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Abajo, de izquierda a derecha, Jorge Canto, Edgardo Pérez, Arturo González, Fabio Martínez y Emilio Larrosa; arrriba, Luis Barrera, Luis Rosado, Esteban León, Alvaro Burgos, Teddy Cerón y Manuel Paredes.(SIPSE.com)
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Martiniano Alcocer/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.-Soy un producto de la Iglesia de Yucatán, sobre todo del pueblo, de Yaxcabá, Dzitás, Tizimín, Santa Ana, de todos los lugares donde me tocó ejercer el ministerio, pero también de su Seminario que ofrece una sólida formación y que ha permitido que este sacerdote que no tiene título académico expedido por Roma llegue a la dignidad de arzobispo, afirma monseñor Fabio Martínez Castilla.

Mi presencia en Angola –agrega el prelado, nacido en Isla Mujeres y formado en Yucatán-, mi trabajo como siervo de la iglesia de Lázaro Cárdenas (donde es hasta hoy obispo), mi próxima presencia en Tuxtla Gutiérrez, todo es una manifestación de la generosidad de la iglesia de Yucatán.

Entrevistado por teléfono, monseñor Martínez Castilla anuncia que, no obstante su cambio de sede, seguirá manteniendo su divisa episcopal: “Semper servus” (Siempre siervo), pero “me propongo ser un obispo menos acelerado y mejor organizado para servir mejor” y también “cuidar más mi salud”.

Atleta de élite en su juventud –como nos recuerda en esta misma página su entrenador de básquetbol, Manuel, “Colorado”, Paredes Lara-, el futuro arzobispo de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas (primer yucateco con esa dignidad eclesiástica), de ascendencia quintanarroense, destaca el valor formativo del deporte: “Nos enseña que no podemos salvarnos solos, que debemos trabajar unidos y por un mismo objetivo, que tanto en la victoria como en la derrota hay que ser grandes”.

¿Cómo interpreta usted el hecho de que sea el primer arzobispo yucateco?

Como una manifestación de la generosidad de la iglesia yucateca. Si bien es cierto que nací en Isla Mujeres y que mi primer agradecimiento es para mi familia que me enseñó los valores de la solidaridad, de la humildad y el servicio y para los Misioneros de Maryknoll que me dieron ejemplo, no dejo de reconocer que fui formado en Yucatán y que esa formación ha permitido que un sacerdote sin títulos académicos expedidos por Roma alcance esta dignidad.
Es un regalo de la iglesia de Yucatán a la iglesia de México y del mundo. Mi paso por el Seminario marcó mi vida, pero también me marcó el servicio al pueblo de Dios en Dzitás, Yaxcabá, Tizimín, Santa Ana y, sobre todo, mi misión en Angola. Lo tomo como una expresión de la grandeza de la Iglesia Universal.

¿Cómo llega este momento a su vida?

Fue una gran sorpresa. No esperaba nada así, pero soy barro en las manos de Dios. Soy un siervo siempre dispuesto a ir donde el Señor crea que hago falta. Así siempre ha sido. Lo tomo con una gran humildad. Voy a Tuxtla Gutiérrez con el mismo ánimo con el que he ido a donde me manda el Señor: ser siempre siervo.

¿Monseñor y el deporte? ¿Qué ha sido para usted, que fue un atleta destacado en su juventud?

Una escuela de humildad, de solidaridad y de trabajo en equipo. En el deporte se persigue un objetivo, la victoria, pero se tiene que hacer con lealtad, con apego a las normas y sin trampas. Mi amigo Manuel, “El Color”, me dio una lección que nunca olvidé cuando nos llevó a Oaxtapec a un torneo de basquet. Uno del equipo se creía estrellita y no se levantaba temprano a entrenar. Manuel lo dejó en la banca a pesar de que era puntal del equipo y así lo hizo entender que tenía que ser solidario.

