando repentinamente la clase de geografía fue interrumpida por el maestro Peniche Raffoul, y es que desde algún lugar cercano llegaba claramente el sonido de Frenesí, una canción muy popular; con autoridad nos pidió que escucháramos en silencio, el salón enmudeció, todos escuchábamos atentamente mientras él permanecía callado; estaba ahí pero no nos veía, su vista parecía perderse en algún lugar lejano, sólo al escucharse las últimas notas nos dijo: “Esa fue una canción muy especial en mi luna de miel”, y continuó: “No me entienden pero ya me entenderán”, y sí, ahora sé que el que ama siempre encuentra espacio y tiempo para quien ama.

Así van pasando innumerables maestros por nuestras vidas, muchos se perderán en el tiempo y la indiferencia, a otros preferiremos olvidarlos lo más pronto posible y algunos, sólo algunos, se quedarán entre nosotros jugando a las escondidas, apareciendo y desapareciendo a lo largo de los lustros y las décadas; de vez en vez volverán a enseñarnos lo que siempre nos enseñaron: la formalidad, el compromiso con el trabajo, el trato honorable, la disciplina, el esfuerzo, la importancia del amor en cualquier circunstancia de la vida. Las asignaturas pasan, la formación humana se queda.

Es así como desde el olvido innumerables maestros continúan hoy hablando a sus alumnos, a pesar de haberse perdido entre la agitación de nuestros días; haber sido rebasados hace mucho por las necesidades cotidianas los relega al olvido, pero no los hace desaparecer, ni borra su existencia de nuestras vidas.

Somos la suma de todos los que han interactuado con nosotros a lo largo de nuestra vida: padres, hermanos, amigos, pareja, hijos, todos ellos han contribuido a hacernos lo que somos; aunque la mayor responsabilidad de ser quien se es se encuentra en nuestras manos, nadie puede negar que en buena parte nos hemos construido a través de las relaciones con quienes nos rodean; para bien o para mal los demás han dejado su huella en nosotros. En este sentido los maestros tienen un papel determinante y único, ya que acompañan al ser humano desde sus primeros años, hasta la juventud.

Como cualquiera de mis maestros, yo que también he sido maestro pasaré al olvido, espero haber honrado a mis antecesores, transmitido con propiedad lo que ellos a mí me transmitieron; muy bueno sería que en algunos o muchos años aún pudiera seguirles hablando a mis alumnos a través del olvido, seguramente no me enteraré, pero eso no es necesario, los maestros sabemos que sembramos y el que queremos que coseche es nuestro alumno, que coseche todo lo bueno que pueda extraer de sí mismo.

Gibrán Kahlil Gibrán decía que la relación entre padres e hijos, y yo diría que entre maestros y alumnos, es semejante al arco y la flecha, en la que el arco ha de tensarse para lanzar a la flecha hacia el objetivo, pero que la flecha no puede permanecer en el arco, sino que tiene que salir impulsada hacia el blanco; de la misma manera que los padres han de impulsar a sus hijos a través de la vida, exactamente lo mismo han de hacer los maestros con sus alumnos y compartir la alegría de la flecha cuando da en el blanco.

El destino del arco -los padres y maestros- es irse quedando lentamente atrás con la satisfacción de haber logrado impulsar un proyecto de vida exitoso, contribuir a que alguien sea es el más maravilloso aporte que alguien pueda hacer a la humanidad; impulsar a ser más plenamente humanos es el maravilloso destino de padres y maestros, maestros a los que aun perdidos en el olvido hoy recuerdo y agradezco por su aporte a mi vida y a la de todos.

Lo más leído

skeleton





skeleton