Dejan familia y tierras por 500 pesos al mes

Los hombres de la comunidad oaxaca deciden dejar su pueblo para ganar 500 pesos al mes en Baja California.

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Indígenas mixtecos han salido de sus comunidades para buscar mejores oportunidades, algunos como jornaleros en Baja California. (Héctor Téllez/Milenio)
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Érika Flores/Milenio
OAXACA/BC.- Molido de frijoles y tortillas. Ayer, esa fue la comida en casa de Daniel Lázaro Álvarez Pérez; pero hoy no sabe qué comerá porque en su cocina de adobe es todo lo que hay. “Por eso nos vamos a la Baja, a recoger frutas y verduras en los campos agrícolas”, afirma. 

Él es la máxima autoridad aquí en Guadalupe Nundaca, una comunidad de 800 habitantes (poco más de cien familias) que pertenece al municipio de San Sebastián Tecomaxtlahuaca, en el estado de Oaxaca. Un lugar donde la única opción laboral significa ganar 500 pesos al mes, si bien les va.

“Pos no tengo dinero, tengo señora, seis hijos, van a la escuela ¿Onde vas a sacar dinero para sacar la familia? ¿Quién va a detener eso?” se cuestiona en un español muy básico. “Si te quedas aquí casi no trabajas, solo siembras maíz, cuidas tu milpa y arrancas la hierba” dice mientras pasa su mano por la cabeza, con gesto de preocupación.

Aquí Daniel Lázaro es el agente municipal (responsable político y administrativo) de un lugar con calles vacías y pocos habitantes. Desempeña su cargo con gusto aunque por compromiso, porque en este pueblo de usos y costumbres ser agente es una de ellas y ni modo; este año le tocó. 

“¡Qué nos van a pagar! Es un servicio a la comunidad; hay muchas necesidades, pero cuando pedimos dinero a la autorida (sic) en San Sebastián siempre dicen que no hay. Si ora tengo maíz y frijol es porque el año pasado trabaje la milpa y guarde un poco”.

Guadalupe Nundaca se ubica en la sierra mixteca, camino hacia los poblados más necesitados que como éste, colindan con el estado de Guerrero. Carretera es la única ruta para llegar con todo y sus tramos de terracería, los ríos secos y retratos de pobreza mezclada con resignación.

Las cifras oficiales de Sedesol y su consejo de evaluación (Coneval) confirman la situación: esta localidad tiene un grado de marginación muy alto y el 48 por ciento de sus habitantes es analfabeta.

'Acá no hay dinero ¡no hay!'

Sentada en la cocina de adobe Apolinaria Torrealba cuenta que su esposo, Daniel Lázaro, estuvo yendo y viniendo a la Baja durante casi veinte años de los 27 que llevan casados. “Apenas hace cuatro se asentó. Y es que acá no hay dinero ¡no hay! por eso tiene que salir”. 

Los primeros dos años le acompañó y dejó los hijos al cuidado de su suegra; después prefirió quedarse en casa, esperándolo en cada ausencia que duraba de marzo a octubre.

“Me levantaba temprano a hacer tortilla, luego me iba al campo y allá comía mis tortillas con agua. Al regresar comía tortillas con los hijos y a luego a dormir. Y así ora y mañana, ora y mañana”. No lo lloraba aunque sí lo extrañaba. “Es como un bandono (sic), ellos nos dicen qué día van a llamar y entonces regresan”.

No es ilógico que su marido prefiera sembrar y recolectar en la Baja, que hacerlo en su tierra pese a que tiene milpa y yunta. Lo hace por dinero y porque allá la cosecha es segura; en su pueblo no.

 “A veces se da, a veces se echa a perder, otras pasa el viento y la tumba. Otras no se da nada”, enlista. Por eso cuando consigue trabajo en comunidades aledañas (sea como ayudante de plomero, recolector o vendedor de cocos) gana cien pesos por día, si bien le va y cuando se puede. Pero esta suerte ocurre en promedio cinco días al mes; el resto no tiene nada.

