Noche de rock nostálgico y buena vibra con Café Tacvba
Una hermosa luna fue el testigo del show más esperado por los amantes del buen rock en el estadio Salvador Alvarado.
William Casanova/Milenio Novedades
MÉRIDA, Yuc.- No se sabe si fue por un estadio “Salvador Alvarado” pletórico, vibrante, que rendía homenaje al esfuerzo de esa columna interminable de corredores de fondo, o gracias a la hermosa Luna que, justo sobre el escenario, acechaba por las persianas.
Lo cierto es que Café Tacvba se despidió de octubre ofreciendo a esta ciudad uno de los mejores conciertos de su historia.
“Vamos a interpretar una canción de la primera vez que tocamos en Mérida, ustedes ni habían nacido”… ¡Me saludan a sus abuelitas y abuelitos!”, externó un excéntrico ser, luciendo un estrafalario saco escarlata, corbata del mismo tono. Elegante, pues.
A los pies del emblemático cuarteto de rock, bailaban y cantaban más de 3,300 corredores de más de una decena de países y vecinas entidades mexicanas, así como sus familiares y amigos, quienes no dejaban de apapachar a los desplomados fondistas que culminaron con éxito esa hazaña de mantenerse en pie veintiún kilómetros y unos metros más, los inolvidables, ahí donde un corredor pidió el matrimonio a su novia, donde las miradas se alzan al cielo, donde afloran los rezos, el agradecimiento profundo.
Todos vieron cómo ese “abuelo” del escenario, desde las primeras notas de “El fin de la infancia”, con el que arrancó el concierto, justo emanó la vitalidad de un niño de cinco años brincando, desgañitando, externando poesías y buenas vibras entre canción y canción, en el cierre del Medio Maratón Internacional del RockNRoll.
Este 2014 es la primera vez que la competencia internacional sale de Estados Unidos y escogió a una Mérida, donde los Tacubos extasiaron a los corredores y sus familiares con la magistral interpretación de piezas de su primer disco… Y un final inesperado: “Espacio”.
Los fanáticos, esos de las primeras filas, no lo podían creer ¡Rarotonga! Y los gritos y saltos de chango. El slam. Muchos de los pubertos espectadores por primera vez escuchaban esa canción en vivo, a todo color, a su más bella interpretación, nunca antes escuchada en persona. “¡Rarotonga!”, gritó el unicéfalo.
Y el cantante seguía con sus mensajes de apoyo a los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa; con sus recomendaciones a regresar sanos y salvos a casa después de la tocada; a valorar lo importante y no lo material… A reconocer el esfuerzo de los corredores que, detrás del escenario, seguían y seguían llegando.
El cronómetro de la pista de tartán ya marcaba las cuatro horas del disparo de salida. Los corredores de la tercera edad daban ejemplo de vida, de pasión por esa disciplina llamada “running”, y también daban sustos a los paramédicos cuando caían por los calambres. Los ancianos corredores se resistían a la ayuda. Se levantaban por su pie. Y seguían, ¡hasta cruzar la meta!
Mientras, el excéntrico cantante entre cada pieza se despojaba de una prenda, hasta ser uno, él mismo, en una camiseta blanca de algodón. Sin mayor adorno que su canto, su baile, sus hipnóticos movimientos. Aquel que postrado en el micrófono hizo llorar a más de uno con su interpretación final de “Espacio”.
Y de pronto, lo inesperado. En la Catedral del Deporte de Yucatán, el Estadio Salvador Alvarado, una institución consagrada al deporte y libre de humo, los cigarrillos comenzaron a contaminar a la banda. Aunque hubo decomisos y revisión de tabaco a la entrada al recinto: familiares y amigos de los corredores aprovecharon a esos vendedores que deambulaban con sus cubetas ofreciendo la nicotina.
Así, entre el éxtasis de “Chilanga banda” a la añoranza de “Eres”, los corredores olvidaron los calambres y se conjugaron en una sola persona. No les ocupó ni les preocupó confirmar el insistente rumor de que HarukiMurakami el consagrado escritor nipón y ultramaratonista era ese oriental amable, vestido de calavera en un traje especial de corredor, y con una cerveza sin alcohol en la mano izquierda, que accedía a ser fotografiado y a quien todo mundo despedía con una reverencia.
Aquí también estaban, como corredores y como amantes de la buena música, el jefe del Servicio de Administración Tributaria, Aristóteles Núñez Sánchez, y la modelo Celina del Villar. Empresarios, muchos jóvenes con sus camisetas negras y su medalla de calavera. Ellos se llevarán a sus lugares de origen el cómo se volcaron los meridanos en apoyos, en porras a lo largo del medio maratón. Aquí todos eran uno: los corredores roqueros.
(Un paréntesis: irónicamente la seguridad de los corredores se perdió justamente en la Plaza Grande, donde no hubo suficientes policías municipales y la gente que iba al Paseo de las Ánimas se metía sin miramientos, en el camino de los corredores.)
Café Tacvba se contagió de esa energía y, como un búmerang, lo regresó con más fuerza, con pasión: a diferencia de su anterior visita a Mérida, en el Corona Fest, esta noche fueron pródigos en los detalles de sus canciones, las tocaban completitas, completitas… Inédito para la chaviza que los escuchaba por primera vez en vivo.
¿Para qué les sigo contando? La próxima vez no se lo pierda.
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