Crónicas urbanas: San Martín de los indigentes

Martín Pérez Montañés les ofrece consejos, los orienta, los regaña, los cuida; eso y más hace por las personas en situación de calle.

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Martín apoya a todos los indigentes a reintegrarse con su familia sino ayudarlos en lo que necesiten. (Archivo/SIPSE)
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Humberto Ríos Navarrete/Milenio
MÉXICO,D.F.- El hombre conoce bien a las personas sin hogar que deambulan o acampan en la delegación Cuauhtémoc, donde hay más de mil. Es común que algunos estén en su oficina o le hablen por teléfono,  ya sea para pedirle ayuda o solucione o medie en un conflicto callejero. Una de sus misiones es buscar a sus familias.

Y allá va.

Es Martín Pérez Montañés. Tiene 38 años de andar y desandar calles de la Ciudad de México. Ha visto desarrollarse y morir a jóvenes y adultos; y ha salvado del abismo a otros; y ellos, algunos oriundos  de la metrópoli y otros de diferentes partes del país, se lo agradecen. Lo conocen bien. Lo saludan con reverencia.

—Martín…

—Qué pasa.

Y plantean sus problemas.

—Martín.

—Dime.

Hay  dos mujeres preñadas, de 10 que lo están, jóvenes todas, quienes se mueven lentas, desnutridas, somnolientas, igual que sus compañeros, quienes permanecen entre puñados de moscas que revolotean donde ellos cohabitan y se apeñuscan y bromean. Un olorcillo agrio se expande.

—Martín…

—Sí.

—Me dijo el doctor que tomara ácido fólico.

—Déjame conseguirlo.

—La enfermera me dijo que me iba a hacer la prueba del embarazo, Martín —añade la joven, pasos de zombi.

—Soy el papá de todos —dice Martín.

Y entre ellos, aunque parezca raro, están los que, bien aseados, venden dulces y otras chucherías, o son boxeadores, o realizan artesanías finas; son los menos, muy poco; los demás limpian parabrisas, viven de la caridad o, intoxicados, comercian productos de muy baja calidad.

—¿Toda la banda quiere cecina?

La pregunta se oye en un rincón de la improvisada covacha de plástico y cartón, en la explanada del mural La epopeya de los sismos, sobre Paseo de la Reforma, donde conviven entre 150 y 200 de ellos.

—Aquí tenemos hasta chef —dice Martín Pérez.

***

Martín Pérez Montañés tiene cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres,  y tres nietos. Todos conocen lo que él hace y a veces lo acompañen.

Su nieto Joshua Gael, de tres años, por ejemplo, juega con hijos de personas en situación de calle, a quienes regala dulces, galletas, ropa.

—¿Por qué, Martín?

—Para que vean que hay personas que necesitan muchas cosas. Por ejemplo, mi hija Wendy Araceli, que va a la secundaria, les habla a sus compañeros sobre las personas en situación de calle. Ella quiere estudiar psicología y atender a los niños. Yo le dije que mejor trabajo social, pero me dijo que no.

Su hijo Ángel trabaja con él. Estudia derecho, pues “le llama mucho la atención la muerte de los chicos, sin luego saberse a fondo las causas”, explica Martín.

El pasado 19 de mayo, recuerda Martín, mataron a un chico, El Bokú, de 25 años, entre las calles de Ricardo Flores Magón y Lázaro Cárdenas. “Le dieron un balazo en el pecho y le salió en la espalda”.

Dicen que era limpiaparabrisas. Después se sabría que le disparó un policía federal porque, según declaró, supuestamente lo quería asaltar.

En esos casos, explica Martín, él consigue el ataúd y realiza los trámites ante el Instituto Médico Forense, para después sepultarlo en el panteón San Isidro.

