La vida es imprevisible

Ni siquiera el dar lo mejor de nosotros será motivo suficiente para que la vida nos permita el éxito...

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Estamos acostumbrados de una manera o de otra a considerar que nuestras vidas transcurren a través de unos trayectos esperables, con un cierto grado de seguridad; es así que consideramos en extremo natural que un niño crezca, se adentre en la juventud, luego trabaje, forme una familia, críe a sus hijos y acabe en su ancianidad rodeado de sus hijos y nietos mientras le llega la hora de dejar este mundo para finalmente entregarle cuentas al Creador.

Suponemos que un niño que entre a la escuela primaria es lógico que concluya los estudios de ese nivel, todos entendemos que aquel estudiante que inició los estudios de medicina será un médico en funciones en algunos años, quien comienza la aventura de un matrimonio con seguridad lo hará hasta llegar a tener hijos y verlos crecer, nos parece natural que quien empeña su tiempo en construirse un hogar verá sus esfuerzos recompensados al poder trasladarse a vivir en él; así vamos por la vida dando por hecho que los seres humanos vivimos bajo el influjo de una serie de ciclos o procesos más o menos seguros.

Y es que nos hemos convencido de que nuestra vida transcurre bajo ciertos parámetros de normalidad y envuelta en un aura de predictibilidad por todos entendida; pero resulta que esa tan esperada y cacareada regularidad en nuestras vidas no es tal, ya que si por algo se distingue la vida de cada uno de nosotros es porque lo que hoy es mañana puede dejar de ser; incluso no es necesario que sea mañana, todo lo que en este momento conocemos acerca de nosotros mismos puede cambiar de un instante a otro, ya que nuestra vida altamente predecible es en realidad una brizna de pasto lanzada al viento y sometida a los caprichos de la eventualidad y de lo inesperado.

Ante la inquietante y no pocas veces angustiante sensación de no tener seguridad de lo que será nuestra vida ni siquiera en la frontera de la próxima hora, nosotros los seres humanos hemos rociado con predictibilidad y seguridad algo que la propia vida se encarga de evidenciar como poco predecible y muy difícilmente seguro. Para evitar levantarnos cada mañana con la sensación de la inseguridad plena, nos hemos creado piadosas fantasías de una seguridad y estabilidad que en realidad no se encuentran en la realidad de nuestros días.

Si somos honestos con nosotros mismos, podremos darnos cuenta de que el salir hoy de nuestra casa no significa que podremos regresar a ella por la noche, incluso no significa siquiera que vayamos a llegar a nuestro trabajo; el simple hecho de dar vuelta a una esquina puede llegar a significar un cambio diametral en nuestras vidas; si viviéramos esta realidad con total lucidez cada acto de nuestra vida podría llegar a generar una grave inseguridad en nosotros. 

Cada visita al médico podría significar el perder la salud, cada día en el trabajo podría encerrar el germen del desempleo, cada hora de amor podría encerrar la pérdida del ser amado o el camino a una desgarradora soledad.

Sin embargo, ante las sombras también existe el lado soleado de la calle, cada situación vivida nos puede llevar a una plenitud hasta hoy no encontrada, cada instante con la familia puede llevar a una convivencia de amor más profunda, cada esfuerzo en el trabajo puede desembocar en un ascenso, cada momento con los amigos es la oportunidad de crecimiento del espíritu, cada acto de confianza, cariño o gratitud puede desembocar en una expansión de nuestra alma, llegando a ser una oportunidad de crecimiento tanto para uno mismo como para quienes nos rodean.

¿Cómo es entonces que podemos hoy salir de nuestra casa, llegar al trabajo, la escuela, la iglesia o el cine?, ¿con qué actitud hemos entonces de enfrentarnos a los acontecimientos de nuestra vida? La mejor respuesta que se me ocurre es la esperanza, porque la esperanza acabará dándose en nosotros cuando por principio damos lo mejor de nosotros mismos en cada instante y acto de nuestra vida, para seguidamente tener la convicción de que, sea lo que venga, será lo mejor; vivir esperanzado no es esperar lo mejor sin razón alguna, por el contrario es esperar lo mejor por estar convencido de haber dado lo mejor de uno mismo.

Por supuesto, ni siquiera el dar lo mejor de nosotros será motivo suficiente para que la vida nos permita el éxito, pero al menos tendremos la seguridad de haber dado todo lo que teníamos para dar; la vida es imprevisible, pero no por ello deja de ser bella y digna de vivirse.

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