En esta ocasión las palabras endulzadas están de más, ya que las acciones considero que son las que en este caso hablan por sí solas, pues lo que para muchos pareciera ser una responsabilidad o una obligación, para otros es uno de los actos de amor más grandes y me refiero a aquellas personas, padres, madres y hermanos que sin importar nada están ahí, echando porras para que no decaigamos, lo cual tiene más valor cuando el hijo atraviesa alguna discapacidad, algún problema de salud o simple y sencillamente está en algún tipo de desventaja.

Esta reflexión viene al recordar la historia de una mujer, que prefiero en esta ocasión dejarla en el anonimato ante su petición; el hecho es que su hijo fue diagnosticado con cáncer, lo cual en un pequeño de un par de años suele ser muy severo, pero eso no detuvo a esta incansable mujer para hacer todo lo humanamente posible, agotar todas las herramientas a su alcance y hasta más allá para que su pequeño siga sonriendo.

Obviamente todo este esfuerzo pasa una factura muy pesada; me confesó que por las noches la angustia ha vencido algunas batallas, sin embargo ella no deja que la vean triste o decaída, por lo contrario, ante el mundo muestra una fortaleza insuperable, algo que sin duda contagia y motiva para continuar y más a su hijo que la considera su más grande superhéroe.

En el fondo pienso que todos creemos lo mismo de nuestros padres, pero pocas veces nos atrevemos a decirles.

En esta ocasión omití el nombre porque esta es una historia que a cualquiera le parecerá conocida; distinta narrativa, lugar y situación, pero la esencia es la misma: el amor incondicional de la familia es responsable de que en este mundo todavía exista un poco de cordura, pero este tipo de actos no se deben limitar a un panorama extremo o algún familiar, podemos extenderlo a cualquiera de quienes nos rodean.