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El equipo de Enrique Peña Nieto comenzó a distribuir ayer las invitaciones para el mensaje que el, ya en esos momentos, presidente de la República “dirigirá a la Nación” a las 11 de la mañana del sábado 1 de diciembre, en Palacio Nacional.

La invitación es señorial, tamaño diploma, en papel fabriano con camisa de albanene y el escudo patrio grabado en relieve. Viene en un elegante sobre con listón plateado. Se habla de mil 500 invitados.

Ayer, también, el recién electo presidente de Morena, Martí Batres, confirmó que protestarán ese sábado en las principales plazas del país, “porque lo que tuvimos no fue una elección, sino una subasta”. Y si para el lopezobradorismo nunca ha habido más plaza que el Zócalo, no es descabellado pensar que ahí estarán el 1 de diciembre. Y si protestan ahí, sería un tanto absurdo que lo hicieran en la tarde o noche, cuando Peña Nieto esté celebrando en Chapultepec, Las Lomas, Toluca.

Peña Nieto cree en los símbolos y, por lo visto, no piensa renunciar a ellos porque los intimidadores suban la voz. Varias veces en la campaña fue a actos en donde lo esperaban grupos hostiles, algunos violentos. Y salió avante. En esa lógica, se entiende que vaya a Palacio Nacional y no a un sucedáneo, como podría ser el Auditorio Nacional, la sede inaugural de Vicente Fox y Felipe Calderón.

En esa lógica, Peña Nieto da por sentado que saldrá victorioso de la ceremonia oficial en San Lázaro. Y que su flamante Estado Mayor tendrá un desempeño ejemplar para disipar cualquier riesgo.

En esa lógica, Peña Nieto está mandando decir que llegará sin culpas, sin miedos.

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