Entonces decide irse a la Baja para ganar más dinero, sabiendo que tendrá trabajo todo el mes aunque solo gane 200 pesos diarios (un aproximado de seis mil pesos mensuales). Y debe hacerlo por su propio pie pues en Guadalupe Nundaca no hay contratista o enganchador que lleve jornaleros a los campos agrícolas del norte. 

Primero baja a San Sebastián Tecomaxtlahuaca y allí aborda el camión que lo llevará al municipio de Santiago Juxtlahuaca. Con mil 500 pesos que pidió prestados, comprará un boleto de autobús que lo llevará hasta la Baja tras dos días de viaje o más, según las dificultades del camino.

El trabajo de campo, narra, implica sufrir por las largas jornadas y condiciones de vida. Ganaba cinco pesos por cada caja que llenó con calabaza, brócoli, cilantro, rábano o cebolla. 

Comió tortillas y anímicamente se sentía preocupado por haber dejado a su familia. 

“A veces hace calor, frío o lluvia y así mojado tienes que presentarte al trabajo. Si te enfermas, hay que buscar dónde curarse”. Por eso se fue solo y no como otros jornaleros, que se llevaron mujer e hijos y dejaron la casa encargada al vecino. O bien, cerrada con candado.   

'Es difícil vivir aquí'

Los 800 habitantes de Guadalupe Nundaca sobreviven de la precaria agricultura y los animales de autoconsumo. Borregos, chivos, guajolotes, pollos y ocasionalmente, alguna vaca. 

El pueblo es silencioso porque padres e hijos trabajan en la milpa. Pero si las mujeres solas esperan al padre o esposo, entonces se emplean como recolectoras en un campo de fresa que se ubica a las orillas. 

Juanita Vázquez tiene trabajo allí un día por semana y mientras llena un cesto con frutos rojos, lamenta “en este pueblo no hay gente, no hay nada. Es difícil vivir aquí porque estamos solos”.

Uno, es el número clave en este lugar ya sea porque no hay recursos o porque al ser tan pocos habitantes, no necesitan más. 

Por ejemplo, tienen una sola escuela que funciona como primaria y secundaria. Un solo jardín de preescolar. Un centro de salud sin médico. Una iglesia sin cura. Una pequeña tienda Diconsa. Una oficina para el agente municipal que en realidad es un cuarto semi vacío con mesa, silla, computadora, impresora y librero con documentos precisos de quiénes son exactamente esos 800 habitantes que hasta hace unos años, fueron más de mil.

Tienen energía eléctrica, algunas banquetas, casas de tabique y adobe. Pero no hay drenaje por lo que el 90 por ciento de las familias usan letrina. La leña es el principal combustible. No hay señal de celular ni electrodomésticos por lo que quienes tienen carne tras el sacrificio de algún animal, deben colgarla al sol para que seque y se conserve.

Sentada junto a su esposo, Apolinaria sabe que aquí el destino es previsible. 

“Si una no tiene marido es muy difícil. Sin esposo no tenemos, no podemos vivir bien”. Al lado de ambos está el hijo menor, Esteban, quien apenas aprende a leer en preescolar. “Una mujer sola, aunque madre soltera, pues no va a jallar (sic) porque el dinero está difícil”, vaticina.

Por eso todo lo anterior, ninguna de ellas objeta que sus hombres migren a los campos agrícolas de la Baja. Si se va toda la familia, difícilmente regresarán. Si no, sabido es que ellos volverán a finales de año para la celebración anual de la Virgen de Guadalupe y las fiestas de Navidad.

Pacientemente Daniel Lázaro espera concluir su año de agente municipal para poder regresar al Norte.

“Son muchas las necesidades y si no tengo nada aquí, pues me tengo que ir para allá”. Tiene razones de peso para hacerlo: los zapatos de Esteban están viejos y no tardan en romperse.

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