Crónicas urbanas: El amante que pactó con asesinos

Contrató a dos matones y fue apresado como culpable de homicidio doloso, un delito cuyo número, de enero a septiembre, ascendió a 559.

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Ochenta por ciento de los homicidios son por la forma negativa en que como sociedad resuelven sus problemas. (Milenio)
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Humberto Ríos Navarrete/Milenio
MÉXICO, D.F.- Las pesquisas de los agentes de Investigación eran lentas, pero seguras, por lo que se propusieron husmear otros indicios para encontrar más responsables y otros hilos de la trama donde la autora intelectual del crimen, una enfermera, andaba en busca de matones para asesinar al que había sido su esposo, un encargo que aceptó su amante, quien comentó el caso a una de sus hermanas en su domicilio de Iztapalapa y ahí fue cuando mencionaron los apodos de dos matones: El Tiburón y El Güero.

La enfermera había dado su versión, en la que relató los motivos que la llevaron a divorciarse del marido y de cómo, años después, había decidido vengarse por el desprecio y la desatención hacia sus hijos, ya que no cumplía con sus obligaciones de padre, por lo que ella tenía que trabajar horas extras; faltaba, por lo tanto, el testimonio del amante, quien había sido su paciente en un hospital de especialidades, y cuya versión solo variaría en matices y detalles, pues en esencia era lo mismo.

Días después de ese 26 de agosto, cuando la enfermera de 48 años fue detenida para ser entrevistada sobre la desaparición de su marido, la policía por fin rastreó el paradero de su amante, quien fue presentado para que desembuchara. El presunto despepitó algunos pormenores. La historia era la misma; nada más faltaban algunos datos para armar, al menos, otra arista del rompecabezas.

De ese caso, como sucede en otros más, quedaban fragmentos a la deriva, pues el perfil de los asesinos apenas aparece de manera difuminada, por lo que no solo faltaban detallar los impulsos que avivaron sus instintos —“no me imaginé la crueldad”, diría la enfermera, quien había solicitado un préstamo para solventar el asesinato —, sino que fuera localizado y hablara otro actor en este entramado: el amante.

Y siguieron sus rastros.

***

Aquel hecho del 10 de agosto, del que ya había avances en la indagatoria, formaba parte de los 559 homicidios dolosos ocurridos en el Distrito Federal, durante el periodo de enero a septiembre, según balance del Consejo Ciudadano de la Ciudad de México, cuyo análisis muestra que siete de cada 10 asesinatos están relacionados con riñas, venganzas y motivos pasionales.

“Es decir, 80 por ciento de los homicidios son por la forma negativa en que como sociedad resolvemos nuestros problemas”, comentó el pasado lunes Luis Wertman, presidente de ese organismo civil, durante la presentación del Reporte de Índice Delictivo que abarca ese periodo.

Y aquel asesinato parecía estar precedido por una mezcla de venganza y motivos pasionales, pues la mujer había mostrado demasiado enfado, mientras que el amante acumulaba odio, como consecuencia del proceder de aquel hombre con el que la enfermera había concebido tres hijos.

Siete de cada 10 asesinatos en México están relacionados con riñas, venganzas y motivos pasionales

Porque el amante era colérico, y lo demostró una vez más el día que amenazó con llegar a casa de su amada, quien le suplicó que no cometiera tal imprudencia, pues estaba de visita el padre de sus hijos; pero él no hizo caso y desde la banqueta, frente a su domicilio, comenzó a hostigarla.

El amante sería detenido por los agentes de Investigación el 26 de agosto, como presunto culpable del delito de homicidio doloso.

“Modus operandi: al tener a la vista a la víctima la suben a su vehículo —dice el informe policíaco — y posteriormente con dos balazos lo privan de la vida”.

Un crimen con arma de fuego, a pesar de que más de ocho mil de éstas han sido intercambiadas por despensas y computadoras en los últimos 9 meses de este año.

