Policía juvenil, segunda oportunidad para chavos 'problemáticos'

Reciben un entrenamiento que los aleja de los vicios y del crimen, además de que les enseña a respetar a la autoridad.

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La mayoría de los jóvenes son enviados por sus padres o maestros, que no saben como encauzarlos. (Milenio)
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Érika Flores/Milenio
TIJUANA, Baja California.- Para muchos adolescentes tijuanenses, pertenecer a la policía juvenil significa tener una segunda oportunidad en la vida.

La mayoría de ellos son enviados por sus padres o maestros, acusados de manifestar problemas de conducta que no sabían cómo encausar.

Miguel Ángel Brito ingresó a los 16 años condicionado por su escuela secundaria. “Tenía muchos problemas, pero aquí encontré un estilo único de familiarizarte con las demás personas que no se ríen de lo que estás haciendo”, dice con sinceridad.

La agrupación ofrece a estos jóvenes un listado de alternativas formativas, como defensa personal, taekwondo, rapel, primeros auxilios, formación militar, enseñanzas acrobáticas y clases teóricas, que buscan fomentar la cultura de la legalidad y el respeto a la autoridad.

“Me han enseñado que no están formando policías, sino excelentes ciudadanos”, refiere Brito, quien además de aspirar a ser abogado, muere de ganas por ser rapero.

Los primeros integrantes de la Policía Juvenil (en 1960) fueron niños de cuarto, quinto y sexto de primaria, cuya responsabilidad era apoyar la salida de sus compañeros de las escuelas y, por ende, a la policía de tránsito.

Cincuenta y tres años después (cinco de los cuales estuvieron marcados por el auge de la violencia generada por el narco), este grupo de niños y adolescentes de entre 7 y 18 años viste con botas militares, uniforme color marino y se encuentra en la explanada de un deportivo local siguiendo las instrucciones de su titular, Ricardo Acosta, quien ordena con disciplina:

—¡Atención, cadetes! ¿Quiénes somos?

—¡Policía juvenil! —responden a coro y en voz alta.

—¿Cuál es nuestro lema?

—¡Honor, lealtad y disciplina!

“Como policías hemos visto que hubo un incremento en los hechos delictivos que involucran a jóvenes y nuestra misión es apoyarlos con entrenamiento para alejarlos de los vicios a mayor escala, como son el pandillerismo y grafiti”, dice Acosta.

Tienen acceso a defensa personal, taekwondo, rapel, primeros auxilios, formación militar, enseñanzas acrobáticas y clases teóricas

Los primeros en palpar los resultados del entrenamiento sabatino que reciben son justamente sus padres, quienes reportan a Acosta todo indicio de evolución y transformación, el cual se mide en obediencia, apoyo en actividades domésticas y respeto a las autoridades en las calle. Si no hay cambio alguno, debe ser reportado inmediatamente para hablar con el alumno y tomar las medidas.

Acosta, quien además se desempeña como subjefe de prevención del delito, explica que una parte medular del programa se basa precisamente en la cercanía con los padres de familia, “que sepan que pueden confiar en nosotros, pues les estamos pidiendo una segunda oportunidad para que crean en nuestra institución”.

“Además, hablamos con las escuelas para que en vez de expulsar a los muchachos de los planteles los manden con nosotros, para entonces trabajar con ellos y que les den una segunda oportunidad. ¡A los jóvenes hay que tenerles fe!, ¡darles opciones, que los saquen de los actos negativos!”, dice en referencia a los grupos delictivos que enrolan jóvenes.

Vanessa, a sus 12 años, se ve curiosa con esas botas masculinas que contrastan con su cabello recogido en dos coletas. “Me siento orgullosa de mí, me enseñan disciplina, honor, lealtad; en mi escuela tengo más respeto por mis maestros y compañeros, pongo más atención en lo que me dicen y hago mis deberes”.

Ella no lo dice, pero pertenece al grupo de chicas que gritan enloquecidas cuando sus compañeros mayores (los más guapos y atractivos) hacen alguna acrobacia, como brincar un aro en llamas o un popular salto llamado el “Cristo”. Y eso motiva a los jóvenes a esforzarse más ante el “aplausómetro” de sus fans.

Pero no todos los integrantes de la Policía Juvenil son mal portados, al menos no los tres hijos de Maribel Navarro, quien llevó ahí a sus pequeños de 6, 8 y 9 años.

Su esposo, policía de profesión, les explicó a sus hijos de qué trataba y ellos acudieron por motivación propia. “Para ellos es recreativo y están aprendiendo valores”, explica.

La receta parece fácil. “Tomarlos en cuenta y escucharlos en serio. Muchos vienen de familias disfuncionales, violencia doméstica, trabajamos con comunidades alejadas cuya única opción para los jóvenes es ser grafiteros o juntarse con los pandilleros. Nuestro enfoque es trabajar con ellos para forjar excelentes ciudadanos”, explica Acosta.

Por razones obvias, después de pertenecer a la Policía Juvenil, las aspiraciones de sus integrantes son claras. “Tengo la idea de meterme en la policía estatal, pero si no se puede, meterme a la municipal o seguir una carrera en la universidad”, señala Oliver, de 17 años. José Alberto, natural a sus 15 años, también ya eligió: “Me gustaría ser policía federal”.

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