Crónicas Urbanas: Un torero 'bendito' en la Suprema Corte

Faltaban tres años para que Javier Escobar se ordenara como sacerdote, pero abandonó el seminario para probar suerte en la tauromaquia.

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Javier Escobar Hernández dejó su carrera de matador por una oportunidad de trabajo en la Suprema Corte de Justicia de la Nación. (Imagen de referencia/Archivo/Notimex)
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Humberto Ríos Navarrete/Milenio
MÉXICO, D.F.- Era un jovencito cuando resolvió ingresar al seminario, invitado por parientes suyos, quienes se habían inclinado por el sacerdocio; sin embargo, a los 24 años, cuando faltaban tres para ordenarse como sacerdote, decidió desertar pues pudo más su afición por el toreo.

Esta inclinación que, capote en mano, lo llevó a recorrer plazas donde practicó lo que él llama arte, de manera especial La Hincadilla, esa suerte que consiste en arrodillarse y clavar un par de banderillas en el cogote del animal.

Pero “algo” sucedió en la carrera de aquel matador, apodado El Fraile, pues un día de hace 17 años ingresó como empleado de limpieza en la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

—¿Se arrepintió de estudiar?

—No, pude haber terminado el seminario pero primero hay que llenar una necesidad como ser humano y explotarla; entonces, por convicción, decidí ser torero —responde Javier Escobar Hernández.

—¿Y por qué seminarista?

—Tenía la vocación, y no es que un animal pudiera más que Dios, no, creo que para servir a Dios es bueno cualquier ámbito.

—¿Su padre fue torero?

—Sí, mi padre, Julio Escobar, que en paz descanse, se ponía Curro de Tacuba porque vivía en Tacuba. Los domingos ya era costumbre ir a misa con la familia y por la tarde a la fiesta de toros, a la fiesta más grande y bella. Mi madre dice que un poquito más, en 1955, y nazco en la Plaza de Toros México.

—¿Su debut como novillero?

—Fue el 18 de julio de 1982, en la plaza de toros La Florecita, en Ciudad Satélite, que era antesala de la México.

—¿Y su mejor corrida?

—Bueno, creo que hay muchas, pero la que más recuerdo es la del 15 de enero de 1984, donde realmente fue algo explosivo, recordarla me hace vibrar muchísimo porque fue una tarde donde se complementó todo.

—¿Por qué?

La pregunta hace suspirar a Escobar Hernández, vestido con una bata azul de intendente, mientras imagina el encierro de aquella tarde, con La Florecita a tope.

—¿Por qué? —pregunta y describe—, porque fue una tarde donde los toreros esperamos que hubiera ambiente: la plaza, los periodistas, el clima, los toros.

Esa tarde fue inolvidable para mucha gente, para la afición, fue una tarde donde puse un par de banderillas hincado que, gracias a Dios, me salió dibujado, pintado; esa tarde salió el toro de la ganadería de San Judas Tadeo, de don Sergio Rojas, buenísimo, salió muy claro; dije: ahorita es el momento y me hinqué, corté las banderillas, lo quebré en todo lo alto, fue un par memorable, creo que ese par de El Fraile ahí quedó.

***

Durante su época de gloria, El Fraile alternó con Curro Rivera, Mariano Ramos y El Zotoluco, entre otros, pero aquello quedó atrás, solo recuerdos, historia, pues hace 17 años entró a laborar como intendente en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, desde donde defiende a capa y espada el toreo.

La entrevista se lleva a cabo frente al mural “La historia de la justicia en México”, plasmado en 290 metros cuadrados —cubre tres niveles de la Suprema Corte—, del pintor Rafael Cauduro, quien “aborda el tema de la justicia, caracterizada por sus limitaciones, fallas y problemas no resueltos”.

—¿Qué pasó con El Fraile?

El hombre, de 58 años,  parece ensimismarse, y de la emoción con que habló de la corrida de 1984, pasa a una especie de tristeza.

—Desgraciadamente a mi administración le faltó muchísimo —comenta, refiriéndose a la empresa que lo representaba.

—Pero tiene un trabajo aquí en la Corte —se le comenta, tratando de reanimar a quien de vez en cuando lidia en algún escenario de municipios cercanos.

—Afortunadamente, sí (tengo trabajo), porque desgraciadamente la administración se vino para abajo y no pude seguir toreando por falta de oportunidades, entonces había la necesidad de cubrir gastos, ya sabe, y tuve la oportunidad de entrar aquí (a la Corte...)

—¿Cuál es el destino de los toreros?

—Lo que quisiéramos todos es vivir en el ruedo, es decir, morir como toreros,  y ojalá tuviera la oportunidad de seguir porque El Fraile sigue vigente; mi toreo es explosivo, impactante y tengo mucho para dar todavía, solo necesito una oportunidad y ojalá hubiese alguien por ahí que se acercara…

***

—¿Quedó El Fraile a medio camino?

—Pues es un fenómeno que hasta la fecha no me explico, creo que en todas las plazas que salí me la jugué y fui lo más honesto, en todos esos lugares he triunfado, pero no sé qué pasó realmente y quisiera saberlo.

—¿Y qué piensa de las personas que están contra las corridas de toros?

—Bueno, siento que es un escaparate, más que nada, persiguen otros fines porque el toreo nunca va a morir, es un arte, y el arte es un sentimiento, es sensibilidad, lo que mueve al ser humano en sus partes sensibles, es lo que proyecta, el toreo proyecta arte.

—¿Matar un toro es arte?

—Bueno, así lo ven ellos, matar, pero no, creo que hay una parte muy sensible en lo que está haciendo un torero frente al animal, es doblegar la fuerza bruta con la capacidad del ser humano, es donde se amalgama, realmente, la fuerza con la inteligencia, y ahí brota el arte.

—¿No cree usted que el siguiente paso sea prohibir las corridas de toros?

—Hay muchas cosas que son más crueles, creo que al circo lo han desaparecido y no creo que sea justo, porque es una fuente de trabajo para muchos, es un espectáculo sano donde se divierten desde un niño hasta los abuelos.

El Fraile se prepara cada mañana, dispuesto a trabajar mientras recuerda con orgullo una suerte de la que asegura ser el autor: La Hincadilla.

Y allá va Escobar Hernández, nostálgico, quien parece usar el trapeador, su utensilio de trabajo, como capote sobre los relucientes pisos de la Corte.

Y ya por último, comenta que estudia el segundo trimestre de la carrera de derecho en una universidad privada.

—¿Por qué?

—Para saberme defender —responde sonriente—, porque todos se lo quieren comer a uno.  

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