Crónicas Urbanas: Plagio y muerte, un caso no resuelto

En espera de respuestas familiares y amigos de un joven secuestrado en el trayecto de Pachuca a Huayacocotla, Veracruz.

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El secuestro es uno de los crímenes más recurrentes en México. (Agencias)
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Humberto Ríos Navarrete
MÉXICO, D.F.- La señora Angelina Butrón Delgado escuchó la noticia por el auricular y sintió desmayarse. Detuvo la respiración y soltó el aire. Una y otra vez. Dio vueltas y volvió a sentarse. Estaba en su casa de la Ciudad de México. Esa noche, entre el 17 y 18 de noviembre de 2012, no pudo dormir. Lloró.

Un familiar le hablaba desde Huayacocotla, Veracruz, para informarle sobre el secuestro de un sobrino suyo, Misael Butrón García, de 29 años, a quien llamaba “mi angelito”, y recordó las veces en que el muchacho viajó al DF y ella lo esperaba en la Terminal de Autobuses del Norte.

Era casi la medianoche de ese sábado. No estaba segura de haber escuchado bien. Quedó sentada. En shock. Se levantó, escudriñó el teléfono y corroboró la llamada. En su mente se atropellaron escenas. Imaginó a su sobrino con mucho sufrimiento, pidiendo ayuda, desvalido.

Descendió las escaleras, despacio, parsimoniosa, pues sentía que le estallaba la cabeza, y miró a su esposo.

“Apaga la televisión porque te tengo que decir algo”, le dijo y comunicó la mala noticia, para luego soltar el llanto mientras él la abrazaba y entre lágrimas le decía que todo se iba a resolver.

Y esperaron más noticias.

Ellos, en el DF.

—¿Y cómo era Misael?

—Como si fuera mi otro hijo —responde Angelina, cuyos recuerdos exprimen sus ojos, pero logra enjugar sus lágrimas—, porque había un lazo emocional y afectivo. Mire —abre el bolso— aquí está una foto de él. Cuando me hablaba por teléfono siempre me cotorreaba. Yo preguntaba que quién hablaba y él respondía: “Tu admirador”.

La mujer evoca extraños sucesos durante el cortejo fúnebre —celebrado con sigilo y temor el 9 de diciembre—, como aquel momento en que llevaron el caballo de Misael para que “se despidiera” de su dueño y entonces el animal rozó con la trompa el féretro.

—¿Eso pasó? —se le pregunta.

—Sí, lo besó —interpreta la señora Angelina, de profesión odontóloga, quien ahora deja escurrir sus lágrimas y calla un momento para luego continuar —y lo atestiguaron unas mil personas. A mi sobrino le encantaban los caballos y ése lo había comprado con muchos sacrificios.

Día de la Virgen

O el hecho ocurrido el 12 de diciembre, día en que los Butrón acostumbran llevar mariachis a la virgen de Guadalupe en la iglesia de San Pedro Apóstol de Huayacocotla: sabían que hace tiempo Misael había prometido diseñar un arco de flores; pero quedaron estupefactos cuando el dueño de la florería llegó a colocarlo.

—Señor, su hijo dejó pagado este arco —dijo el dueño de la florería al papá de Misael, mientras lo ponía junto con un listón amarillo y un letrero: “Donado por el ingeniero Misael Butrón García”.

Ese día iba a cumplir 30 años.

***

Misael tenía un auto marca Audi, que usaba en la ciudad de Pachuca y para trasladarse los fines de semana a Huayacocotla; a la Ciudad de México, cuando visitaba a su tía, lo hacía en autobús, pues no le gustaba manejar en el DF. Dejaba el carro en la capital hidalguense, donde trabajaba.

Era el hermano mayor de tres, hijos del matrimonio formado por Alberto y María Luisa, quienes ahora viven temerosos y se sienten indefensos, sin nadie que les informe en qué consistió la labor realizada por los dos policías federales, hombre y mujer, que prometieron encargarse de todo, e incluso les sugirieron que no denunciaran el secuestro.

Después de encontrar el cadáver, desfigurado del rostro y con señas ostensibles de tortura en todo el cuerpo, ya no supieron nada de si hubo algún reporte oficial, por lo que enviaron un escrito al presidente Enrique Peña Nieto, con copia al secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, al procurador Jesús Murillo Karam y a los gobernadores de Hidalgo y Veracruz, Francisco Olvera y Javier Duarte de Ochoa, así como a organizaciones no gubernamentales. En la carta relatan los hechos y reclaman justicia.

