La vejez y sus lecciones

Cuando te vas haciendo viejo el reloj comienza una cuenta al revés: los dientes se caen y vienen las papillas. Lo malo es que de viejo los dientes ya no vuelven a salir y las papillas ya no saben a nada.

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Ahora que mi mamá tiene problemas de salud, noto que nos hace falta mucho camino que recorrer respecto al cuidado de las personas de la tercera edad. Las hijas nos hemos vuelto expertas en diseñar estrategias para que mi mamá acepte los cuidados, tome sus medicinas a tiempo y reduzca sus obsesiones de limpieza al máximo.

De principio es fácil tacharla de terca o necia, pero cuando nos detenemos a pensar en que toda su vida fue una mujer independiente y trabajadora, entendemos que obligarla a permanecer acostada sería lo mismo que pedirle que se dejara morir.

Mi mamá es una mujer que como muchas mexicanas tuvo la necesidad de trabajar desde muy joven para mantener a sus hijos, en sus ratos libres -me refiero a la madrugada- nos costuraba vestidos y trajes para los festivales escolares o las clases de teatro.

Una mujer fuerte que fue dejando su aliento vital en los otros. Ahora que los otros queremos ayudarle, ella sufre, pues no quiere causar molestias. Intentamos hacerle entender que no hay molestia, deseamos  mostrarle que bien le aprendimos la generosidad y ahora queremos verterla en  ella. Pero se resiste, toma sus propias decisiones y en algunos momentos nos agota la paciencia, entonces regreso a las lecciones teatrales y leo este fragmento de mi obra: 

 Cuando te vas haciendo viejo el reloj comienza una cuenta al revés: los dientes se caen y vienen las papillas. Lo malo es que de viejo los dientes ya no vuelven a salir y las papillas ya no saben a nada. Con cuánto amor se puede aplastar una calabacita para convertirla en papilla de bebé. Cuánta paciencia y jueguitos inventamos: viene el avioncito, vuela, vuela  y ¡jam! ¡Qué rico! ¡Aplausos!

Pero cuando eres viejo sería ridículo que tus hijos tengan que convertir la cuchara en avioncito para que te comas el aeroplano relleno de zanahoria y además te aplaudan cada bocado. Te vuelves distraído como adolescente, sólo que eso no le causa gracia a nadie, agota la paciencia.

Gran cosa es la paciencia ¿Quién no ha perdido la paciencia mientras un viejo cuenta sus monedas en la caja del súper? Por fortuna, mi madre empieza a aceptar nuestro cariño traducido en cuidados básicos, su enfermedad me deja muchas lecciones; la principal es que la paciencia a las personas de la tercera edad es uno de los actos de amor más extraordinarios que conozco.

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