Don Nacho Beristáin: una vida de puños y golpes

El mánager oriundo de Veracruz cuenta con más de 50 años en el boxeo y ha consumado a 26 campeones mundiales.

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Don Nacho Beristáin ha construido a lo largo de 50 años un imperio boxístico en el modesto gimnasio Romanza, en Iztacalco Ciudad de México, donde han entrenado a grandes boxeadores como Daniel Zaragoza, Gilberto Román, Guty Espadas, Chiquita González, Finito López y Juan Manuel Márquez. (Excelsior)
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Agencias
MÉXICO, D.F.- Al gimnasio Romanza, por los rumbos de Iztacalco, han llegado peleadores japoneses, argentinos, rusos e ingleses. Buscan fama y fortuna a base de 'trancazos'. Lo primero que encuentran son grandes paredes saturadas de fotos en blanco y negro, en las que aparecen personajes como Daniel Zaragoza, Gilberto Román, Guty Espadas, Chiquita González, Finito López y Juan Manuel Márquez, entre otros campeones del mundo. Un gimnasio con aroma a sudor, donde sus sonidos se confunden: el costal aporreado, la música guapachosa en alto volumen, la voz del second sobre los jóvenes con guantes y calzoncillos.

De una pequeña oficina salen frases acompañas de groserías. Provienen de Don Nacho Beristáin, mánager veracruzano, con más de 50 años en el boxeo, cinco medallas olímpicas y 26 campeones mundiales. Es el culpable de que peleadores de otros países y estados de la República dejen todo y se pongan en sus manos, aunque muchos regresan a sus países de origen sin triunfos.

 “Vino un japonés y se quedó. Luego llegaron un argentino, un ruso y un inglés. Yo no sé por qué dejan sus tierras para venir a un lugar lejano y desconocido. ¿Qué les pido?, sólo disciplina. El que no la tiene, se va”.

¿Se llame como se llame?

Tuve un campeón que se quiso salir del huacal. Con título y todo le indiqué dónde estaba la puerta. No le digo su nombre, porque todavía le duele. ¿Una pista?, era campeón superpluma.

Se cumplen 30 años de que un boxeador suyo se hiciera campeón del mundo (Daniel Zaragoza).

No recuerdo fechas. Fue contra Jackson, en Aruba. Zaragoza era como estos chamacos que ve en el gimnasio. Tenía hambre, ganas de comerse al mundo.

Todavía se emociona por aquel título.

Ganar un título es indescriptible.

Usted ya debe estar acostumbrado. Zaragoza, Román, los Espadas, Chiquita, Finito, Márquez, Kika Chávez...

Tengo 26 campeones del mundo y fíjese que sí, disfruto cada uno como el que conseguimos con Zaragoza. Y no me pregunte cuál ha sido mejor, porque todos han dejado huella.

Todos quieren trabajar bajo su tutela.

No se crea. Algunos se quejan de que soy muy duro y hasta grosero. Pero cuando uno está arriba del ring y lo están madreando, ni modo que le hable suavecito. Soy veracruzano, me sé todas las groserías y así me ha funcionado.

Así creció.

La abuela me crió a coscorrones en Xalapa. Y en la escuela menudeaban los madrazos y uno tenía que defenderse como pudiera. Yo ahí bailaba el oso a cada rato.

¿Le dice algo el nombre de Vicente Saldívar?

Yo estuve en su esquina cuando noqueó al cubano Ultiminio (Ramos) y se hizo campeón del mundo en peso pluma (26 de septiembre de 1964). Figúrese que en aquella función Rubén Olivares peleaba a seis rounds y Mantequilla aparecía en una semifinal. Una función en El Toreo. Empezaba a florecer el box en México.

Los tiempos han cambiado.

Pasión hay, pero antes había más romanticismo. En este gimnasio (Romanza) llegamos a tener hasta cinco campeones al mismo tiempo, cuando otros gimnasios apenas presumían uno. Ahora sólo se buscan las bolsas millonarias. No hay fórmulas. Yo lo hago a la antigua, con un gimnasio en un barrio, con olor a sudor, sacrificio y mucha disciplina.

¿El sudor siempre huele igual?

No. Cuando se está en el ring el sudor huele a miedo. Es un olor muy cabrón.

Ahora su gimnasio también huele a perfume de mujer.

