Peña Nieto: el discurso de la esperanza

El nuevo Presidente de la República se cuidó bien de recitar anticipadamente números alegres

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Se puede decir que con Peña Nieto ha renacido la esperanza. Los mexicanos recibimos ayer un mensaje claro, sensato, equilibrado y resuelto. Un discurso dirigido a los ciudadanos de un país que, desafortunadamente, rechazan reconocerse en ninguna tonalidad positiva, aquejados como están de un tremendismo catastrofista de proporciones casi epidémicas. Justamente por ello, el nuevo Presidente de la República se cuidó bien de recitar anticipadamente números alegres y, tras haber reconocido las realidades del hambre, la inseguridad y la pobreza, planteó líneas de acción y estrategias muy concretas para afrontar los problemas.

Lo dicho: es casi imposible hablar aquí en modo aprobatorio de prácticamente ningún aspecto de la vida nacional y, siendo, como aseveran algunos de los infaltables agoreros, que México “se está cayendo a pedazos”, entonces la perspectiva más inmediata, si uno persiste machaconamente en este impopular empeño, es conllevar las muy airadas y rabiosas embestidas de los inconformes que, lo repito, son legión.

Y hay además quienes, en las redes sociales y en todos los espacios posibles, anuncian, desde ya, que esto, el retorno del PRI al poder, será poco menos que un cataclismo histórico. De paso, nos recriminan, a los que no compartimos su visión apocalíptica, el haber elegido a un Presidente que, ya lo veremos, nos hará experimentar muy pronto un arrepentimiento tan irremediable como oportuno (y mucho más aconsejable) hubiera sido, en su momento, tomar el camino correcto y votar, naturalmente, por López Obrador, por quién más.

Ah, y eso es en el mejor de los casos, cuando el acusador de turno le confiere a los millones de ciudadanos que prefirieron a Peña Nieto una categoría de masa —si bien manipulable, comprable y muy fácil de engatusar— claramente distinguible porque hay otros que, de plano, te hablan de que la “imposición” se orquestó para servir los intereses de una “minoría” (que quién sabe cómo se las apañó para que millones de mexicanos se sometieran a sus designios).

Pues bien, creo —lo repito— que el futuro de México parece, de pronto, más prometedor con la llegada de un Presidente joven que, hay que decirlo, en todo momento ha mostrado una ejemplar mesura, un admirable respeto por las formas y una seriedad a prueba de contingencias adversas. No hay en Peña el menor vestigio de esa petulancia que bien pudiera exhibir un hombre al que la han ido bien las cosas. No parece ser un personaje de excesos y el mero hecho de haber reconocido, en su discurso en el Palacio Nacional, el papel de Felipe Calderón en el proceso de transición o de haber advertido públicamente la presencia de Josefina Vázquez Mota, nos habla de que posee un talante conciliador que, en estos tiempos, es de agradecer. Y los detalles también cuentan: no acudió con una corbata roja para resaltar los colores de su partido sino que llevaba una de tonos plateados perfectamente neutros; no usó tampoco esas entonaciones engoladas que acostumbraban sus correligionarios de antaño sino que se limitó a dar su alocución en un habla sin afectaciones innecesarias.

Y llegó, además, con propuestas concretas que, en un primer momento, parecen bastante razonables y beneficiosas más allá de que deban ser todavía tramitadas en el Congreso. Nada de lo que planteó es en manera alguna criticable si bien nos podemos preguntar de dónde van a salir los recursos, por ejemplo, para crear un sistema universal de pensiones o para emprender la gran batalla contra la pobreza alimentaria. Y el componente social de sus proyectos es lo suficientemente sustancioso como para desactivar la especie, promovida por el sector más reaccionario de la oposición de izquierda, de que va a gobernar en exclusiva para los grupos más privilegiados de este país. En este sentido, la licitación de dos nuevos canales de televisión abierta no es precisamente un pago para los monopolios televisivos que presuntamente manejaron la voluntad del candidato en la campaña presidencial.

Pero el discurso del nuevo Presidente de México ha sido, sobre todo, un gran acto de convocatoria nacional para que seamos los mexicanos quienes transformemos este país. Se podría decir que está ya muy desgastada esta retórica pero el llamado ha sido formulado con intachable sensatez y con una sinceridad que bien nos lleva, creo yo, a que la esperanza vuelva a asomarse en el horizonte de nuestra nación. Pues eso.
 

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