“Yo me reúno con toda la banda y se cooperan para darle sepultura; o sea, pagar la fosa y la carroza”. Explica que hay tres tipos de población de la calle:

“El mugroso, los que se drogan —con piedra, coca, inhalantes y cocodrilo— y los escuadrones de la muerte, quienes tienen casa pero prefieren la calle con su garrafa de Tonaya —marca de aguardiente—, que cuesta 10 pesos”.

***

El cargo de Martín Pérez Montañés es de Atención a Población en Situación de Calle de la delegación Cuauhtémoc.

—¿Cuál es tu función?

—Tratar de integrarlos a la sociedad, apoyarlos con escuela, con médico, que tengan terapias, que estén bien, porque la verdad siempre han sido personas invisibles. Ellos vienen de violencia entre la familia, problemas con los padrastros. De lo que están escasos es de cariño y hay que dárselos.

—¿Y qué tanto funciona ese programa?

—Pues creo que sí funciona bastante bien, porque, que recuerde,  he reintegrado como a 550 personas con su familia. El hecho es saber trabajar con los chicos.

—¿Te ven como un papá?

—Efectivamente, porque cuando están malos van y me solicitan que quieren médico; si requieren de algún medicamento, lo mismo; si necesitan de apoyo para que los mande a algún lugar porque se quieren recuperar de las drogas, también me buscan; algún problema que tienen entre ellos,  también…

—¿Qué le dirías a la demás gente sobre ellos?

—Que no debemos juzgarlos por su cara,   por su vestimenta, porque son chicos de calle; la gente ignora que son las personas más nobles que pueden existir; lógico, si los agreden, ellos también agreden.

—¿Por qué ese interés de convivir, de rescatar, de estar con ellos?

—Porque a final de cuentas son humanos como nosotros y requieren de cariño, y mi idea es demostrarle a la sociedad que son chicos que sí se pueden integrar.

—¿Qué tipo de enfermedades son las más recurrentes en ellos?

—Estomacales, infección en la piel; además, el problema de tanto inhalante les afecta los riñones.

Martín tiene una hora de entrada, siete de la mañana, pero no de salida, pues los problemas pueden prolongarse hasta la madrugada y entonces él estará ahí, con los muchachos, varios de los cuales traen su número telefónico.

—¿Y qué dicen cuando los regañas?

—Cuando les llamó la atención no me dicen nada; al contrario, agachan la cabeza, escuchan y luego ellos mismos me prometen, sabes qué, me voy a portar bien, o muchas ocasiones se les dice, sabes qué, ya, mira, ya estás muy mal, aguántate tantito, ya bájale a eso, y me dicen, sí, ya le vamos a bajar.

Aquí está Víctor Manuel Alfaro Quintero, de 36 años, quien a los siete huyó de su casa y a los 10 conoció a Martín; acaba de salir de “un anexo”, donde estuvo 10 días. Es de la colonia Guerrero. “Soy la oveja negra de la familia”, dice y sonríe.

Piel blanca, fornido, con un discreto tatuaje en el brazo izquierdo. Después de mucho tiempo de no drogarse con activo, admite, reincidió y estuvo mes y medio internado y logró desintoxicarse.

“Lo primero que afecta son las piernas y los riñones”, describe los efectos de la droga. “Hace 10 días temblaba, pero ya me siento tranquilo”.

Practica boxeo y es payasito.  “Diversión para sus fiestas”, dice la tarjeta de presentación de Cuadrín Cuadrado de la Cuadra, su nombre artístico.

“Aquí no se le discrimina a nadie; todos somos iguales”, advierte. “No me gusta que humillen a la banda”.

—¿Qué significa Martín para ti?

—Es como si fuera un padre, porque nos apoya, nos da consejos, nos ayuda cuando estamos enfermos, cuando necesitamos el apoyo de algo…

Y allá va Martín Pérez Montañés, un hombre que también pudiera llamarse San Martín de los homeless o Martín y sus hijos de la calle, pues por estos rumbos son muchos quienes lo ven como el padre que quisieran tener.

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