Otra vida

¡Si mi hija no es perro para que yo te la regale! me tomó de la mano, regresamos caminando y llorando todo el camino: desde la T1 a la Sambulá.

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Siempre detiene mi pensamiento la posibilidad de vivir una vida distinta a la que vivo, como esas películas donde el protagonista elige otro camino y la historia cambia radicalmente.

A veces platico con amigos y en algún punto de la infancia alguien decidió por ellos, es decir, la vida de  ahora depende de aquella decisión. Mi mamá suele contarme dos momentos en que la historia pudo cambiar para mí; el primero, al nacer, mi papá vio con desilusión que había tenido una niña, “otra chancleta”, dijo, y la comadrona le pidió que me regalara con ella.

Mi mamá se negó, evitando que yo creciera  de la mano de aquella mestiza partera que anduvo recibiendo vidas nuevas para otros pero nunca para ella, pues era estéril.

La segunda ocasión, ante la pobreza extrema y sin nada para alimentar a sus cinco hijos, mi mamá fue con una tía y le pidió prestado, mi tía respondió: “Te voy a dar quinientos pesos y me dejas a Conchita, así no gastas en ella, cuando  gastes el dinero, vuelves, te doy otros quinientos y me firmas un papelito donde diga que me dejas a Conchita”, mi mamá dijo: ¡Si mi hija no es perro para que yo te la regale! y me tomó de la mano, regresamos caminando y llorando todo el camino: desde la T1 a la Sambulá.

A partir de ahí mi mamá nos inculcó no pedir favores, ni prestado y que la familia también puede aprovecharse de su propia sangre.

Algunos amigos dicen que estuvieron a punto de quedarse a vivir con sus abuelos o sus tíos y  por algún divorcio tortuoso fueron prácticamente secuestrados por su padre o madre, más por venganza que por un deseo verdadero de tenerlos cerca.

Curiosamente todos coinciden en que la vida que tienen ahora -aun cuando la infancia haya sido violenta, llena de carencias y abandono- es una vida hermosa, en la que hacen lo que quieren.

Creo que ese el punto, no importa dónde crecemos o junto a quién, lo importante es descubrir a temprana edad la voz interior que dicta el camino, ese eco interno que sabe más que nosotros.

Estoy segura que con aquella comadrona o con mi tía, yo hubiera sido escritora, quizá no me leerían en este medio, quizá solo escribiría en alguna libreta personal, pero la letra sería siempre mi aliada.

Eso sí, agradezco a la vida que mi madre me haya hecho jich’ a su mano y no me haya regalado como un perrito, porque crecer junto a su fortaleza y ejemplo de trabajo incansable, me hace respetar la vida y saberla maravillosa en cualquiera de sus presentaciones, porque a final de cuentas, no podemos reconstruir la vida que nos dieron, pero sí construir pieza a pieza la vida que hoy tenemos.

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