Mi oscura alma

Los kaues no somos, ni por asomo, inteligentes. Sólo usamos la lógica y la intuición. Nos conformamos con gritar en las copas de los árboles

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La mayoría de las personas cree que los kaues son aves inteligentes pero su admiración les impide ver el peor de sus defectos: tienen el trasero tan flojo que con facilidad manchan todo lo que los rodea. Salpican con su estiércol a todos quienes les rodean”, resumió mi alma.

No es ni el menor esbozo de metáfora escribir que mi alma es negra. Es tan oscura y callada como la noche. Grita en silencio. Sabe que el silencio es el más fuerte de los gritos.

El Sol Naciente me la regala todos los días. Con la frescura del amanecer tocando sus suaves notas en mi nariz, con el aire limpio desintoxicando mis pulmones, de pronto, la veo corriendo conmigo. Surge a mi derecha, ni adelante ni detrás: junto a mí. Bracea al mismo ritmo que yo.

Sus zancadas están perfectamente sincronizadas con las mías.

En silencio me enseña a mantener la vista al frente. Me ordena que cabeza, hombros y caderas formen una vertical natural, no forzada. Me recuerda que, como ella, mis pisadas no deben sonar: debo flotar. Debo volar.

Me ha acompañado en los kilómetros más difíciles de mis maratones. Es compañera indispensable en las competencias atléticas. Pero me gusta más cuando me acompaña en los días de entrenamiento, en esas carreras largas dominicales. En esos días, me dicta ideas, proyectos, absorbe toda mi energía negativa, me muestra una manera distinta de ver la vida.

Y sí, mi alma tiene razón: los kaues no somos, ni por asomo, inteligentes. Sólo usamos la lógica y la intuición. Nos conformamos con gritar todos -machos, hembras y polluelos-, en las copas de los árboles un ensordecedor graznido de “gracias a la vida” en el alba y en el ocaso… aunque manchemos al resto del mundo con nuestro estiércol. 

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