No se trata del muro

El problema grave, para todo el mundo puede ser la gran depresión económica que, según especialistas, ocasionaría Trump si logra imponer la regresión comercial que pregona.

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Esta noche se llevará al cabo el primero de tres debates entre la candidata demócrata Hillary Clinton y el del Partido Republicano Donald Trump, rumbo a las elecciones que culminarán el 8 de noviembre próximo, cuando conoceremos si Estados Unidos tiene o no a su primera presidenta.

Y aunque  la mayoría de las encuestas dan por triunfadora a la demócrata, la distancia entre ambos se va peligrosamente acortanda día tras día, al vaivén de los traspiés y devaneos de los candidatos en la última etapa de una contienda en la que lo más importante consiste en cuidarse de cometer errores.

Porque, a partir de la polarización promovida por Trump, la mayoría del electorado norteamericano ha tomado ya una decisión y, como sucede en todos lados, en cada uno de los debates verán que triunfa el o la aspirante de sus simpatías. Los mexicanos, como la mayoría de la gente sensata del orbe, se han decantado por la Sra. Clinton, lo mismo que las demás minorías étnicas, incluidos los afroamericanos, debido sobre todo a los insultos y ofensas que han recibido del magnate, cuyo discurso exacerba  el temor y el odio.

De ahí que se haya suscitado un fenómeno sociológico completamente nuevo, en virtud del cual sesudos analistas sostienen que sus resultados pueden estar sesgados debido a la existencia de “trumpistas de clóset”, que ocultan sus simpatías por el republicano porque se avergüenzan de él y de su discurso.  

Discurso que, como bumerán, ha provocado el miedo entre los electores norteamericanos, pues temen que su iracundia y ligereza lo  puedan conducir a cometer la irresponsabilidad de desatar el apocalipsis nuclear o a generar conflictos con otras naciones.

En México la gente se muestra indignada por su infantil propuesta de construir un muro en nuestra frontera, como si los puntos más concurridos de ella fueran libres y  no contaran con muros, cercas electrificadas y vigilancia policial y parapolicial, como la de los texanos que, pertrechados con las armas y los equipos de vigilancia más modernos, tienen por hobby patrullar la frontera en busca de migrantes.

Yo creo que la “santa indignación” expresada escandalosamente ahora por intelectuales como Krauze está un poco desfasada,  extemporánea o, mejor aún, retrasada, pues basta ver a lo largo de los pasos fronterizos la serie interminable de cruces, una por cada migrante ejecutado en su intento por alcanzar el sueño americano, tantas que superan con creces las 200 víctimas que entre 1961 y 1989 cobró el muro de Berlín, para sentirse indignado.

No obstante, lo más probable es que la política migratoria norteamericana, gane quien gane, no sufra modificación alguna, toda vez que ahí se requiere de esta mano de obra para realizar los trabajos más arduos y mal pagados.

El problema grave, para todo el mundo, no sólo para México, puede ser la gran depresión económica que, según especialistas, ocasionaría Trump si logra imponer la regresión comercial que pregona.

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