Cuando vivir no es para siempre

En toda vida hay momentos de pérdida, momentos de dolor, de enfermedad o de soledad...

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En toda vida hay momentos de pérdida, momentos de dolor, de enfermedad o de soledad. Algunas personas eligen el sufrimiento como su patrimonio y permiten que las defina o decida su vida o su destino. Otras, como Ana Cecilia González, deciden enfrentar el diagnostico de una enfermedad, desde el momento de su nacimiento, y toman la decisión de morir viviendo, disfrutando al máximo, como ella misma lo narra en su libro "Cuando vivir no es para siempre".

Estas palabras las escribí hace dos años cuando tuve la oportunidad de leer el hermoso libro de Ana Cecilia donde narra su vida y cómo fue enfrentando el ser una niña que sabía que iba a morir y cómo siguió así su vida, con la muerte siguiéndola a cada paso.

Para la mujer que es hoy, es una realidad difícil, pero para la niña que fue, la aceptación era aún más dura. Hoy le llamamos bullyng a todas las burlas que acompañan la vida escolar de los que tienen alguna característica que los hace más débiles o diferentes. Ella a los siete años tuvo que enfrentar la realidad de haber nacido enferma, de no tener fuerza, el ser débil y un poco gris por la falta de oxigeno. Sus padres le enseñaron a vivir sin miedo, a tomar lo que la vida le había dado y hacer de ello una vida feliz.

Nos gusta ver la muerte como algo lejano, pero día a día tenemos que enfrentar pérdidas, dolores, fracasos, experiencias fuertes que nos enfrentan con nuestras limitaciones. Lo importante es seguir adelante, extraer un aprendizaje de cada experiencia y de cada dolor una nueva fuerza que nos permita superarlo, no dejar que el dolor nos defina o no usarlo como muleta para explicar por qué no alcanzamos nuestros sueños.

Hoy, dos años después de leer su libro, tuve la oportunidad de asistir a una de las conferencias que dio esta semana en Mérida. Hoy, además del testimonio de su dolor y el testimonio de haber vivido un episodio cercano a la muerte, pude escuchar una plática llena de esperanza y de motivación para las personas que enfrentan cualquier enfermedad, para aquellos que han tenido una perdida, es decir, para cualquiera de nosotros que tiene que pasar por la frustración de un fracaso, de una despedida o de una enfermedad.

Hoy, al leer y al escuchar a Ana Cecilia, nos contagia con ganas de vivir el momento, de no dejarnos vencer ni permitir que la depresión se apodere de nosotros. Como ella, muchas personas han nacido limitadas, pero absolutamente todos, en el peregrinar de nuestras vidas, hemos sufrido pérdidas, dolor o enfermedad, personas con edad avanzada que ven disminuir sus fuerzas, pero que no deben permitir que disminuya su valor o su entereza. Aprendemos a vivir el dolor de la enfermedad como una circunstancia más que nos tocó vivir, pero que puede ser usado como trampolín a nuevas experiencias, como una nueva manera de encontrarnos y de caminar hacia la felicidad.

A mí no me tocó como a ella vivir una experiencia cercana a la muerte en carne propia, no he visto la luz del amor como ella la vio, pero me ha tocado vivir de cerca la muerte y la enfermedad de un ser querido. Y a través de esto darme cuenta de lo frágiles que somos, que en cualquier momento podemos partir y que por eso debemos de aprovechar el hoy, vivir cada día como si fuera el último, diciendo el amor que sentimos, riendo a carcajadas con quienes amamos y abrazándonos en silencio cuando enfrentamos una pérdida, pero con la tranquilidad de tenernos todavía el uno al otro.

Me da paz cuando Ana Cecilia cuenta cómo clínicamente falleció y mientras los doctores trataban de revivirla ella sólo sentía una gran paz y mucho amor. El que ella dé testimonio de lo vivido nos ayuda a muchos a dejar ir nuestros problemas y a enfrentar la vida con nuestros recursos. Hay que aprender a morir viviendo como dice ella: “Que si la muerte me encuentra, me encuentre desfrutando la vida”.

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