Sumérgete al mundo de las artes plásticas con Pablo García

Sus manos tienen el poder de crear obras de arte en barro, piedra, metal o madera.

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Ha realizado esculturas de instrumentos de percusiones que han ganado premios en bienales de arte. (Alejandra Flores/SIPSE)
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Alejandra Flores/SIPSE
CANCÚN, Q. Roo.- Las manos de Pablo García Robles tienen el poder de entender el ritmo que guarda el barro, la piedra, el metal o la madera, lo mismo que el secreto lenguaje de un tambor. Entre sus dedos se deslizan historias de materiales transformados a partir de una caricia y de premios ganados por la fuerza de una técnica, de una idea plástica, de una obsesión. 

Pablo García Robles es escultor, ceramista, músico, amante de la instalación, el video arte y la experimentación. Nació en la Ciudad de México, rodeado de los aromas de perfumes caros que distribuía su madre y los misterios de la alquimia farmacéutica que atendía su padre detrás de un mostrador. 

“Mi padre se dedicó a las farmacias de la familia, él y mi tío tenían Farmacias García en Polanco, y aunque no estudió era un excelente fármaco biólogo. En la colonia le decían el doctor y era de tan buen corazón que siempre ayudaba a la gente”, nos cuenta el artista con cierta nostalgia.

¿Y tus primeros pasos en las artes plásticas?

“Desde chavito me gustaba observar, dibujar y escuchar música, esas fueron los primeras cosas que hacía cuando esperaba en el auto a mi mamá mientras entregaba sus perfumes. Pero creo que mi acercamiento con el arte fue a partir de mi tía Isabel Robles, ella fue un  punto medular porque vio en mí esa chispa, me veía construir con mis juguetes, modelar con plastilina. Ella tomaba un taller de escultura, un día me invitó y fue impactante el olor del barro, el contacto con ese mundo es inolvidable y ahí hice mis primeras cosas: un hombre sentado con una capa”.

“Mi despertar a la conciencia del arte fue rotundo, los primeros años en La Esmeralda son de una enorme introspección"

“En la primaria también tuve un taller de artes y oficios, que fue un acercamiento a la tridimensión, hice un puente con palitos de paleta y palillos, y desarrollé mis primeros dibujos. Y ya en la secundaria, tuve la fortuna, porque no todos tienen este tipo de hallazgos, de que el maestro Morell nos iniciará en el dibujo técnico, pero con una mirada muy amplia, donde había elementos de diseño gráfico e industrial, hicimos trabajos con metal, pintura, esténciles, hicimos logotipos. ¿Recuerdas las galletas verdes de la película ‘Cuando el destino nos alcance’, pues yo le hice su logo y ahora puedo observar la influencia tipográfica de las cajas de perfumes en ese diseño”. 

“Mi cultura gráfica es, sin duda, la tipografía. En la prepa llevé un taller de arte y ahí aprendí a sombrearlo, a hacer ashurado, a manejar la crayolas y la tinta china, y también un trabajo que selló mi vida, un cuadro rojo que teníamos que fragmentar para después componer, y ahí se reveló mi interés por las imágenes tipo espejo, con las que experimente con mucha fascinación”. 

“También en la prepa tomé un taller de música en el que desarrollé lo que ya había en mí, un gusto musical influenciado por los discos que mi madre nos compró: una colección de la  historia de la música clásica. Ahora que si me preguntas dónde está ubicada geográficamente mi identidad musical, debo decir que en la música rusa, escuchábamos mucho a Tchaikovski, y cuando yo descubrí a Revueltas, me fascinó”.

“Durante la prepa tuvimos un grupo de rock: Aleph, y con él hicimos algo muy parecido al new age, con todo y que aún no se escuchaba nada igual en México, pero ahí estábamos nosotros experimentando”. 

¿Y qué tiene que ver la música con la escultura?

“Es curioso, porque la música me llevó a la plástica, yo siento que la percusión tiene una relación específica con lo tridimensional. El barro, la arcilla, la madera, la talla en sí, tiene un ritmo y tiene ver mucho con la música. Ahora mismo estoy produciendo instrumentos de percusiones, y ya he hecho ocarinas y aerófonos en cerámica que han ganado premios en bienales de arte”. 

El arte te hace ver el mundo de una forma distinta ¿no es cierto?

