Crónicas urbanas: Pompa y decadencia de los cines

Era de las pocas diversiones que había hace décadas y por eso la gente formaba grandes filas para ocupar miles de butacas.

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Así luce actualmente el cine Tlatelolco que dejó de funcionar hace 17 años. (Internet)
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Humberto Ríos Navarrete/Milenio
MÉXICO, D.F.- La desaparición de los cinematógrafos de época ha sido lenta pero segura. De algunas antiguas salas solo quedan sus fachadas, algunas tapizadas de jeroglíficos y otras desvencijadas, o las dos cosas, mientras que donde hubo otras, solo hay terrenos baldíos,  o los nuevos dueños decidieron invertir en  nuevos negocios.

De otros cines, como el Tlatelolco —“el más joven de los viejos”— que dejó de funcionar hace 17 años, vecinos entrevistados dicen ignorar cuál será el destino, pero ya organizaron un nostálgico ciclo de charlas y proyección de la película francesa con la que el 23 de septiembre de 1967 fue inaugurado: La Hora 25.

Pero habrá que trasladarnos a una esquina del Centro Histórico de la Ciudad de México, donde construyeron el primer cinematógrafo del país, y comenzar el periplo con los destalles de David Contreras, quien realiza diversos tours para quienes quieren conocer zonas emblemáticas de la metrópoli.

Y es entre las calles Madero y Bolívar, en un edificio del siglo XVIII —en un letrero se lee que fue “propiedad y morada del célebre minero José de la Borda, 1775”—, donde nació el cine mexicano, dice Contreras, ya con butacas, pero es en 1986 cuando se exhiben las denominadas “vistas”.

Era una sala, el Salón Rojo, en la que no entraban más de 200 personas. “Las vistas” eran como documentales, filmados en exteriores; los desfiles del Ejército, por ejemplo, o la presencia de Porfirio Díaz.

Y la más famosa imagen,  dice el historiador, es una locomotora que va a toda velocidad y que, cuando iba de frente, hacía que el público se pusiera de pie. “Ese pequeño documental de la locomotora duró muchos años proyectándose aquí”.

—En una de las funciones asistió Porfirio Díaz.

—Así es. En las primeras funciones estuvo presente, y viendo precisamente su imagen en las primeras ‘vistas’.

—¿Y otro personaje?                      

—Agustín Lara —refiere Contreras—, pero no en calidad de artista, sino de pianista, pues fue contratado para darle vida por medio de las canciones a las películas.

—¿Y después?

—Llegará todo tipo de cine, hasta las décadas de los 30 o 40. La proyección va a ser vasta y variada. En sus inicios, el cine va a ser mudo. Es cuando empiezan a contratar pianistas.

Y más tarde, entre 1920 y 1940, crece el número de salas, pero disminuye entre los 50 y 60; en los 80, empieza una crisis de  producción, pues el cine llega a casa por medio de formatos de Beta y VHS. Esta situación lo golpea demasiado.

El historiador contextualiza:

—El cine en sus orígenes se va a combinar con teatro. Cuando ya respiró por sí solo, los empresarios separan al teatro. Pero en la década de los 80 empieza una decadencia, sobre todo porque los cines de antes estaban construidos con una capacidad impresionante: 2 mil, 3 mil, 4 mil, 5 mil butacas.

Y a pocas cuadras, sobre la calle 16 de Septiembre, casi esquina con Eje Central Lázaro Cárdenas, está el edificio de lo que fue el cine Olimpia.

Un salto de época

El Olimpia nace como cine-teatro. En 1919 coloca la primera piedra Enrique Caruso. En los altos del cine, dice David Contreras,  surgió la XEW, La voz de América Latina, que en 1930 realizó sus primeras transmisiones. Es uno de los cines más antiguos. Desapareció en 2002. Solo se conserva la fachada para dar paso a un centro comercial. Un extenso letrero anuncia: La capital del sexo.

—¿Cuál es la peculiaridad de este cine…?

