Los modernos fariseos

Nada es suficiente, en la actualidad, para frenar la invasión de la tecnología en nuestras vidas.

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No siempre suelo hablar en primera persona en la redacción de esta columna, damas y caballeros, pero sucedió un hecho que, al menos para su escribidor, es de una gran falta de respeto.

Casi siempre digo que soy “católico a mi manera”, algo así como creer en Dios, en Jesús en la Virgen María, sin mucha necesidad de estar presente en la Iglesia más cercana de mi zona residencial o de confort. En los últimos meses, he intentado regresar al rebaño, no sé si lo logre pero, al menos, lo intento.

Aunque se no se trata, en este artículo, de describir mis creencias, el sábado por primera ocasión me di cuenta de una situación que para su servidor es, a todas luces, de locos. En plena misa de acción de gracias, en el recinto del Niño de Atocha, de la colonia Sarmiento, decenas de feligreses estaban más enterados de lo que sucedía con sus respectivos celulares que con la homilía del sacerdote llamado Melchor.

Si bien es cierto que no soy de acudir a misa muy seguido y en son de broma digo (o me dicen): “cuando entres (a la iglesia) se va a caer”, tampoco me había dado cuenta que la locura para darle seguimiento al teléfono celular se había extendido hacia la propia iglesia, en este caso, católica.

Y no sólo algunos chavos que se encontraban en la iglesia del Niño de Atocha estaban revisando en sus dispositivos sus cuentas, ya sea de twitter o de Facebooke, Instagram o lo más nuevo en cuestiones de redes sociales, sino que también un número equis de adultos, con sus caras de mustios, miraban más sus teléfonos y, por supuesto, menos atentos a la prédica del representante de Dios.

Quizá ustedes, amables lectores, se preguntarán y a este loco (el que escribe estos rollos) qué rayos le importa si se utilizan o no los celulares al interior de una iglesia. Pues, en realidad, sí me importa y creo que bastante. Nada es suficiente, en la actualidad, para frenar la invasión de la tecnología en nuestras vidas. Los llamados “teléfonos inteligentes”, que ya mero te indican tus niveles de presión arterial, de glucosa, colesterol y triglicéridos, son excelentes. Prácticamente responde a las llamadas y hablan por uno mismo. Nada mal.

Pero también sirven para meterse en líos o para presumir las “gracias” corporales. ¿Cuántas imágenes de desnudos y pornografía no suelen ventilarse en las redes sociales  con el pretexto de que a la persona agraviada le robaron su celular? Esa parte que se lo crean los más “penitentes”. La difusión de imágenes y textos, en ocasiones cargadas de “toda intención”, parte de los propios interesados. No vayamos con cuentos chinos.

Sin embargo, me parece aberrante que en una solemne misa, una buena parte de los feligreses –si es que así pueden llamarse- estén revisando –insisto- sus aparatos de comunicación. Y no todo quedó allí, al término de la misa en el Niño de Atocha una joven, en apariencia de 20 años y cachito, se la pasaba jugando la babosería de Pokémon Go. Tal vez ella habría dicho que no buscaba pokémones, sino que pretendía hallar a Cristo mediante una aplicación novedosa. De ser así, el “cheto” de esta damita está a un paso de reventar.

Cierto es que la tecnología de ahora, en pleno siglo XXI, puede ayudar a las necesidades espirituales o de creencias, sea la religión que sea, de las personas. En efecto, hay liturgias que son transmitidas a través de internet, Face o lo que sea. Nada malo, al contrario, si de esa forma la gente también acrecienta su fe, pues bienvenido. Lo que no es válido es que una ceremonia sencilla, pero importante, se pierda el tiempo tratando de encontrar pokémones dentro de una iglesia. Estamos, en pocas palabras, ante la presencia de unos “fariseos tecnológicos”.

No soy el mejor para criticar a los católicos, porque tampoco soy el peor de los creyentes, pero no estaría nada mal que al acudir o visitar alguna iglesia, sea católica, protestante, presbiteriana, de Testigos de Jehová, de lo que sea, los celulares sean apagados al menos por media hora o una hora, según dure la misa en cuestión. No es mucho pedir. Quizá los sacerdotes o pastores deben hacer un exhorto a los feligreses para guardar compostura y apagar sus aparatitos una vez dentro del recinto religioso. Es, simple y llanamente, cuestión de respeto si acaso la devoción no es suficiente y se trata de “católicos a mi manera”, como su servidor.

Pechuguitas

El viernes pasado, el nuevo dirigente nacional del PRI, Enrique Ochoa Reza, visitó Yucatán para reunirse con cientos de priístas reunidos –o acarreados- en el Centro de Convenciones Yucatán Siglo XXI. Allí, el ex titular de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) convocó, en términos concretos, a la unidad partidista para enfrentar las elecciones de 2018 en donde el poder presidencial del tricolor tener una total debacle. En su rollo, el tecnócrata no expuso nada digno de llamar la atención, puras alabanzas y, en el caso de Yucatán, las loas al PRI que mantiene las riendas del Poder Ejecutivo a través de Rolando Zapata Bello. Al término del evento, Ochoa Reza, el mandatario, diputados federales y demás “invitados”, degustaron las tradicionales marquesitas y helados de la sorbetería Colón del Paseo de Montejo.

¿Y el aplausómetro? Bueno, más o menos. Después de Rolando Zapata Bello, el más aplaudido fue el diputado federal, Jorge Carlos Ramírez Marín, y en segundo sitio, el joven Pablo Gamboa Miner, también legislador federal. Y escasos “clap clap” para el resto. ¿Acaso las preferencias empiezan a manifestarse? Todo es posible.

Amiguitas y amiguitos, ya saben: sugerencias para que los bobalicones no crean que Dios en un Pokémon, enviarlas a [email protected] y/o [email protected]

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