'Ya, déjalos ir, ¿qué son dos mil pesos?'

Desde hace dos años Yolanda espera el milagro de volver a ver a su esposo, quien fue secuestrado por un grupo armado.

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Yolanda Álvarez Antúnez sostiene una imagen de su esposo, Luis Alberto Castillo, quien fue secuestrado en 2013. (Agencias)
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Agencias
AHUEHUEPAN, Guerrero.- Le prometieron que no le pasaría nada y que después de pagar el rescate vería a su marido. Yolanda Alvarez Antúnez lo creyó. La madre de cinco hijos y abuela de 13 no vio otra opción.

Cerca de las 22:30 horas, ella y su cuñado manejaron hasta un pueblo en la zona montañosa del estado sureño de Guerrero. Dos camionetas llenas de hombres armados les cerraron el paso. Uno se acercó a pie.

"Es usted la del teléfono", le dijo.

Ella también reconoció la voz. Habían hablado por una semana. Ella le dio la bolsa de plástico llena de billetes.

En lugar de significar el regreso de su marido, fue el inicio de tres días de secuestro de Yolanda.

"Deme la mano señora", le pidió el joven. "Démela, no tenga miedo". Su amabilidad contrastaba con la agresividad de los otros. Comenzaron a subir por un pequeño camino que iniciaba en la carretera y subía por un cerro, en medio de la oscuridad.


Yolanda Álvarez Antúnez muestra fotos de su esposo, Luis Alberto Castillo, durante una entrevista en su hogar en Ahuehuepan.

Delante y atrás de ellos iban varios hombres armados que caminaban con cierta seguridad. Obviamente no era la primera vez que pasaban por ahí, pensó Yolanda, de 56 años.

Cuando llegaron al campamento a su cuñado le vendaron los ojos y le amarraron las manos; a ella solo le taparon los ojos. A los dos les ordenaron que se acostaran sobre la tierra y les dieron una cobija.

Le habían dicho que su esposo, Luis Alberto Castillo, "Beto", había escapado y que ella no podría irse hasta que lo recapturaran o él volviera.

El 10 de enero de 2013, hombres armados se llevaron al hombre de 54 años y padre de cinco hijos de la pequeña tienda que tenían sobre la carretera en Ahuehuepan, una pequeña comunidad de cerca de 500 personas, una sola caseta telefónica y prácticamente ninguna señal de celular.

En cuestión de horas llegó la primera llamada a la caseta telefónica. El hombre exigió 500 mil pesos, o casi 40 mil dólares.

Después de una semana, Yolanda solo había reunido una parte. El hombre le dio que les llevara lo que tenía. Y ahora, ella estaba ahí, en un campamento en las montañas de Guerrero, aún sin su marido.

Al paso de las horas la venda de los ojos se le cayó. Vio que en total había 18 hombres armados, la mayoría jóvenes, como de 20 años.

La primera noche, algunos de los jóvenes fumaban marihuana y oyó que algunos aspiraban con una pajilla algo de una olla. Se mostraban entre ellos imágenes de mujeres desnudas en sus celulares y de pronto algunos pelearon.


Yolanda entra a su hogar y tienda enrejada de donde fue secuestrado su esposo hace dos años. 

"Hubo una discusión muy fuerte entre ellos y me dio miedo", recordó Yolanda, una mujer de entonces 53 años. "Miedo de que ya estando drogados fueran a hacerme algo", dijo.

Yolanda tenía su rosario de plata en el bolsillo, pero temía que se lo robaran si lo sacaba. Por eso usó las puntas de sus dedos como misterios de un rosario improvisado y comenzó a rezar en silencio.

"Ellos diciendo tontería y media y yo rezando, yo rezando", dijo.

Los hombres solían hablar de enfrentamientos, de que tenían que cuidarse de la policía, del territorio que decían les pertenecía, de la zona que no debían pasar porque ya era del grupo rival. Decían que ellos eran "La Familia Michoacana", un cartel de las drogas que surgió en el estado vecino de Michoacán.

Hasta entonces, los cárteles de las drogas y la violencia del narcotráfico eran algo lejano para ella. "Nada más se oían rumores de que andaba todo eso mal, que había gente armada", dijo. Luego su marido fue secuestrado y ahora ella estaba ahí, cautiva.

Pronto le preguntaron quién negociaría el rescate de ella. El sábado por la mañana, ella y su cuñado fueron llevados en una camioneta.

"Ya se va a ir señora, parece que ya se va a ir si ya dan el rescate", le dijo uno de los hombres.

Los llevaron a un cruce en una carretera donde estaba un viejo "vocho" blanco, un Volkswagen "escarabajo". Al volante estaba el hijo menor de Yolanda y al lado su sobrino. Llevaban el dinero, aunque solo 100 mil de los 500 mil pesos que pidieron.


Una estatua religiosa adorna el hogar de Yolanda.

Pero los problemas aún no terminaban. El Nico, el hombre que negoció con ella el rescate de su marido, se acercó a ella. "Faltan dos mil pesos", dijo. "¿Quién se queda, usted o los chavos?", preguntó.

En medio de su angustia, otro de los hombres se compadeció e intervino. "Ya, déjalos ir, ¿qué son dos mil pesos? Total, déjalos ir", le dijo.

El Nico pensó un poco. "Ya váyanse", concedió.

Ella todavía se despierta por las mañanas en espera de un milagro, que Beto reaparezca. Pero eso no ha pasado.

A sus 56 años aún lucha para entender lo que pasó, de haber logrado volver a casa tras su secuestro, pero sufrir aún el de su marido. Después de su calvario, Yolanda se volcó hacia su fe.

"Me traté yo misma de revalorizar y evaluarme su podía con esta situación sola. Y sí", dijo. "Yo dije: `tengo que poder con todo esto, porque por algo me pasó' y como nos han hablado dentro de nuestra religión, Dios no nos manda (algo) a los corazones débiles. Cuando es un dolor tan grande el Señor sabe a qué corazones nos lo da, porque son esos que los podemos superar".

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