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Son las 2:30 de la mañana del 24 de octubre de 2018, momento en el cual me puedo “dar el lujo” de contestar correos, agradecimientos por el whats y extender mi dedito pulgar, característico de conocida página de redes sociales, con el objeto de agradecer a todos los que se acordaron de un servidor el 23 de octubre, Día del Médico.

A quien crea que pudimos “festejar”, le puedo asegurar que esa imagen dista mucho de la realidad. Los discursos alusivos, sentados en mesas con manteles blancos y comidas que enaltecen el arte culinario de Yucatán, son piezas de museo. La vida agitada y vertiginosa, matizada con las supervisiones, auditorías, saturación de agendas y excesos en servicios de atención continua, llenaron el día.

Los contrastes, la constante, hallando en un extremo la dedicación y esfuerzo por resolver problemas de salud con el afán por servir como dogma imperativo y, por el otro, la impotencia ante la escasez que por momentos hace flaquear la voluntad y entrega del ser humano.

Pero les puedo asegurar que no dejamos de disfrutar y sentirnos orgullosos de ser los herederos del conocimiento científico y responsables de cuerpos y salud de los más de dos millones de residentes en Yucatán y apoyo a los dolientes peregrinos de Campeche y Quintana Roo. La responsabilidad es grande y el reto mayor.

Parece que fue ayer; en el año de 1984, me titulé como médico general. Cuatro años de especialidad, y lo demás es historia, dentro de la cual circunstancialmente acabaron por concatenarse medicina, comunicación y administración pública.

Inicialmente me parecieron eslabones aislados, pero con el devenir de las décadas, se revelaron como puntales que moldearon mi ejercicio profesional.

Todavía recuerdo mis pininos en el coloso sembrado en la Colonia Industrial, la T-1 del IMSS, que también muestra su crecimiento, madurez y robustez, que le dan su magnificente estructura y sus integrantes, que dan vida al puntal del sureste mexicano.

La nostalgia me invade después de más de tres décadas. Empiezo a pensar en la entrega de la estafeta a las nuevas generaciones, que con matices propios serán los arquitectos del futuro que los moradores del Mayab esperan.

Siendo las 3:30 a.m. decido cerrar esta columna, para reposar 4 horas y con nuevo ímpetu, energía, entusiasmo y virtud, empezar a escribir un nuevo día, que espero sea para bien, más allá de la adversidad, para ti que confías en el médico de Yucatán.

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