Las tragedias del fascismo

Donald Trump es un fascista típico: cree en la violencia, es racista, sabe mover los sentimientos más bajos de los más desfavorecidos.

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Philip Roth, el novelista norteamericano que se merece sin duda el Premio Nobel de Literatura, publicó, hace poco más de una década, una gran novela: “La conjura contra América”. Podría leerse como ejemplo de política ficción pero, siempre en la obra de Roth, su ironía y su lucidez hacen de cualquier anécdota una disección veraz y angustiosa tanto de los Estados Unidos como del mundo occidental dentro del cual se encuadra.

La anécdota se remonta a la II Guerra Mundial. Plantea que Charles Lindbergh, el piloto que surcó por primera vez el océano y que era partidario de los nazis, se lanza como candidato a la presidencia de los Estados Unidos y, apoyado por la demagogia y el racismo que siempre han existido en ese país, gana las elecciones. Contra lo que podría pensarse de que la división de poderes y los múltiples intereses (incluidos los de los judíos de Wall Street) impedirían que pudiera construir un Estado fascista en la cuna de la democracia occidental, la demagogia convence a la masa, como indica la palabra “demagogia”.

He recordado en estos días la novela de Roth porque, como nunca antes, el peligro del fascismo en América puede hacerse real.

De tanto utilizar la palabra fascismo, le hemos quitado no sólo el sentido, sino el filo a sus hachas de guerra. Donald Trump es un fascista típico: cree en la violencia, es racista, sabe mover los sentimientos más bajos de los más desfavorecidos al tiempo que pacta con el gran capital (el staff que propone para su gobierno es de especuladores bursátiles) y su forma de gesticular es la de un perfecto demagogo. Me tragué buena parte de su Convención y todo su discurso. Inmediatamente, vi a Goebbels, Hess y Hitler en la famosa “noche de las antorchas”: los copiaba. 

Hillary Clinton, su marido y Barack Obama son representantes del “establishment”, desde luego, injerencistas, imperialistas, pero no fascistas. Y en México no hemos conocido el fascismo. Hemos sido una colonia propiedad de España, contra todo derecho, y hemos sufrido a un priismo que no se va, por más esfuerzos que hagamos, sino que se enquista en todos los partidos, pero no hemos conocido el fascismo.  

Quizás hayamos sufrido más que los países arrasados por el fascismo. Pero es seguro que, si gana Trump, además de nuestra historia trágica conoceremos otras tragedias.

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