Minificciones

El escaparate burlón, El amor por la tinta entra y De cucharita, una probadita de ficción.

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Estimado lector, el día de hoy he decidido importunarte con tres minificciones de mi autoría, esperando que sean de tu agrado. Si es así, de vez en cuando las publicaré para no aburrirte con mi columna habitual. Dicho lo anterior, lee, pues sobre advertencia no hay engaño...

El escaparate burlón

Ella le acababa de contar una de las experiencias más amargas de su vida. Él, conmovido, la tomó de la mano y la atrajo hacia sus brazos, ambos estrechándose en un apretón intenso e interminable. Él frotaba su espalda y aspiraba el aroma de sus cabellos, como absorbiendo sus tristezas, mientras miraba sin mirar el escaparate de la pastelería que, burlándose, decoraba el sinsabor de dicho encuentro con la vista del betún y los merengues multicolores que caían como estalactitas de azúcar, pero cuya dulzura no podía alcanzarlos a través del vidrio que los separaba.

El amor por la tinta entra

El narrador tuvo que enamorarse del personaje femenino que había creado, ya que, aunque era ficticio, era la única mujer que había logrado salirse del guión que él había imaginado y escrito para ella, y eso la hizo real ante sus ojos, ante su amor, más real que las mujeres que habían pasado por su vida que, aunque de carne y hueso, parecían de papel al no poder desafiar el destino que tenían escrito. Por eso el narrador tuvo que escribirla, sin pensar que ella lo sorprendería tomando forma fuera del papel, de las palabras que la definían, y que ella sería tan mujer, tan real, que no lo amaba. ¿Cómo no enamorarse de una mujer así?, pensaba el narrador, mientras una tinta espesa se derramaba de sus muñecas al ponerle punto final a la página.

De cucharita

El calor era insoportable. La temperatura ambiente a punto de ebullición humana. Andrés no podía más, sentía su cuerpo derretirse sobre las sábanas. Para empeorar las cosas Erika no dejaba de abrazarse a él, a pesar de que constantemente la apartaba de sí con cierto disimulo, pero sin lograrlo del todo. Ya no podía más, odiaba el calor del Caribe, detestaba el calor humano de su pareja que no hacía más que hastiarlo hasta que, llegado el punto en el que el sudor parecía asfixiarlo, optó por ahogarla bajo el peso de la almohada no sin cierto bochorno producto del forcejeo. Después de lograrlo, las horas de la madrugada pasaron y cuando la sintió lista, al fin se abrazó de “cucharita” a su cuerpo frío e inerte. Entonces y sólo entonces, pudo dormir como nunca desde que se habían casado.

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