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A pesar del reconocimiento que analistas monetarios han hecho al manejo de la economía nacional que ha mantenido el régimen calderonista, por el control de las variables macroeconómicas como: la limitación del déficit presupuestal, el monto de las reservas en moneda norteamericana y el relativo control de nuestra paridad monetaria, cuya devaluación se ha mantenido en rangos aceptables, en el último semestre de la administración federal comienzan a destacar signos de fatiga en el modelo que se aplica, lo que puede constituir el primer síntoma de una, más próxima que remota, contracción económica.

Y aunque puede achacarse  en parte a la crisis  de la economía europea y en mayor grado a los vaivenes de la actividad productiva de nuestro vecino y primer socio comercial -EEUU-, que no atinan a salirse del todo de la crisis de 2009, hay que reconocer que ante los problemas externos que ocasionan la baja en nuestras exportaciones,  resultan todavía más inquietantes los relativos al mercado interno, a los que hay que agregar  la drástica reducción de la inversión exterior directa y el decremento en las remesas que envían a sus familiares los migrantes mexicanos.

Y conste que todos estos inconvenientes están relacionados con la reducción de la demanda efectiva en nuestro mercado interno, lo que no es otra cosa que el reflejo de la disminución de la capacidad de consumo -o de compra- de los sectores mayoritarios de la población, incluyendo a las clases medias-altas, que han visto mermar su poder adquisitivo a lo largo del sexenio que termina.   

Así, el nivel de la inflación, que se mantenía bajo un aparente férreo control, en el último trimestre del año ha sobrepasado las estimaciones de la Secretaría de  Hacienda y el Banco de México, lo que agrava la situación al contribuir  a ampliar la brecha entre ésta y los incrementos salariales otorgados.

En especial la aplicación de dos disposiciones económicas son sobre todo responsables del fenómeno inflacionario: el alza constante -mensual-  en el precio de la energía, en especial de los combustibles, cuya acumulación a lo largo del sexenio ha superado con creces su inicial carácter marginal  y, por otro lado, nuestra dependencia de la importación de los granos básicos y productos agropecuarios que nos sirven de alimentos y como insumos en la producción ganadera,  lo que ha propiciado el desmedido aumento de los productos básicos de consumo como el maíz, la tortilla y las carnes.

No obstante, tenemos a favor la expectativa que genera en la sociedad el comienzo de un nuevo gobierno, cuyos funcionarios deberán dar el ancho para conjurar el síndrome de "oportunidad perdida" de dos sexenios panistas.

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