Crónicas urbanas: Historia de un padre justiciero

Ocho años después de su desaparición y del arresto de tres personas, el papá de una joven continúa en su búsqueda.

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Mónica Alejandrina Ramírez Alvarado, de 21 años, salió de su domicilio, en Ecatepec, Estado de México, pero ya no regresó. (Milenio)
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Humberto Ríos Navarrete/Milenio
MÉXICO, D.F.- El 14 de diciembre de 2004, a las 10:00 horas, Mónica Alejandrina Ramírez Alvarado, de 21 años, salió de su domicilio, en Ecatepec, Estado de México, pero ya no regresó.

Esa mañana avisó a su familia que iba a entregar un trabajo a la ENEP-Iztacala, donde cursaba el último semestre de Psicología. Su padre, que resiste complicidades y amenazas, no para de buscarla e investigar por su cuenta.

La situación los obligó a vivir en otra entidad, desde donde el médico se desplaza y presiona a las autoridades. En ese lapso han caído tres involucrados, entre ellos un amigo de Mónica, quien “la puso”, y un vecino con un largo historial delictivo. En sus pesquisas, el médico ha topado con abulia y corrupción policiaca en el Estado de México.

Y fue un día después, mientras la familia y amigos, encabezados por el padre de Mónica, médico Manuel Ramírez Juárez, repartían carteles con la imagen de su hija frente a la estación Martín Carrera del Metro, cuando una vendedora de “pays” miró la foto y dijo que la mañana anterior había subido a un auto “oscuro” estacionado en la calle. Fue el primer indicio.

Desaparición

Los padres de Mónica comenzaron a preocuparse debido a la demora de su regreso, por lo que horas después, 23:30, se apersonaron en la Subprocuraduría de Justicia estatal, en San Agustín, municipio de Ecatepec, y anotaron sus nombres en una libreta donde ya había siete personas.

Poco antes de salir de casa habían recibido una llamada telefónica de Jesús Martín Contreras Hernández, compañero de Mónica, y preguntó por ella, ya que él y su novia, Marcela, según dijo, estaban preocupados porque no la habían visto. Ese telefonema los angustió más.

El médico y su esposa, mientras tanto, esperaban a que los atendieran, pero vieron que los empleados tomaban café y platicaban, de modo que a las 00:30 decidieron salir, pero antes hablaron a su casa para preguntar si había llegado Mónica. La congoja aumentaba.

Y optaron por ir al Centro de Atención de Personas Extraviadas y Ausentes (CAPEA), de la Procuraduría General de Justicia del DF, donde los atendieron bien, pero les dijeron que era importante volver a San Agustín e iniciar una averiguación previa. Y volvieron.

De regreso pasaron por los hospitales de urgencias de La Villa y Magdalena de las Salinas, pero no había pacientes con las características de Mónica, cuyo teléfono, siempre que hablaban, los remitía al buzón. A las 05:00 llegaron a su domicilio.

Esa mañana, a las 9:00 horas, el médico partió a la oficina del entonces presidente municipal de Ecatepec, Eruviel Ávila, y de ahí lo enviaron a otra oficina, la de Atención a la Comunidad, donde expuso el caso.

Una funcionaria lo acompañó a la subprocuraduría de San Agustín. Esa vez sí lo atendieron e hizo una “denuncia de hechos”. Luego pasó con un “comandante Abad” y otros agentes, quienes le hicieron preguntas.

La funcionaria de Atención Ciudadana pasó a la oficina de los agentes, estuvo unos minutos, salió y se dirigió con el médico, a quien le dijo:

—Ya hablé con los policías y ya sabe usted lo que quieren.

Mónica definió a su padre: “da la vida por mi”, y el doctor sigue buscando justicia

—¿Y qué quieren?

—Dinero, doctor, póngase de acuerdo…

El doctor se molestó y fue a su casa y fotocopió el cartel que habían diseñado en CAPEA, mismo que él y su familia repartieron en el trayecto habitual de su hija: de la colonia Jardines del Tepeyac, hasta las estaciones del Metro Martín Carrera y Rosario, donde abordaba un camión a Los Reyes Iztacala.

Uno de los primos de Mónica, que pegaba el cartel frente a la estación Martín Carrera, se sorprendió cuando una vendedora de pays le dijo que “conocía a esa muchacha”. La mamá de Mónica platicó con la vendedora y ésta ofreció pormenores.

La señora le habló a Jesús Martín Contreras y preguntó si conocía a alguien que tuviera un carro “oscuro”, pero él contestó que no; ya por la noche, fue con su novia Marcela, para “investigar —según el doctor— lo que sabíamos del carro oscuro”.