-En el partido decisivo, contra Guerrero, que si lo ganábamos pasábamos a la final contra el Poli, pecamos de exceso de confianza y eso nos hizo perder. Como castigo, dijimos que iríamos a la plataforma de 10 metros del complejo deportivo y nos tiraríamos al agua. Sólo dos lo hicimos. Esa falta de solidaridad también me enseñó mucho.

-“El Color” fue un maestro para mí –como seguramente para muchos- y le debo buena parte de mi formación. Hemos mantenido una relación de amistad con él y su familia y es de los pocos que hasta hoy no pasan 15 días sin que se comunique conmigo para saludarme y preguntarme cómo estoy. 

Un orgullo para Yucatán

Monseñor Fabio es un triunfador, un orgullo del básquetbol yucateco, una prueba más de que el deporte forma, ayuda a vivir los valores de la solidaridad, del compañerismo y la cooperación, afirma Manuel, “Colorado”, Paredes Lara, legendario entrenador de baloncesto, amigo de hace muchos años del próximo arzobispo de Tuxtla Gutiérrez, Fabio Martínez Castilla.

“El Cólor” (se acentúa aquí para destacar la sílaba tónica), como le dicen sus amigos, es una leyenda del baloncesto nacional. Calcula  que dirigió, de 1964 hasta su retiro hace unos años, 3,084 partidos, de los cuales ganó 2,688y perdió solamente 396. Tiene en su haber 141 campeonatos, 71 de ellos varoniles y 70 femeniles. Su lema: “Todos somos triunfadores”.

“Es una gran alegría para todos los yucatecos que monseñor Fabio haya alcanzado la dignidad de arzobispo”, afirma  “El Color” (sin acentuar la primera o), como le llama Monseñor Martínez Castilla. Don Manuel fue entrenador de la selección Yucatán que en noviembre de 1969, con el prelado como uno de sus puntales, acudió al Prenacional de la Zona Sureste de la Categoría Juvenil C (17-18 años) de Básquetbol, celebrado en Oaxtepec, Morelos.

“Era un jugador muy rápido, vivaracho, que lo mismo se iba al rompimiento que bajaba velozmente a defender. Era un líder y así lo reconocían sus compañeros. Nunca le oí protestar contra una mala decisión arbitral ni ofender a nadie. Eso sí, animaba”, recuerda “El Colorado”, a quien entrevistamos en su casa de la Col. Pensiones.

“Su nombramiento como arzobispo es algo maravilloso”, dice de quien se convertirá en el primer yucateco en alcanzar esa dignidad eclesiástica. “Es una cosa muy grande para Yucatán”.

¿Qué recuerdos tiene del Arzobispo Martínez Castilla?

Recuerdo que vino a verme a la Uady y me dijo que tenía que hacer su servicio militar y quería hacerlo como jugador de básquet. Yo lo había visto jugar, de modo que le dije que sí. Era muy disciplinado, puntual y obediente a las indicaciones. Un ejemplo.

Como jugador era muy rápido, vivaracho, su principal virtud era la capacidad de “entrar “ a la canasta. No tenía muy buen tiro de media, pero abajo era letal.

Cuando fuimos a jugar a Oaxtepec ponía el ejemplo de humildad. Tanto cuando ganamos como cuando perdimos, supo ser humilde. Una vez lo felicité porque había jugado muy bien y me respondió: “Dios me ayudó”.

¿Alguna anécdota de su paso por el deporte?

Estuvo fuera del Seminario un año. Se fue a su natal Isla Mujeres. Cuando regresó después de ese periodo de reflexión, vino a verme y me dijo: “Color, está decidido. Voy a ser sacerdote”.

¿Qué es para usted Monseñor Fabio?

Un amigo antes que nada. Hasta hoy, nos hablamos frecuentemente, inclusive cuando estuvo en Angola. Cuando viene a Mérida siempre me visita. El me “volvió a casar” cuando Hely (Aguilar Solís) y yo cumplimos 40 años de casados.

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