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Por encima de todo, vivamos el amor.- San Pablo

Las personas tenemos la capacidad de autotrascendernos. Accionamos por la fuerza de nuestra intencionalidad consciente, que nos hace avanzar y trascender, apuntando a lo verdadero: el bien y lo justo. Por una parte, surge de nuestro interior la fuerza de las intenciones conscientes y, por otra, encontramos valores que al vivirlos nos permiten trascendernos. Así nuestra autoimagen se va fortaleciendo, conforme se es coherente, al vivir las diversas situaciones de nuestra vida.

La imagen de uno se forma y se desarrolla desde la infancia y va creciendo en la interacción con los demás. Sin embargo, en la adolescencia, que es una etapa frágil, inestable y de profunda búsqueda personal, es cuando se consolida la noción de sí mismo, cuando cuestionamos nuestra identidad, con el ansia de definirnos. Por esto es que la interacción y la relación entre la identidad personal y la identidad social es muy estrecha y se vive con una fuerte carga afectiva y emocional. De ahí el llamado sentido de pertenencia.

La influencia de figuras claves como el padre, la madre, maestros, asesores, guías espirituales, orientadores, etc. es sumamente importante. Esas personas influyen, con sus valores e ideales, con su presencia o ausencia, con sus conflictos, sus exigencias y ambigüedades, con su bondad o su maldad… por lo que si en estas personas, cargadas de significados afectivos, existe desequilibrio, con su interacción se produce en las y los adolescentes una profunda crisis en su autoestima que se va deteriorando provocando que la persona se sienta derrotada consigo misma; ya no se aprecia, no se quiere ni se valora, precisamente porque aún no ha terminado de consolidar su identidad. Puede llegar a deprimirse por la desilusión causada por aquellos con quienes se ha identificado y ha admirado.

La autoestima se construye día a día mediante la interacción, en el estilo de comunicación interpersonal. Se va formando la imagen y la idea que se tiene de uno mismo: el autoconcepto, del que se deriva la autoestima que llega a ser una “convicción” que se asocia a la propia identidad. Es fácil concluir que las personas somos más felices, productivas y más equilibradas cuando nos evaluamos positivamente. Reconozcamos todo lo valioso que tenemos cada uno de nosotros. Esta convicción nos genera fuerza y energía para actuar cada vez mejor, para lograr metas desafiantes y perseguir nobles ideales. La autoestima nos lleva a la cumbre de la autorrealización. Sin la autoestima es, quizás, imposible vivir.

¡Ánimo! hay que aprender a vivir.

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