—Va a haber muchos cines en el siglo XX, pero serán de caravana, cines de feria, itinerantes —dice David Contreras, quien realiza tours que parten del centro cultural José Martí—,  y aquí radica la importancia del Olimpia, uno de los más antiguos; después de 1920, comienza un auge, un esplendor de los cines. El cine Olimpia es básico en este parteaguas.

Es uno de los primeros cines denominados premier; es decir, que solo proyectan estrenos de películas. Por eso las grandes filas y la reventa de boletos.

El Olimpia y el Variedades son contemporáneos. El segundo, ubicado sobre la avenida Juárez,  frente a la Alameda, es un ejemplo de esplendor y decadencia de los cines de época, que acabaron por estropear los sismos de 1985.

—¿Qué podría decir del Variedades?

—En su etapa primigenia, los 20 y 30, va a ser un cine de lujo, de máximo esplendor, que es la etapa en que se construyen los cines, emulando la Ciudad de los Palacios. Por eso tenemos una arquitectura ecléctica, afrancesada. Después se va a convertir en un cine muy popular, ya con un concepto  del cine mexicano de la década de los 80. Esa va a ser la decadencia del cine.

—Pero vienen otros tipos de salas.

—Más pequeñas. El Variedades nació como un cine gigante. Nunca se modificó. En su última etapa estaba muy descuidado. Cierra sus puertas en 1997. Era vecino de otras salas importantes: el Alameda —ahora hay plaza con el mismo nombre—, que ya desapareció; la sala de arte Del Prado, inaugurado en 1968, también desaparecido.

Muy cerca, sobre Luis Moya, estuvo el Orfeón, que durante un corto tiempo fue convertido en teatro. Es un edificio Art Decó; igual que el cine Teresa, sobre el Eje Central Lázaro Cárdenas, hoy plaza comercial, con dos salas de la Cineteca; y el Metropólitan, sobre Independencia, transformado en sitio de espectáculos.

El Orfeón fue de los llamados cines premier, donde estrenaban películas mexicanas. “Porque había diferencia del cine premier y el cine más popular —comenta David Contreras—, llamado en el argot del barrio como cine piojito, donde la cartelera ya tenía más tiempo de exhibirse”.

Y del circuito del centro habrá que trasladarse a la unidad habitacional Nonoalco-Tlatelolco, proyectada en los 50 por el arquitecto Mario Pani, quien incluyó un cine,  que Contreras denomina “el bebé de los cines viejos”.

Salas gigantes

Como ejemplo de salas gigantes, Contreras habla del ya desaparecido cine  Florida, con 7 mil 500 butacas.

“Es difícil imaginarnos hoy esa capacidad para una o dos salas”, reflexiona el historiador. “Así era el Tlatelolco: una sola sala con casi dos mil butacas”.

—¿Y ahora qué va a pasar con este cascarón?

—Como todos estos inmuebles, desde 2002, comienza una transición: todos estos cines abandonados comienzan a venderse, y su característica es que han sido ocupados para centros comerciales.

Y aquí, frente a lo que fue la entrada principal del cine  Tlatelolco, está Griselda Vázquez Pompa, de 53 años, dueña de un puesto de periódico y revistas, quien nació, creció y se casó en esta zona. Sus recuerdos están llenos de nostalgia.

—¿Qué recuerda del cine Tlatelolco?

—Yo aquí llegué niña. El primer administrador me sacaba del cine porque yo me ponía a vender periódicos adentro y me echaba a correr. Así pasó —suspira— toda mi niñez, mi adolescencia, mi madurez y ya soy abuela.

—¿Qué le dejó el cine?

—Me dio mucho, económicamente hablando; y ahora que han venido a saquearlo, me lastimó mucho emocionalmente. Dicen que el temblor lo lastimó, pero no. Por esta puerta de enfrente sacaron seis toneladas de fierro y tonelada y media de aluminio. Metieron la mano de chango para hacer un hoyo. Aquí inclusive había un mural de un ayudante de Siqueiros y se fue a la basura. 

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