Hay de payasos a payasos

No todos le tienen miedo a quienes se pintan la cara, pero quienes les temen parecen tener complemente justificada su fobia.

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Algunos payasos hacen desternillar de risa a los niños, pero otros son capaces de hacer llorar y temblar a los adultos. (Milenio)
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El Angel Exterminador /Ignacio Trejo Fuentes/Milenio
MÉXICO, D.F.- En su libro Descuartizadores (de Jack el Destripador al Caníbal de la Guerrero), Edgar Escobedo Quijano cuenta que John Wayne Gacy, conocido como el payaso Pogo, asesinó por lo menos a 33 jovencitos luego de violarlos: los enterró en el jardín de su casa de Chicago o en las riberas del río Des Plaines.

El torvo sujeto era bienquerido en su comunidad porque hacía labores altruistas, y se codeaba con el alcalde y otras personalidades de la ciudad y aun del país: varias veces actuó como payaso ante los hijos de Rosalyn Carter y Nancy Reagan, en su turno primeras damas de Estados Unidos. Mas eso no impidió que en 1968 fuera enviado a la cárcel acusado de abuso de menores. Solamente estuvo preso año y medio, y salió dispuesto a devorarse al mundo, o cuando menos a tres docenas de púberes, todos ellos guapísimos.

Los payasos remiten, en la mayoría de los casos, a la imagen de actores simpatiquísimos que hacen desternillar de risa a los niños y a los papás de los niños. Vestidos estrafalariamente —como payasos—, con el pelo pintado, nariz roja de pelota, maquillaje excesivo, trajes multicolores y zapatones inverosímiles, estos personajes suelen ser asociados con la bondad y la paz, aunque es frecuente que los pequeños y aun sus mamás les tengan pánico. Pero hay de payasos a payasos. (Hay que leer Opiniones de un payaso, de Heinrich Böll.)

La buena y la mala

Mi amiga Sandra Guadalupe debió viajar en un camión urbano y le tocó sentarse a la mitad de la fila izquierda, desde donde miraba los estertores del monstruo urbano del otro lado del cristal. Y vio que dos clowns abordaron el armatoste, colocándose, uno, en la parte posterior, y otro, junto al chofer.

Alternándose las voces, anunciaron: “Señores pasajeros y pasajeras: les tenemos dos noticias, una buena y una mala. La buena es que hoy es día de quincena, y la segunda es que esto es un asalto, así que suelten todo lo que traigan o se los carga la chingada”.

Dice Sandra Guadalupe que ella, como el resto de los pasajeros, no podía creer lo que estaba viendo y escuchando, que cuando vio a los payasitos treparse al camión pensó que harían un numerito gracioso para ganarse algunos pesos; menos creyó que ángeles de bondad como esos portaran sendas pistolas. Y ni modo, como los demás, tuvo que apoquinar: su reloj, su teléfono celular y dinero: en efecto, era quincena.

Recuerdo este episodio porque acaba de repetirse en el tramo del Periférico que va del Toreo de Cuatro Caminos a Satélite y anexas. Fue igual, solo que no era día de pago, pero de todos modos María Luisa, estudiante universitaria, debió entrarle con su celular y lo de sus pasajes. Y cuenta que al final del atraco casi todos los asaltados lloraban, incluidos señores de bigote: a uno de éstos lo tundieron los payasos por negarse a entregar sus pertenencias.

Y al día siguiente de este segundo atraco, debí ir en microbús precisamente del Metro Cuatro Caminos a Plaza Satélite, para visitar a mis hijos, que viven por ahí. Y vi que dos jóvenes payasos, vestidos como debe de ser, hacían la parada al micro, a mi micro. Como pude, nervioso, sudando, casi a punto del soponcio, dejé mi asiento y me bajé por la puerta trasera, justo en el momento en que aquéllos subían. 
El microbús arrancó, de modo que ya no pude ver si esta vez los payasos eran simples pasajeros, si hicieron su rutina para ganar monedas o eran los mismos —o similares— que atracaron a Sandra Guadalupe, María Luisa y demás pasajeros las ocasiones anteriores.

Desde entonces, y luego de leer acerca de Pogo, el payaso asesino, tiemblo como hojarasca al mirar payasos, donde quiera que estén. Me he prometido no ir jamás al circo, ni a fiestas infantiles, y, por supuesto, Brozo nunca me pareció tan siniestro, de manera que los viernes por la noche hago tiempo para que termine su programa del Canal de las Estrellas y me entretengo en la cantina con mis amigotes, que son verdaderos payasos, aunque inofensivos.

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