Reviven el Día del Presidente

Políticos, empresarios, lìderes.. la aristocracia del poder acudió al acto inédito; los priistas lucieron emocionados.

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Además del gabinete y gobernadores, hubo 850 invitados especiales. (Milenio)
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Juan Pablo Becerra/Milenio
MÉXICO, D.F.- Palmas. Había constantes palmas batientes de nuevo. Como antaño, cuando los infalibles y marmóreos señores presidentes de la República surgidos del PRI usufrutuaban su día: el Día del Presidente. El día del Informe Presidencial. Así, con mayúsculas tricolores…

A las diez en punto el hombre ataviado con un traje oscuro, corbata gris y la tricolor banda presidencial cruzada al pecho caminaba presuroso por los andadores de Los Pinos. Iba platicando con Erwin Lino Zarate, su secretario particular. A las 10:02 entraba a una enorme carpa levantada al lado de una explanada con jardines donde se yergue una estatua de Francisco I. Madero. Ese era el escenario —un toldo descomunal con paredes de lona— concebido para que diera un mensaje con motivo de su primer Informe de gobierno.

Había sillas negras dispuestas y numeradas para 850 personas. Invitados especiales, les llaman. Eso, sin contar los lugares designados para los gobernadores, para los miembros del gabinete, así como para cientos de periodistas. Era como un gigantesco foro televisivo.

Había tres teleprompters, uno a la izquierda del podio donde el Presidente se paró a hablar, otro a la derecha (ambos transparentes), y uno más al centro (una pantalla muy grande al fondo de la carpa). Había tres lámparas gigantes para que el señor fuera iluminado desde el techo, junto con ocho más de tamaño mediano, y 20 adicionales más pequeñas.

Para alumbrar a los invitados había 43 luminarias, además de 24 dirigidas a los gobernadores y al gabinete. Había siete cámaras de televisión para enfocar al orador, tres de éstas montadas en grúas que flotaban por todo el lugar. En dos pantallas gigantes se proyectaban imágenes y gráficas que se vinculaban con el discurso del hombre del momento. Era como la producción de un impecable programa televisivo. El show business de la nueva política nacional.

La furia en las calles, la rabia del asfalto, ni siquiera se asomó en la carpa del show business, donde asistieron la crema y nata de la política

Un foro político. Había políticos, gobernadores y legisladores de todos los partidos. Había empresarios de apellidos sonoros (Slim), intelectuales (Castañeda, Aguilar Camín), líderes religiosos, directivos de televisoras (Azcárraga Jean). Gente de ayer, gente de hoy. Jóvenes y viejos. La crema de la crema de la política y la economía mexicana.

La aristocracia del poder. En los alrededores se desplegaba un ejército de guardaespaldas y camionetas de lujo de esos seres conocidos como VIP (caballeros de trajes finos y zapatos boleados, damas de vestidos de coctel y tacones altos) que se daban cita en Los Pinos para, por primera vez en la historia de México, escuchar un mensaje de Informe de gobierno pronunciado en ese sitio.

Él, Enrique Peña Nieto, empezaba a hablar, a leer en sus pantallas. Nunca leería algo impreso. Seguía disciplinadamente sus teleprompters. A su espalda, a lo alto, dos cámaras de seguridad empotradas en unas mamparas vigilaban todo lo que ocurría frente al Presidente. Cada movimiento de los invitados.

Los priistas estaban exultantes: era su primer Informe presidencial luego de 12 años de sequía de poder. Y entonces, volvía aquello de antaño: los incontenibles y reverenciales aplausos. No eran de euforia, pero ahí estaban de nuevo. Veinte veces fue interrumpido el “señor Presidente” por sus fieles que palmeaban manos acompasadamente, disciplinadamente. Institucionalmente. 20 veces en una hora exacta de mensaje (de las 10:08 a las 11:08). Un aplauso cada tres minutos, en promedio. Regresaba, se reinstauraba aquel ritual presidencialista de halago a ritmo de palmas batientes, incontinentes.

Terminaba el soliloquio. Peña Nieto saludaba de mano a varios invitados. Hacía un alegre paseíllo de más de 10 minutos. La nueva sede —Los Pinos— para realizar cada año la misa del mensaje presidencial quedaba inaugurada. La furia en las calles, la rabia del asfalto, este 2 de septiembre ni siquiera se asomó por aquí.

La carpa del show business político se quedaba vacía. Y permanecía en la memoria la supresión del antiguo “amén” de la liturgia presidencial priista: el tradicional “¡Viva México!”, vociferado al final de los informes presidenciales, desapareció, fue suprimido por Enrique Peña Nieto… 

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