Los gritos de un niño se convirtieron en la señal de la muerte

Esos fueron los gritos de un niño que ocasionaron que los pobladores de San Andrés lincharan a unos policías que mataron a un supuesto talamontes.

|
Pobladores, rumbo al encuentro donde ocurrió la agresión. (Héctor Téllez/Milenio)
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Víctor Hugo Michel/Milenio
SAN ANDRÉS TLALAMAC, Edomex.- La fuenteovejuna comenzó con un niño como portador de malas noticias. Eran las 11:30 de la mañana cuando bajó corriendo del cerro pelón que domina el valle.

Venía gritando:

-¡Lo mataron, lo mataron los policías!

Como suele suceder en todos los casos de levantamiento pueblerino, alguien subió al campanario y tañó las campanas de la iglesia en señal de alarma. 

Es un recurso casi antediluviano que aparentemente no ha cambiado ni caído en desuso, aún en la época de las redes sociales y los celulares. Si hay campana, hay algo.

En San Andrés Tlalamac, una triste y húmeda mancha de concreto enclavada en el bosque alpino a las faldas del Popocatépetl, sólo hay dos toques: el que llama a misa y el que avisaría de una explosión del volcán. Es decir, uno reservado para asuntos de extrema urgencia. 

Ese fue el que terminó por atraer a una turba, que inicialmente se congregó para hacer frente a lo que se pensaba era una emergencia, y que al recibir detalles de la historia de boca del niño escaló la montaña en busca de los homicidas (la historia también ha probado que en el México rural parece no haber escasez de hombres que al calor del momento deciden unirse a una muchedumbre enardecida).

Para cuando los pobladores regresaron poco después del mediodía, ya tenían en sus manos a cinco policías mexiquenses golpeados, sus uniformes raídos y ensangrentados.

"¡Se los va a cargar a todos!", rugió uno, malherido de un golpe en la cabeza. Junto con sus compañeros, estaba sentado en el porche del edificio de la delegación local, un feo inmueble administrativo  en donde se despachan los asuntos legales del pueblo.

Según testimonios recabados entre los presentes, el policía comenzó a señalar a los pobladores: "¡a ti te conozco! ¡Y yo sé dónde vives tú! ¡Sé quién eres!"

Al final del día, el que salió cargado y moribundo fue él: como sus cuatro compañeros tuvo que ser literalmente sacado en brazos por un equipo de granaderos que trató fallidamente de rescatarle a eso de las 14:00 horas.

En el pueblo se insiste en que si se asesinó a los agentes es por la llegada e irrupción del cuerpo de granaderos: los locales esperaban negociar y se enardecieron aún más por el uso de gases lacrimógenos justo a las 14:00 horas, cuando decenas de niños salían del escuela, a unos metros de donde se desarrollaba el drama de rehenes.

Está el anverso: la policía sostiene que envió a los granaderos para rescatar a los agentes cuando todas las negociaciones habían fallado y ya se intuía una tragedia similar a la que ocurrió en Iztapalapa hace unos años, cuando la policía capitalina tardó demasiado y dejó que dos federales fueran asesinados por una turba.

La 'otra verdad'

En términos sintéticos, el detonante fue la muerte de Israel Bautista, un hombre de 40 y pico de años, una esposa y tres hijas sobre el que existen en este momento dos versiones: la oficial y la de sus vecinos. Y ambas son clave. Porque cada una pintaría de cuerpo completo a este poblado.

La primera, difundida por la Procuraduría General de justicia del Estado de México, apunta a que se trataba de un talamontes atrapado in fraganti cuando aserraba un árbol junto con varios de sus cómplices, o sea, otros habitantes de San Andrés, por extensión convertido (al menos parcialmente) en un pueblo de leñadores clandestinos.

"Cuando vieron a los policías se silbaron", sostiene el gobierno mexiquense, que aduce el uso de armas de fuego no a un error de protocolo policiaco, sino a que la pistola se disparó durante un forcejeo.

La segunda versión, recopilada entre distintos pobladores de San Andrés, va en sentido contrario. Habla de que Israel simplemente era un campesino que estaba recogiendo leña para echar a andar un horno de basura, un instrumento primitivo con el que por estos lugares se produce carbón para calentar el hogar y combatir la humedad de las lluvias.

A los policías linchados no ayudó el hecho de que Israel fuera una de las personas más populares del pueblo, un personaje al que las autoridades locales describen como de tan fácil de palabra que periódicamente era utilizado como animador de mítines políticos para el PRI, el más reciente en la campaña de Eruviel Avila la gubernatura del Estado.

El caso es que si bien las interpretaciones varían, los resultados son incuestionables: Tres personas están muertas, una veintena se encuentran heridas, una está detenida acusada de homicidio y un pueblo entero se encuentra en pie de batalla ante la aparentemente inevitable incursión con la que el gobierno mexiquense buscaría detener a los responsables del asesinato de sus policías.

Típico de situaciones como ésta, en el pueblo se ha generado una reacción de colectividad ante lo que se percibe como una amenaza externa.

"Aquí no vamos a dejar que entre nadie", advirtió un hombre enfundado en una gorra, una cazadora y lentes oscuros, parte de una muchedumbre que permanecía en las calles frente lugar de linchamiento.

Un pañuelo le cubría el resto del rostro. Como otros jóvenes, se había reunido en torno a las cenizas de una fogata improvisada a unos metros de donde fueron asesinados los policías. Aún eran visibles rastros de sangre en la forma de palmas rojas impresas sobre los muros. "Este pueblo -amenazó- no se va a agachar y nos vamos a morir en la raya".

En el suelo quedaban también los restos de la refriega: un centenar de cartuchos vacíos de gas lacrimógeno yacían esparcidos. Tenían la leyenda "Combined Tactical Systems, Jamestown Pennsylvania" en sus dorsos.

Lo más leído

skeleton





skeleton