Los tiempos cambian. Y no me sorprende tanto que vengan jovencitas para pedirme que las ponga a darse guamazos arriba del cuadrilátero. Me sorprende que además estudien en universidades y sueñen con ser campeonas y profesionistas. Yo les digo que dejen el box, pero no me hacen caso. Es una pasión, una enfermedad.

¿Sabe de algún mánager con tantos campeones?

No sé de alguno, pero recuerdo con respeto al Cuyo Hernández. Fuimos amigos y en el terreno boxístico llegamos a tener peleadores en el mismo combate. Le gané varias veces.

De hecho, heredó del Cuyo a Ricardo López.

Fue un gran reto recibir al Finito invicto y terminar su carrera de la misma manera. Si Ricardo pierde algún combate, me hubieran tragado vivo.

¿Y la Chiquita González?

Otra gran responsabilidad. A Humberto lo tuvo Lupe Sánchez y llegó a mi gimnasio de capa caída. Supimos levantarlo.

¿No se quedó con ganas de entrenar a un pugilista de otro rebaño?

Mi abuela paterna me enseñó a no ser envidioso. Nunca me interesó un peleador enemigo.

¿Qué le molesta de un peleador?

Me molesta el boxeador que trata mal a la gente, que pierde el piso. Por eso corrí a uno del gimnasio (que no le voy a decir su nombre). Yo le digo, por ejemplo, a Kika Chávez que sea campeona mundial hasta en su casa. Que  se comporte como tal.

A veces hay malas amistades.

En ocasiones el problema es la familia. Apenas se dan cuenta los papás que el chamaco es una promesa con los guantes y se meten hasta en la sopa. También hay otros factores.

Muchos se pierden en el intento.

Me acuerdo de Adelaido Galindo, Gerardo Aceves y otros nueve más. Pudieron ser campeones del mundo. El alcohol, las drogas y las putas son la muerte para el peleador... y uno que otro diputadillo que se quiere pasar de listo.

¿Se imagina una vida sin box?

Una vez me dijo Luis Spota ‘tú eres de los que parieron para ganar’. Desde chamaco supe que si quería ganar tenía que abrirme el camino a punta de madrazos. Allá en Xalapa, cuando vivía con el abuelo, me decía: “rómpase la madre para salvar las canicas”. Compraba la revista Ring en el puesto de periódicos y me ponía a buscar mexicanos en la lista de los 10 mejores peleadores del mundo, en cada categoría. Me encabronaba cuando veía que sólo había ticos y cubanos entre los latinos mejor ranqueados.

Y con Vicente Saldívar todo cambió.

Saldívar se hizo ídolo y despertó al boxeo mexicano, tras el retiro del Ratón Macías. No recuerdo a otro peleador que tuviera en las tribunas a dos presidentes mexicanos para verlo pelear. Su mánager era Adolfo Pérez y caía mal a muchos por exigente. Yo fui auxiliar del Negro y formé parte del equipo que entrenaba a Vicente.

Pocos recuerdan que usted tuvo campeones en México 68.

Me invitaron a participar en el equipo olímpico y conseguimos dos oros (Ricardo Delgado y Antonio Roldán), así como dos bronces (Agustín Zaragoza y Joaquín Rocha). Luego conseguimos un bronce en Montreal 76 (Juan Paredes).

¿Y las medallas olímpicas en el boxeo?

El boxeo amateur está mal atendido. Hace falta un cambio drástico. Tenemos jóvenes con virtudes para el box, pero no hay disciplina y mucho menos atención.

Lo critican por duro.

El boxeador se queja de que parezco militar y que soy grosero. No lo niego, soy veracruzano y la gente no entiende que el boxeo no es una clase de ballet. Es cruel. Digo leperadas para que mis boxeadores despierten. Unos se espantan. Mire esa foto que tengo en la pared, ¿ve?, estoy en el Salón de la Fama. Hemos ganado muchos títulos del mundo y en la esquina (ring) uno no puede ser la Madre Teresa.

Difícil pensar en el retiro.

Ya tuve neumonía dos o tres veces y súmele dos infartos. Pensaba retirarme del boxeo cuando tuviera 25 campeones del mundo. Me rajé, ya llevo 26 y cada título es una sensación indescriptible. Aunque siento que lo que tenía que hacer ya está. Cuando se tiene a la muerte cerca, ya no queda de otra. Yo sigo arriba del ring. En una esquina, pero arriba del ring.

 (Información de Excelsior)

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