Había toda una lógica del Estado Mayor Presidencial (EMP) al cercar un extenso perímetro de San Lázaro.

Con grupos que insisten en hacerle pasar una mala mañana de sábado a Enrique Peña Nieto, convocatoria del #132 para rodear el Palacio Legislativo y legisladores de las izquierdas que echan leña y expresan que San Lázaro no será un día de campo, el EMP decidió (supongo que con el aval del presidente electo) aplicar a rajatabla el protocolo de seguridad para situaciones de alto riesgo. Un protocolo que indica tomar el control del lugar y la periferia con una semana de anticipación.

En la madrugada del domingo 25 se montó el Cerco de San Lázaro. Ante la disyuntiva de que “algo pase o no pase”, el EMP subordinó los costos políticos y de imagen. Pero un blando coro monocorde calificó el operativo de exagerado, abusivo, agraviante, y el cerco se quebró.

Primer error del nuevo gobierno. La guardia presidencial determinó que el sábado existía el riesgo de que quienes en la campaña persiguieron agresiva y, en ocasiones, violentamente al candidato del PRI volvieran a intentarlo en una jornada tan simbólica y mediática.

A fin de cuentas, el EMP había seguido al pie de la letra su manual: “El éxito de la misión depende del grado de perfección que se haya logrado durante el planeo; la protección debe ser a prueba de sorpresas y lo suficientemente flexible para responder a cualquier emergencia”.

¿Señales cruzadas? ¿Torpeza? ¿Sensibilidad política? ¿Culpas? O Peña Nieto y sus guardias se precipitaron con el cerco o, por primera vez, reculan bajo presión y alteran un diseño estratégico.

El sexenio ha comenzado.