La madre de Mónica les dio un paquete de carteles para que los repartieran en la escuela, pero no lo hicieron. Dijeron que estaban de vacaciones.

El 18 de diciembre, a las 0:30, el doctor recibió un mensaje de texto del teléfono de Mónica: “Si quieren recuperar a Ale, necesitamos la cantidad de 250 mil pesos para el lunes. Sin mamadas”. Fue un sábado.

Hacíamos oraciones con la familia —recuerda el doctor Ramírez— y yo les dije: “No se preocupen, al menos ya sabemos que Mónica está viva”.

Hablaron a la AFI. Ese día llegaron dos agentes y conversaron. Uno de ellos iba todos los días. 
El domingo recibió un segundo mensaje: “Ya está el dinero o ya sabes lo que se siente vivir sin ella”. Y al día siguiente, el tercero y último: “Ya está el dinero o quieres que te llegue a pedazos”.

El doctor no se quedó con los brazos cruzados —el AFI le decía que esperara más llamadas— y contrató a un detective, quien logró copiar “las sábanas” de los números telefónicos que entraban y salían del aparato de su hija. Éstos coincidían con el teléfono de la casa de Jesús Martín Contreras, quien aceptó tener el aparato de Mónica, pues ella, según él, se lo había “regalado porque me gustaba mucho”.

El doctor le dio la información al agente y éste le dijo que siguiera esperando. Pasaron los días. 
Nada. Fue a la entonces SIEDO y comisionaron a otro agente. Le dijeron que tenían información “muy importante”. Esto lo emocionó, pero luego sintió coraje, pues era los mismos datos que él había indagado. Y se burlaron de él.

Fue a la procuraduría del DF, con su carpeta de pesquisas, y lo recibió el procurador Bernardo Bátiz, a quien Ramírez dijo que vivía en el Estado de México, pero que el hecho había ocurrido en el DF. Y mes y medio después apresaron a Jesús Martín Contreras.

Y supo más del complot.

En octubre de 2006, narra el doctor, mataron a René Bravo Vargas, empleado de la Dirección General de Reclusorios, quien fue comisionado al penal Oriente, donde, según testimonios de parientes, a petición de la AFI, investigaba el homicidio de Mónica; y ahí conoció a Jesús Martín, quien le dijo que él nada más “puso” a Mónica.

Y salió a relucir el nombre de Marlon Gaona —hijo de Martín Gaona Rojas, exagente judicial del DF y mexiquense, preso por matar a un abogado—, quien es el victimario directo de Mónica, según la averiguación previa FSPVT2/493/05-04, ya que mientras ingería bebidas alcohólicas reveló que “había hecho pedazos a la hija del doctor, de la calle Azucena, y que la había metido en una maleta”.

El doctor investigó que en la subprocuraduría de San Agustín hay una averiguación previa por robo de vehículo con violencia, donde Brian Remy Israel Alvarado Medina declara que ese ilícito lo cometió “con mi amigo Marlon”, pero solo Brian fue sentenciado.

Era, es, el mismo Brian Remy que en 2006 le habló al doctor para extorsionarlo —quería 70 mil pesos— y le entregó cinco mil pesos. En ese momento pasaba una patrulla y lo apresó. Pero siguió el proceso en libertad.

Y ahí fue cuando el doctor supo que Brian Remy vivía en su misma colonia, Jardines del Tepeyac, y que es primo de la novia de Jesús Martín, quienes 21 días antes habían invitado a bailar a Mónica. Además de Brian los había acompañado Marlon, ahora en distintos penales.

El año pasado se descubrió que Marlon lideraba una banda de secuestradores desde la penitenciaría de Santa Martha Acatitla.

Esperanza

Pero nada desanima a Manuel Ramírez Juárez, exmédico rehabilitador del IMSS, quien se jubiló hace año y medio y ahora invierte su pensión y energía, a pesar de estar enfermo, en buscar a su hija. Ese es su objetivo, dice, como cuando de joven se propuso hacer una especialidad en medicina y no descansó hasta lograrlo.

“Ha pasado el tiempo y ellos quieren que se enfríen las cosas, pero yo no voy a quitar el dedo del renglón, porque lo que yo quiero es justicia: que aparezca mi hija, viva o muerta, para terminar con esta incertidumbre”, dice quien recuerda que en la computadora de Mónica encontró la definición que ella hizo de sus seres queridos: “Mi papá da la vida por mi”.

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