Pero no hay respuesta.

Un día, en el ínter de las supuestas negociaciones de los policías, la hermana de Misael recibió una llamada telefónica de un individuo que le exigía dinero. Colgó y cambió su teléfono. Otro golpe a la vulnerabilidad.

***

El 17 de noviembre, a las 17:45, Misael se dirigía de Pachuca a Huayacocotla, como lo hacía cada fin de semana, a bordo de su vehículo.

Los padres se preocuparon y trataron de comunicarse, pero la llamada no entraba. Pensaron que en la carretera la cobertura telefónica es restringida y esperaron su llegada. Pero no sucedió.

Y fue hasta las diez de la noche cuando Alberto Butrón, padre de Misael, recibió una llamada telefónica de su hijo, quien le decía que lo habían secuestrado; de inmediato escuchó otra voz para exigirle 8 millones de pesos para poder liberarlo.

La voz le advirtió que no avisaran a las autoridades, “porque las tenemos compradas”.

Media hora después recibió la segunda llamada. Le decían que si iban a negociar o no. Alberto respondió que sí, pero que era demasiada la cantidad. El delincuente bajó la tarifa a 5 millones, pero el padre de la víctima le dijo que jamás podría reunir dicho monto.

Y aquél colgó el teléfono.

El padre de Misael se reunió con su familia para informar de lo ocurrido y decidieron reportarlo a las autoridades federales.

El 18 de noviembre por la tarde llegaron dos agentes, hombre y mujer, que dijeron pertenecer a la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada. Días después, sin embargo, se sabría que eran de la Policía Federal. La cosa había empezado mal.

Los policías advirtieron a la familia que no formalizaran ninguna denuncia, pues de lo contrario, advirtieron, se retiraban.

“Nos hicieron confiar que ellos, por la vía pacífica, negociarían y liberarían a mi hijo con vida”, relata en la carta enviada a diversas autoridades.

El 19 volvió a comunicarse el hijo secuestrado con su padre y le dijo que “primeramente Dios todo iba a salir bien, pero el secuestrador le arrebató la bocina y me dijo que si ya tenía el dinero”.

Alberto le dijo que estaban haciendo todo lo posible, pero el delincuente colgó el teléfono. Los policías, que habían escuchado la conversación, le dijeron que ofreciera una cantidad menor.

Y mientras eso sucedía, familiares y amigos, tanto en Huayacocotla como en el DF, realizaban lo que se conocen como “cadenas de oraciones”, con veladoras prendidas, y repartieron 60 fotografías de Misael, impresas en gran tamaño, que colocaron en altares.

Del 19 al 26 de noviembre, los policías no realizaron ninguna actividad, ni cruzaron palabra con los padres de la víctima.

Ese último día, 26, los secuestradores se comunicaron y “me dijeron que desde el día 22 ya le habían hecho daño a mi hijo y nuevamente colgó”.

Alberto comunicó lo sucedido a los policías y éstos le dijeron que esa “era una estrategia” que los secuestradores “utilizan para presionar más, que necesitábamos esperar la siguiente llamada, la cual jamás llegó”.

El 7 de diciembre le avisaron al padre de Misael que en la morgue de Huayacocotla había un cadáver, que habían encontrado en un barranco, y que se presentara para verificar si era el de su hijo, “haciéndose muy complicado por la forma en que fue hallado, puesto que su rostro era irreconocible; únicamente por señas particulares y su vestimenta fue posible su reconocimiento”.

Los policías se retiraron.

Y atrás quedó la zozobra.

Mientras tanto, alguien maneja un Audi —que no es de su propiedad—, color plata, tipo A4, modelo 2002, placas MJX-7135, motor AMB006792.

Esa noche del hallazgo, una procesión, que había partido de Huayacocotla, sin que los integrantes de la misma supieran la nefasta noticia, se dirigía a la Basílica de Guadalupe, en el DF, con carteles que mostraban la fotografía de Misael, quien durante años participó en ese mismo rito.

Esta vez solo iba su imagen.

Y las plegarias por él.

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