'Más que comer, lo que quiero es bañarme'

José Ceniceros, de 85 años de edad, llegó con la esperanza de conseguir empleo apalabrado por su hermano, pero al llegar, constató que era una mentira.

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José Ceniceros, agricultor poblano, llegó a Torreón sin saber que tendría que vivir en las calles. (Alberto Robledo Cervantes/Milenio)
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Alberto Robledo Cervantes/Milenio
TORREÓN, Coahuila.- Con todo y sus 85 años (que dicho sea de paso, no aparenta), José Ceniceros Amador viajó mil 113 kilómetros en respuesta a la promesa de su hermano de un mejor trabajo.

Pero ya en Torreón encontró nada. Ahora su techo es el recién escampado cielo de la ciudad, su cama cualquier banqueta y su almohada, una maleta de hombro que cuida con celo.

Consigo trae una maleta y un par de bolsas de plástico, en las que guarda las pertenencias que alcanzó a guardar antes de salir de casa.

Viste camisa blanca notablemente sucia y un pantalón de vestir empolvado, es de tez morena, cabellos blancos, cortos y barba apenas crecida.

José es de Puebla, Puebla, donde se dedicaba a la agricultura. El empleo promesa de su hermano era en el ramo de la carpintería, el cual tenía para José como atractivo, naturalmente, una generosa paga en el oficio.

En Puebla trabajaba en el campo con un primo-hermano, además de que tiene a su familia

"Cuando llegué a buscarlo a su trabajo (a su hermano), me dijo su patrón que había agarrado una borrachera y que hizo un trabajo malo, entonces el patrón le dijo que se fuera".

"Le dijo al patrón que 'cuando venga mi hermano José, decíle (sic), que se vuelva a Puebla, que yo me voy para Zapopan'. Y se fue", contó.

A la ciudad llegó alrededor del 20 de agosto, desde entonces ha tenido que lidiar con el hambre, la sed y la intemperie.

Se queda donde sea que lo agarre el sueño, "saco una cobija, la extiendo y me acuesto" y come cada que la suerte dicta.

La gente, asegura José Ceniceros, lo rehúye. Su facha descuidada de varios días, la ropa sucia, el olor que tiene cualquier persona que en buen tiempo no se baña, emite una mala impresión a los torreonenses que caminal el centro y, como siempre, es más fácil dar la vuelta al problema o recoger a un perro en la esquina.

"Lo que pasa es que no me baño ni nada, no tengo donde, a mi me hace falta el agua, cambiarme de ropa. Mi psicosis es de lo más... me tiene pensativo y todo. Dios es el que ve todo", expresó.

Lo normal para alguien como José sería buscar refugio en un albergue, donde le ayuden cuando menos con lo básico mientras encuentra como regresar a su ciudad, sin embargo, ha ido a todos y la respuesta con la que se ha topado es: abrimos hasta noviembre.

Su facha descuidada de varios días, la ropa sucia y su olor hace que la gente le rehúya 

"Fui al DIF, fui al otro de Cáritas, que son grandes, los mejores que hay aquí. A varios he ido y me dicen 'abrimos hasta noviembre, ayúdese como pueda'. El DIF, que antes daba de comer, dónde dormir, ahora no, quién sabe qué pasó", manifestó.

Por otro lado, dijo no haber tenido problemas con la policía hasta el momento. Si bien cuando lo ven dormir en la calle lo lamparean, lo hacen levantarse y lo revisan, José trae consigo todos sus papeles y lo dejan estar.

Durante la plática con José Ceniceros, reiteró que más allá de su necesidad por comida, agua o techo, estaba la de darse un baño, "con tal de meterme al agua, lo hago aunque esté fría, esté caliente, esté como sea, pero quiero bañarme. Ahí traigo jabón y todo".

Su vida en Puebla es humilde, pero antes de esto nunca había atravesado por una situación que se le pareciera. No obstante dice sentirse a gusto y se ve tranquilo, pese a la adversidad.

"Pero, mano, dormir a la intemperie, aguantar hambre, sed, tengo que pedir agua en cualquier casa. Y ve, ahora que he andado sólo he encontrado amigos, pero amigos de maldad, que me dicen 'vamos a hacer esto, vamos a hacer tal cosa', con decirte que ni bebedor soy, ni fumador, nada de eso tengo. Aquí donde me ves tranquilo, ando así".

Cuando esto sucede, José Ceniceros contó que pareciera ser que tales personas tienen bien medido todo, pues saben a qué casa y a qué hora entrar. Para zafarse, lo que él hace es decirles "deja voy a ver si consigo unos tacos" y se aleja sin decir más.

En Puebla es feliz. Trabaja en el campo con un primo-hermano, tiene a su familia y una economía dentro de lo que cabe estable.

A su hermano, el que le prometió el empleo en Torreón, hace seis años que no lo veía, lo que sí es que la última vez que trató con él no era bebedor ni mucho menos.

"Bebía pero normal, ahora no" y aceptó, pues, que la forma en la que lo "recibió" fue por completo una sorpresa.

Por lo demás, su "nueva vida" en las calles de Torreón, de la que espera salir tan pronto como le sea posible, fue un golpe de mala suerte.

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