Jay-Z Feat. Armando Manzanero

La irrupción de internet en la vida cotidiana supuso un radical cambio de costumbres y formas de comunicarnos, más allá de las relaciones interpersonales...

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La irrupción de internet en la vida cotidiana supuso un radical cambio de costumbres y formas de comunicarnos, más allá de las relaciones interpersonales, en nuestra concepción sobre los valores, derechos y oportunidades para el desarrollo. 

Este cambio cultural que se profundizó con la llegada de las redes sociales, significó un golpe directo al orden establecido tanto por gobiernos e instituciones, como para las expresiones artísticas, que ven ahora como el concepto de la propiedad, a pesar de las costumbres y leyes, se derrumba con cada invención y generación. Lo que antes era "mío", hoy la red lo convierte en "nuestro", lo quieran o no. 

La batalla más complicada para el desarrollo de la nueva sociedad global está precisamente en los productos culturales y entretención. Quién es dueño de qué, y para qué lo utiliza; quién tiene la suficiente calidad "moral" o "intelectual" para determinar la propiedad, y sobre todo: quién impide a la web transformar estos conceptos. Estos planteamientos son el dilema que mueve al mundo digital, los que han creado leyes como ACTA o SOPA, y provocaron las protestas de grandes personalidades como Armando Manzanero, firme defensor de los derechos de autor en su forma tradicional. 

Todo este bagaje nos pauta el ritmo para tratar de entender por qué en estos tiempos, artistas de la talla de Jay-Z, Madonna, Daft Punk, Calvin Harris o Kayne West, decidieron respaldar una nueva plataforma de "streaming" (reproducción en línea sin posibilidad de descarga) musical de paga obligatoria, Tidal; en clara competencia con Spotify y el mismo YouTube, aunque éste último, es gratuito.  

Hace unos días, estas y otras personalidades cambiaron sus fotos de perfil en Twitter y Facebook por un cuadro en color azul, símbolo de apoyo a este nuevo producto, argumentando que el beneficio de la música debía regresar a sus creadores (ellos) y no seguir como rehén de los distribuidores y terceros (disqueras y plataformas en línea)... en otras palabras: ahora quieren ser quienes lleven la batuta, marquen el ritmo y reciban las ganancias. 

Esta situación no es nueva, y tampoco ha tenido un impacto muy grande sobre la sociedad, a pesar de los artistas de renombre que respaldan a Tidal. Pero el punto que llama la atención es el que concierte a la cultura digital: ¿es lógico apostar por estas plataformas de paga cuando la web proporciona métodos gratuitos de "streaming"? 

La red y sus usuarios no negamos el hecho de que existe la propiedad intelectual sobre, en este caso, la música que escuchamos, pero parece que Jaz-Z y compañía tienen la misma percepción arcaica que Manzanero sobre los derechos de autor. Todo cambio supone sacrificios, pérdidas y un doloroso proceso, y la música está en ese camino; ningún ser humano que navegue en internet, puede decir que vive bajo los conceptos que hace 20 años: usamos archivos de imagen, sonido y texto de alguien más, sin pagar por ello y sin sentirnos culpables porque, en la esencia misma de la red, no lo somos. 

Nuestra negativa –en este caso- a seguir escuchando música en la forma tradicional no es ilegalidad, sino la materialización del cambio cultural creado por nuestro contacto con internet y profundizado por las redes sociales. Evidentemente hay mucho que resolver sobre este asunto, pues somos conscientes de que a fin de cuentas, el cantante tiene que vivir de algo, pero (bendita palabra tan mexicana), ¿es la música realmente el producto principal de los artistas que respaldan Tidal? Es harto conocido y evidente, que las marcas que han creado con su imagen venden mucho más que los discos que producen o melodías que componen. 

Bajo ese concepto, los 17 propietarios de esta plataforma de "streaming", estarían apelando al sentimentalismo barato para tratar de vendernos un producto que no ofrece algo realmente novedoso para el usuario "común", ese que escucha música únicamente para amenizar su día. A fin de cuentas, sólo quieren marcar el ritmo de la caja registradora.

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