Pero no todos los dueños de armas están dispuestos a intercambiarlas, como aquellos que utilizaron la suya para matar al exmarido de la enfermera, quien ya había comentado sus intenciones al amante, mismo que a su vez soltó un comentario en casa de su hermana en el sentido de si conocían a personas que pudieran hacer “un trabajo”, refiriéndose a terminar con la vida de su rival en amores, y entonces salieron a relucir dos apodos: El Güero y El Tiburón.

***

Los agentes comisionados para investigar el asunto cumplieron órdenes del fiscal y se lanzaron a la pesquisa de El Güero y de Armando, este último amante de la enfermera, quien ya había sido detenida como pieza principal del complot declaró incluso que solicitó un préstamo de 40 mil pesos en su trabajo— para desaparecer a su marido.

Indagaron el domicilio de Armando en la colonia Desarrollo Urbano, delegación Iztapalapa. Los policías efectuaron una vigilancia encubierta, como ellos la denominan, alrededor de la vivienda.

Para esa misión, asimismo, demandaron el apoyo del Centro de Monitoreo, el C4, una de cuyas cámaras están en las cercanías de la dirección anotada, de modo que era cuestión de esperar que el presunto culpable estuviera al alcance del ojo electrónico, y así sucedió.

Ese día, el 26 de agosto, después de varios minutos al acecho, los agentes fueron informados que una de las cámaras había enfocado a un individuo que casaba con las señas de Armando, quien en ese momento se había parado junto a un puesto de jugos. El hombre, de 24 años, vestía sudadera azul y pantalón blanco. Los tres agentes caminaron hacia él.

El presunto culpable no se resistió y fue trasladado a oficinas de la Fiscalía Desconcentrada en Tláhuac, donde admitió que tenía una relación sentimental con la enfermera, a la que conoció en un hospital público, en el que “recibía un tratamiento de nutrición a base de diálisis”.

En un lapso de cuatro meses trabaron amistad e intimaron. La enfermera le comentó que ya estaba “harta” del exmarido y “quería que lo desapareciera”. Y le detalló su plan. Armando, por su parte, se ofreció a buscar sicarios. Una tarea que le ayudaría a resolver su hermana.

Y llegó el 9 de agosto.

Ese día, a las diez de la noche, Armando, su hermana, El Tiburón y El Güero aguardaron, a bordo de un vehículo, afuera de la unidad habitacional, donde vivía la enfermera, y esperaron “a que saliera el hoy occiso”, quien ya cerca de su auto, modelo 2004, fue abrazado por “El Güero para meterlo al Cirrus, color vino, mientras el entrevistado —dice el informe, refiriéndose a Armando— se puso tras el volante “para salir de la unidad habitacional y una vez que salieron y avanzaron dos calles, éste se bajó casi llegando a la calzada Ignacio Zaragoza”.

Los dos presuntos asesinos acudieron al domicilio de Armando para avisarle que habían matado de dos balazos en la cabeza al secuestrado

Ahí los esperaba El Tiburón, quien lo relevó, mientras Armando regresó a su auto, que se había quedado frente a la unidad habitacional y a bordo del cual lo esperaba su hermana.

Un día después, los dos presuntos asesinos acudieron al domicilio de Armando para avisarle que habían matado de dos balazos en la cabeza al secuestrado, y que para borrar evidencias el auto estaba siendo desmantelado en casa de El Güero, un hecho que el amante de la enfermera corroboraría con sus propios ojos.

Armando —añade el reporte policiaco— preguntó por el cadáver y los sicarios dijeron que lo habían tirado en las minas de Tláhuac, por lo que comenzaron a exigir el dinero ofrecido.

Desde esa posición, presionado por los matones, entrampado, el amante insistía en comunicarse con la enfermera, pero ésta no respondía, hasta que el 25 de agosto recibió una llamada de ella a su celular y le pidió que se vieran al día siguiente, frente al hospital, sobre avenida Cuauhtémoc, con lo que Armando estuvo de acuerdo y salió de su domicilio, a eso de las nueve de la mañana, directo a ingerir un jugo.

Y allí lo pescaron.

Ahora faltan El Tiburón y El Güero.

Y la hermana.

Los buscan en aguas tlaxcaltecas.

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