“Cuando hago mi examen para La Esmeralda viví un encuentro muy importante: la gente tenía que ver conmigo, con mi realidad, con lo que yo sentía y eso no me había sucedido nunca antes. Al meterme a estudiar arte, ahora lo veo, me salí de la vida social y ese desfase te hace mirar que hay afuera, y que hay dentro. Sales de una realidad convencional y aprendes a ver el mundo de una manera muy diferente”. 

“Mi despertar a la conciencia del arte fue rotundo, los primeros años en La Esmeralda son de una enorme introspección, hay que meterse a fondo y estar contigo: midiéndote, cuestionándote. Empezaban a trabajarse los formatos multimedia y soy de la generación a la que le tocó la transición del emblemático edificio a las nuevas instalaciones del Centro Nacional de las Artes”.

Llegaste a Cancún casi saliendo de La Esmeralda, prácticamente ha sido Quintana Roo la sede de tu desarrollo artístico.

“Si, fue una decisión vivida desde una mirada plástica, mi hermano vivía entonces en Cancún y muchas veces hicimos recorridos por la Ruta Puuc, una vez en Chetumal, contemplando el amanecer en la bahía, me agarró la chispa de venirme para acá y me vine a Cancún. Me costó mucho esa decisión porque me ya estaba trabajando en el Centro Multimedia del CNA, en el departamento de imágenes en movimiento, video y animación, y también participaba en el taller de música digital, ahora ya decir eso es hablar de lo básico, hoy los programas hablan de robótica e inteligencia emocional”.

¿Con qué ciudad te encuentras?

“Cancún fue muy difícil porque estábamos en pañales. En la primera junta que hubo de la Asociación de Pintores, aún pedía actualización en pintura y no se hablaba siquiera de multimedia. Recuerdo que la parte alta de Plaza Kukulcán estaba en obra negra y ahí algunos artistas acondicionamos el área para impulsar la plástica en Cancún, un grupo que llamamos La Fuga Fla, con Pequeño, de Monterrey; León Alva, Pablo Alvarado, Alexis Durán. Ya había profesionales como Miguel Ángel González, estaban Rocío Alzaga, Silvana Arciniega, Juan Rojas, Sergio Romero, Daniela Palacios, Horacio Cárdenas.

“Creo que lo más importante que he realizado como gestor cultural es la creación de la Bienal de Artes Visuales"

Cuando se vendieron los locales concluyó el proyecto, pero vivimos una gran integración entre artistas, incluyendo a los escénicos. Con Nicolasa Márquez, Corina Blazquez, Guillermo Talavera, formamos el colectivo ArteRoo y fue una época tan rica que combinamos los happening con la instalación, la video danza. Y fuimos interviniendo lugares como el Jazz Club Roots o las calles del centro o las plazas comerciales”.

Pablo García Robles posee una sólida carrera en las artes visuales, cuenta en su haber con más de 200 exposiciones realizadas en México, Bélgica, Italia y Estados Unidos, los últimos 10 años; ha sido un agente de cambio en las políticas públicas en materia de cultura, y formó parte del Consejo Asesor para la Cultura y las Artes que desde la acción ciudadana e independiente, dio vida al Instituto para la Cultura y las Artes de Benito Juárez.

“Creo que lo más importante que he realizado como gestor cultural es la creación de la Bienal de Artes Visuales, producto no mío, sino de la propia comunidad artística. Me atrevo a decir que 80% de los artistas han expuesto en los diferentes espacios y eventos que me ha tocado coordinar, y también entiendo que nos hace falta aún mucho por hacer, no sólo desde lo público, sino también desde lo privado”.

¿Qué sigue para Pablo García Robles?

“El Proyecto Kantunilkín es mi presente, es un proyecto independiente y personal que estamos construyendo Silvana Arciniega y yo: un taller de producción de cerámica y escultura que está pensado para la propia comunidad. Es para nosotros una oportunidad para entender nuestra identidad como quintanarroenses y para mí eso es muy importante. Quiero insertar el arte cerámico entre los niños, quiero compartir lo que sé y seguir experimentando, es mi forma de contribuir en el espíritu de éstas tierras”, concluyó el artista, también integrante del grupo Temba, donde sus percusiones tienen un doble cometido: “latir al ritmo de su corazón y crear puentes sonoros para la creación de nuevas piezas escultóricas”.

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