Frente a las incertidumbres económicas propiciadas principalmente por decisiones del presidente estadunidense Donald Trump, que naturalmente alteran procesos y pronósticos debido a la dependencia del país, es vital que se planee con rigor tanto en lo macro como en lo micro. Los efectos directos y colaterales son todavía desconocidos.

Pese a lo anterior, procuran una atmósfera “de esperanza”. En el ámbito nacional, la ruta trazada para que México ostente finanzas sanas “va caminando a buen paso”, sostuvo ayer José Antonio Meade Kuribreña, titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, quien basó su afirmación en que, al cierre de 2016, la economía creció 2.3% en promedio, “una cifra alentadora en medio del entorno complicado”.

Durante su participación en la reunión plenaria de senadores del PRI, resaltó que en los últimos años la economía ha mostrado fortaleza, pues “a pesar de circunstancias complicadas su crecimiento ha sido constante, permanente, robusto y resistente, lo que también sucederá este año”.

En el plano estatal, el gobernador Carlos Joaquín González destacaba en la víspera que “nuestro estado es pujante y económicamente muy competitivo; está reconocido como la entidad que registró el mayor crecimiento en el rubro de las actividades económicas secundarias durante 2016, estadística en la que se colocó por encima de todas”.

El ejecutivo se refirió al Estudio de Actividad Económica Estatal del INEGI, el cual confirma que la economía registró un incremento del 9.4%, con una contribución al crecimiento total real del país, lo cual permite, dijo, apertura de negocios, nuevas fuentes de empleo y servicios de calidad.

En la esfera municipal, sin embargo, perduran las dudas por la deuda, la crisis y el caos heredados en algunos casos. Aun así las declaraciones son optimistas, aunque es evidente no deberían esperar mucho de la Federación o del Estado.

Por lo mismo, urge fortalecer las capacidades institucionales de los gobiernos locales para operar con autonomía, promover la entrada de capital privado y equilibrar las desigualdades a través de una redistribución efectiva, han coincidido especialistas.

Para lograrlo es básico calibrar el gasto de inversión (infraestructura) con el gasto operativo (salarios y mantenimiento), ya que el primero aún no supera el 5% del Producto Interno Bruto nacional, lo cual es insuficiente para avanzar.

El año pasado, el de inversión seguía representando una proporción muy baja al compararlo con el operativo, por lo cual los planes de austeridad y el planteamiento de nuevos impuestos fueron bien vistos por sectores que, aun cuando reconocen son éstas medidas impopulares, también son inevitables dado el panorama y dicha herencia recibida. 

Además de equilibrar los gastos se debe aumentar la recaudación local, contar con una cartera de proyectos financieramente viables, así como establecer una planeación financiera a mediano y largo plazos, más allá de las coyunturas o el fin de ciclos políticos.

Es sentido común: si suben los ingresos propios se tendrá un mayor margen de maniobra, solicitar créditos o abonar a la deuda; si la cartera de proyectos es viable, habrá un mejor impacto social, evitando –por ejemplo– los ridículos “elefantes blancos” abandonados; y si se establece una planeación de largo aliento, crecerá la confianza (de contribuyentes e inversionistas) hacia las administraciones.

La misma recomendación dan los expertos a los ciudadanos: cuiden el bolsillo, sin gastar de más, eludiendo el endeudamiento impagable, ahorre si puede y procure ingresos adicionales si tiene chance. 

Por más esperanzas que transmiten los servidores públicos, son tiempos de zozobra.