La palabra globalización es de significado muy genérico; es casi todo y a la vez algo difuso y distante, ajeno a la comprensión de la mayoría. La globalización es todo, pero también nada, simple y compleja. Utilizada por los enemigos del mercado para denostar al capitalismo rampante, es, empero, una realidad que flagela, que golpea al ciudadano de “a pie” y que, día a día, suma a las cifras de la pobreza y la desigualdad a miles de personas. Realidad que se ensaña con los más pobres y los clasemedieros, que tienden a desaparecer en las capas más bajas.

Como dice el nobel de economía Joseph Stiglitz: es vital realizar cambios en la globalización; si no se hacen en quienes gobiernan la globalización, en aras de evitar que se sigan generando millones de pobres en todo el mundo, se continuarán produciendo pobreza e inestabilidad.

Uno de los temas que la globalización ha puesto a discusión es el relativo al concepto tradicional de Estado-Nación. Los problemas del hombre globalizado son comunes a todos, van más allá del Estado nacional. No solamente son los medioambientales y climáticos, los hay también en la regulación de las relaciones comerciales.

Enrique Santos Discépolo, compositor argentino, en el tango Cambalache, se refiere a la posmodernidad como forma de vida desde el siglo pasado. Hoy en la segunda década del siglo XXI dicha canción está más vigente que nunca. Se privilegian la subjetividad y la relatividad contra la razón. La razón de hoy es la sinrazón. En aras de la libertad se privilegia la voluntad del sujeto. El mundo al revés.

Otro elemento en la vida posmoderna es el utilitarismo; la moral y la ética han sido superadas por lo económico. Ni siquiera es el homo oeconomicus el que impera en la actualidad; el hombre actual es una rara combinación de todos los “homos” que han existido: el homo globalposmodernus. Este híbrido dominante tiene por característica ser resultado de la aldea global posmoderna.

Según el Diccionario de la Real Academia Española la palabra valor tiene diversas acepciones. Una se refiere al grado de utilidad o aptitud de las cosas para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite. En cuántas ocasiones no privilegiamos la utilidad y la ganancia por encima de otros valores. Queremos sacarle provecho a casi todo, al grado de establecer relaciones en función de intereses económicos. Debemos tener cuidado de no considerar como valores supremos a los económicos por encima de los morales o éticos.