Reforma Energética entre el festejo y el reproche

Adentro, aplausos y abrazos de políticos y empresarios; afuera, gritos de “¡traidores!” y ¡“sinvergüenzas”! contra los asistentes.

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El presidente Enrique Peña Nieto, tras promulgar las 21 leyes secundarias de la Reforma Energética. (Notimex)
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Juan Pablo Becerra-Acosta M./Milenio
MÉXICO, D.F.- Ahí, justo en el lugar en el que hace 76 años, cuatro meses y 24 días, el viernes 18 de marzo de 1938, a las 22 horas, el general Lázaro Cárdenas decidía expropiar el petróleo; ahí mismo, en Palacio Nacional, este lunes, a las 12:13 horas, el presidente Enrique Peña Nieto promulgaba las leyes secundarias de la llamada Reforma Energética, gracias a las cuales el Estado mexicano permite de nuevo la inversión privada —nacional y extranjera— en la exploración y explotación petroleras. Y en ese momento, ya firmadas las promulgaciones de las nuevas legislaciones, estallaban estruendosos aplausos petroleros de las relucientes y festivas élites de las clases política, empresarial y sindical.

Y cómo no: para ellos, para los políticos, gobernantes, empresarios y sindicalistas de que se daban cita en el Patio de Honor de la sede del Poder Ejecutivo, este era un día tan histórico como el de aquella expropiación.

“Nueva era. Histórica plataforma. Momento simbólico y trascendente”, decía el orgulloso Presidente, a quien le habían aplaudido durante un minuto cuando bajaba por la alfombra roja de la escalinata que conduce hasta el lugar, proveniente del ala sur del edificio, de la Galería de los Presidentes.

“El 11 de agosto será destacado en la historia. Es la reforma de más hondura desde 1917”, aseguraba el eufórico líder del PRI, César Camacho.

“Reforma paradigmática, la mejor en 75 años. Victoria de México. Hazaña. Felicidades a todos los mexicanos”, apuntaba un gozoso Gustavo Madero, líder del PAN.

Unos 200 inconformes fueron detenidos por vallas, pero eso no evito que gritaran contra los invitados al evento de la promulgación de la leyes secundarias 

“Enhorabuena”, sellaba el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, después de esbozar el México de bonanza que se nos viene gracias a la reforma, según decía.

“Es la reforma más trascendente de las últimas décadas”, afirmaba el secretario de Energía, Pedro Joaquín Coldwell.

Pura historia, pues. Pero desde antes de los discursos todo ya era felicidad. En medio del silencio que predominaba por la expectación de lo que ocurriría minutos después, el eco del Patio de Honor hacía retumbar desmesuradamente las incesantes palmadas que se daban unos a otros políticos, funcionarios, gobernantes, empresarios, todos poseedores de enormes, inocultables sonrisas, y dueños de sonoras carcajadas. Nunca como hoy se habían abrazado tan efusivamente en público. ¡Taz-taz-taz-taz!, rebotaba sonoramente una y otra vez el ruido de las cuatro palmadas de rigor que se concedían los unos y los otros. Uso y costumbres del régimen. Ágape petrolero. Hasta unos señores que dizque eran de izquierda participaban en el concierto de plácemes: los gobernadores de Guerrero, Ángel Aguirre; de Oaxaca, Gabino Cué; y de Sinaloa, Mario López Valdés, Malova. Y una dama también: Rosario Robles, quien alguna vez fue subordinada… del hijo del general, de Cuauhtémoc Cárdenas.

—¿Están muy contentos?

—Sí, es muy buena reforma —sonreía uno de los más poderosos hombres de dinero, don Claudio X. González.

—¿Satisfechos?

—Sí, muy optimistas —no dejaba de sonreír mientras abandonaba Palacio. De forma parecida respondía Juan Pablo Castañón, presidente de la patronal y empresarial Coparmex.

—¿Listos para invertir?

—Sí, hay muchos campos, como la exploración, donde habrá muchas empresas interesadas en participar —respondía con mirada de felicidad.

“Salivan ya”, comentaba una sarcástica mujer al aludir a los empresarios. Ya se iban todos, los hombres y mujeres elegantes, la élite de los nuevos petroleros, ya iban dejando atrás el Patio de Honor, pero uno de ellos, cincuentón, antes de irse levantaba un brazo y con su mano derecha apuntaba hacia la Galería de los Presidentes, hacia los cuadros de todos los mandatarios mexicanos: “Ahí, a la izquierda, al fondo. Mira, Lázaro Cárdenas”, le dirigía una sonrisa cómplice a su dama acompañante, mujer impecablemente vestida.

Sí, parecía que el general miraba hacia abajo, como si observara todo lo que ocurría en el patio. Pero no, solo era la pintura de un ex presidente, hoy más muerto que nunca.

Los que sí estaban vivos y mentaban madres eran unos 200 inconformes que, detenidos por vallas, soltaron todos los improperios que pudieron a la salida de los invitados y ante el avance de sus lujosas camionetas: “¡Sinvergüenzas! ¡Traidores! ¡Vende patrias! ¡Lambiscones! ¡Se creen mucho!”. Pero nada, nada pasaba: los hombres y mujeres del poder, los nuevos petroleros, ya se iban, quizá para seguirse abrazando y palmeando sonoramente en las siguientes horas. Y días. Y años…

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