La palabra  –como afirmaba  Carlos Castillo Peraza– es el instrumento esencial de la política. No cualquier palabra, sino aquella que se da y se cumple. La violencia es el fracaso de la política y ésta sólo fracasa cuando fracasa la palabra.

Esta reflexión viene a modo ante la firma del “Pacto por México” que acaban de suscribir el Gobierno Federal  y los 3 principales partidos políticos.

El documento en cuestión expresa acuerdos en lo general que servirían de base para reformas estructurales. Reformas tantas veces negadas al país ya sea por la cerrazón de unos o por la falta de pericia de otros. Representa también consolidar lo ya logrado, avanzar y evitar  el retorno a un pasado de intolerancia. 
Y si bien de inicio es saludable la firma de este “Pacto por México”, debemos ser cuidadosos. El nuevo gobierno debe honrar su palabra. Asimismo, la oposición democrática responsable hace bien en firmar este acuerdo pero haría muy mal en pensar ilusamente que sólo la suscripción del mismo provocará su cumplimiento. Faltará una buena dosis de inteligencia para evitar que el romanticismo de querer imitar a toda costa al  “Pacto de la Moncloa” sea superior a la eficacia de hacer realidad en  los hechos lo firmado.  Puede ayudar el recordar que la política eficaz no es asunto de reflectores sino de reflexión y que las negociaciones en política no son las del todo o nada, pero tampoco las de dar “oro por espejitos”.

En el caso del PAN bien harían sus negociadores en revisar su historia. Específicamente la implementación del Acuerdo Nacional por la Legitimidad y la Democracia que propusieron en 1988. Documento que provocó cambios democráticos en el país. Todo el acuerdo posible y las reservas que imponga el bien común y los principios. No basta la buena voluntad, sino también inteligencia y pericia para que la palabra se cumpla. Hacemos votos porque así sea.