Crónica: "Por tus papás no te apures que nosotros los cuidaremos"

Luego de la explosión del pasado jueves en el edificio B2 de la Torre de Pemex, , los trabajadores regresan a sus labores y recuerdan a las víctimas.

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Por una falsa alarma, ayer hubo un desalojo. (Notimex)
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Humberto Ríos/Milenio
MÉXICO, D.F.- Tristeza, confusión, recelo, silencios, ofrendas, solidaridad e histeria y una falsa alarma provocada por un supuesto olor a gas, cuyo rumor se riega como pólvora en los pasillos y provoca el desalojo parcial, disciplinado, pero sin fundamento, y los gritos de un hijo que, desesperado, sacude a su madre y le grita:

—¡Ya, mamá, ya!

Eso y más se observa durante la reanudación de labores en las oficinas centrales de Pemex, cuyo cerco metálico sirve para que dolientes coloquen ramos de flores, fotografías y cientos de veladoras, acompañados de mensajes manuscritos en recuerdo de los fallecidos en la explosión del pasado jueves. Hay trabajadores que intentan mostrar firmeza, pero es difícil ocultar su talante de tristeza.

En los muros que rodean el conjunto de edificios también proliferan letreros que ofrecen “atención sicológica” en la Unidad Médica, Centro Administrativo, puerta 22, frente al cual se intenta preguntar su sentir a una mujer con uniforme beige, pero ella ataja: “Yo soy una trabajadora a la que se le hace tarde para entrar”.

Sobre las banquetas de la calle Bahía de San Hipólito se concentra el mayor número de personas que van, vienen, salen y entran por las diversas puertas, o simplemente aguardan. La misma mujer de pantalón y camisola beige se detiene en un puesto y compra varios prendedores para fajarse la pretina. “Yo no puedo decir nada, yo no puedo decir qué hay adentro”, dice, con enfado.

—¿Y lo que sucedió?

—Es una tragedia nacional. Había gente que ni siquiera debía estar ahí. Gente que venía a buscar trabajo.

Y más flores y altares improvisados en la banqueta de Bahía de San Hipólito. Sobresale uno entre tantos letreros: “Enrique Marín, gracias por tu amistad. Gran desempeño y el apoyo incondicional y humanitario que nos brindaste. Ahora que estás cerca de Dios ruega por nosotros. Tus amigos”.

Y enseguida hay otro: “Agradecimiento y reconocimiento para todos nuestros compañeros que están ya gozando de la compañía de Dios. Los recordaremos con cariño. Descansen en paz”.

Apenas es posible leer un manuscrito depositado cuidadosamente entre crisantemos y violetas: “A la memoria de personas que como nosotros se levantan en la mañana a trabajar y que lamentablemente no regresan a su hogar: OEPD”.

El aire mueve las flamas de las veladoras, que a su vez despiden un olor a parafina. Globos y fotografías cuelgan de los muros metálicos. “En memoria de mis hermanos petroleros, con amor. Vero”.

Se lee en otro letrero: “¡Pedrito Hernández Guadarrama, que Dios te acompañe en tu camino. Te amamos. Tu familia”. Uno más a la par: “Fuiste la mejor tía, hija, hermana. En realidad, una persona muy noble, sencilla y alegre. Por tus papás no te preocupes que todos los cuidaremos…”

Una mujer llega y deposita un ramo de flores y se va. Prefiere no hablar. En un globo escribieron un nombre: “Eva Melchor Tavira”. Un letrero anuncia: “Centro de Atención para los que sufrieron sensibles pérdidas de algún familiar”.

En la puerta número 15, ubicada sobre Bahía de Ballenas, solo permiten la entrada a camarógrafos. Sus colegas, los fotógrafos, se alteran y mientan madres, pero nada resuelven. Por la puerta número 8, mil 700 trabajadores sacan sus pertenencias de sus oficinas ubicadas en los edificios B1 y B2, éste también dañado por las explosiones. Salen con cajas. La mayoría trae sus plantitas entre brazos.

Personas que se dedican a vender sobre esa calle esta vez ayudan a repartir alimentos gratuitos, adquiridos por la estatal. Por aquí está María Guadalupe Castillo, de 57 años y 28 de antigüedad en la paraestatal. Trabajaba en el piso 12 del edificio B1, cuyos cristales quedaron dañados. “Alcanzamos a bajar por el elevador”, dice, mientras recuerda a compañeros que murieron en el edificio vecino.

Son las 14:20. Es la hora en que hablan del supuesto olor a gas y entonces mucha gente sale por la puerta número 22, donde la señora María de la Luz Pacheco se desmaya.

Y Gloria García, madre de Daniel, quien falleció en la explosión, aguanta el llanto y le habla a su otro hijo, Isaac, quien aparece más tarde y lo abraza. “¡Hijo, ya no te vayas!” Después se sabrá que lo del “olor a gas” fue una falsa alarma. Era una bolsa con alimentos rancios. Más tarde lo aclararían en un tuit.

El daño ya estaba hecho.

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