Se puede ser amigo, pero jamás habrá uno como tú que entre silencios se sabe que extiende su amor hasta el infinito, tanto que no es necesario expresarlo, simplemente se siente, se sabe. Una amistad cargada con un pequeño recelo que hasta nos da risa dentro de una ilógica competencia por ser el favorito de mamá o papá. Una relación donde ambos somos ganadores si así lo deseamos, de la cual surgen recuerdos inolvidables como aquellos juegos que hacíamos de pequeños inventando mundos inexistentes llenos de fantasía que nos hicieron crecer siendo las personas más iguales pero más diferentes a la vez. 

Eres esa magia que amo tanto, la única que permite que nos agarremos a golpes y salgamos sonriendo olvidando las penas. Eres la única magia que me ha hecho mentir pero también decir la verdad, la que más me ha hecho sentir orgulloso con cada logro y en especial al ver que, pese al tiempo, seguimos unidos y que frente a las diferencias seamos aún más amigos; esta magia tan grande eres tú, mi hermano. Aunque parezca imposible, eres el recuerdo que mejor se me ha quedado, esa primera vez que te vi hace 20 años, arrugado como pasa en los brazos de mamá; te colocó en mis brazos mientras papá me ayudaba a sostenerte y es así como debe de ser siempre, una relación donde nos sostengamos, donde seamos apoyo incansable para el otro, aliento en el camino y guía para momentos tortuosos en los que el perdón sea más que una palabra un sentimiento que exprese que nunca quiero perderte. 

Amigo lector, ser hermanos quizá contraiga un amor sobreentendido; no permitas que envidia, herencia o celo lo destruya. Cuando no esté papá o mamá, los hermanos seremos la sangre más cercana, el xix del núcleo familiar, de las mejores magias.