EU: ¿elección mundial?

MÉXICO, D.F.- Como siempre, el resto del mundo sigue el proceso paso a paso y trata de entender cómo es que votan los estadounidenses.

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El resto del mundo sigue el proceso paso a paso y trata de entender cómo es que votan los estadounidenses. (Agencias)
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Érika Ruiz Sandoval*/Agencia Reforma
MÉXICO, D.F.- Los estadounidenses acudirán este martes a las urnas con la difícil encomienda de decidir entre reelegir a Barack Obama, un candidato con menos lustre que hace cuatro años, o votar por Mitt Romney, con la esperanza de que el recién llegado logre cambiar las cosas. Las encuestas los colocan en una suerte de empate, con Obama haciéndose con el voto del Colegio Electoral -el que importa pues-, y Romney con el voto popular.

Como siempre, el resto del mundo sigue el proceso paso a paso y trata de entender cómo es que votan los estadounidenses. En los diarios y sitios de internet de todo el mundo se publican secciones especiales sobre estas elecciones, se generan sistemas de simulación del voto para tratar de empatar el voto popular con el del Colegio Electoral y hasta hay alguien con ánimo antropológico que busca explicar por qué se vota en martes (razones religiosas, por si se lo preguntaban).

No deja de llamar la atención que también se abran páginas web para que vote "el mundo"; es decir, todos aquellos que no tienen derecho a votar pero que quisieran hacerlo porque lo que pase en Estados Unidos nos afectará a todos.

En esta suerte de "elecciones mundiales" arrasa Obama. ¿Por qué entonces hay este "empate técnico"? ¿Por qué los estadounidenses no lo tienen tan claro como los demás? ¿O a qué se aferra el resto del mundo cuando quiere que Obama se quede cuatro años más en la Casa Blanca? ¿Realmente es el mejor candidato?

 

El reto

Obama tiene un reto complejísimo que se gestó desde que hizo campaña hace cuatro años. Entonces, todo era nuevo: un candidato afroestadounidense, egresado de las mejores universidades y gran orador; el uso de las redes sociales para movilizar al electorado, particularmente al joven; la promesa de presentar una mejor imagen de Estados Unidos lejos de Iraq, de Guantánamo y de Abu Ghraib, y también la esperanza de darle vuelta a la crisis muy pronto.

Desde el resto del mundo las ganas de que todo cambiara también eran inmensas. Si no fuera así, no se entendería que le concedieran el Premio Nobel de la Paz a un Obama que aún no había hecho nada para merecérselo, salvo delinear la posibilidad de un futuro mejor para todos. Su triunfo en 2008 traía esta enorme factura de esperanza por cobrar.

Ahora, en 2012, es claro que no todo ha podido hacerse y los electores han venido a cobrar aquella factura. El supuesto país más poderoso del mundo no ha conseguido salir de la crisis. Por eso, tampoco ha sido la locomotora que necesita desesperadamente Europa para salir del marasmo en el que se encuentra y que tiene atenazado al resto del mundo, aunque haya regiones que no la pasan tan mal, como América Latina.

En el ámbito político, las crisis internacionales se multiplican y el papel de Estados Unidos ha sido, si acaso, tibio. No se ha visto aquel liderazgo al que estábamos acostumbrados ni en la Primavera Árabe ni en Siria ni frente a Irán ni ante la crisis europea. No se han terminado las guerras de Afganistán ni de Iraq. No se ha cerrado Guantánamo. Eso sí: se deshicieron de Osama Bin Laden, pero la amenaza de Al Qaeda no por eso ha disminuido. Habría que agregar lo ocurrido con su embajador en Libia, muerto a manos de una turba, o con las imágenes que hemos visto en estos días de los efectos de Sandy. Ya no son lo que eran.

Para el resto del mundo algo sí consiguió Obama: mejorar la imagen de Estados Unidos en el exterior, aunque ahora se le perciba como un actor más débil. ¿Es eso poca cosa? Yo diría que no.

¿Romney lo haría mejor? Probablemente no. Lo que pasa es que hacer los cambios que se necesitan tomará mucho más tiempo que cuatro años y hay cosas que ya ni Estados Unidos controla. ¿Y qué se puede esperar de ese país entonces? Pues que se pase otros cuatro años concentrado en recomponerse, con la mirada puesta en el ombligo. ¿Es eso malo para los demás? No necesariamente. El mundo se beneficiará más de un Estados Unidos fuerte y sólido en lo interno que de uno que, con la llaga abierta, se dedique a ir rampante por el mundo.

Obama ya no es un fenómeno; se ha vuelto humano y falible y quedó claro que no puede cambiarlo todo y tampoco puede hacerlo rápido. ¿Le darán otra oportunidad?

*La autora es analista internacional.

mn/dua

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