Las culturas prehispánicas concebían que los cerros y montañas guardaban en su interior el agua y el maíz, dos elementos fundamentales para la reproducción material e ideológica de las sociedades.

Por esta razón los cerros han ocupado un lugar preponderante en la cosmovisión de los pueblos indígenas y el complejo mítico ha subsistido hasta el presente. Así lo afirma Alejandra Gámez Espinosa.

Ella estudió el caso de la etnia nigwá o popoloca, ubicada en la región del sur de Puebla y en el territorio norte de Oaxaca. Entre los nigwás de San Marcos Tlacoyalco, el complejo cerro (cerro-maíz, cerro-agua, cerro-ganado, cerro-riqueza) tiene una importancia definida en la mitología y en las prácticas rituales contemporáneas.

Ellos imaginan a los cerros como grandes trojes o graneros que contienen todos esos elementos desde tiempos muy antiguos.

Dentro de las montañas se encuentran las semillas de maíz que salen de las profundidades a través de ciertos túneles. Se dice que los granos van caminando por dichos conductos y llegan hasta las milpas. También se cree que las semillas son sacadas por las hormigas para que los hombres las siembren y puedan alimentarse.

El comportamiento de estos insectos predice cuándo habrá buena o mala cosecha.
Según los habitantes de la región, en las cuevas de cerros se guarda agua en depósitos llamados chentiles, los cuales se llenan con la lluvia. Se cree que una gran serpiente es la que cuida el vital líquido.

Por esta razón, en el Cerro Colorado, cercano a la ciudad de Tehuacán, se efectúan los rituales indispensables de petición de lluvia.

Los cerros contienen y otorgan animales domésticos como toros, vacas, burros, cabras, y demás especies que son fundamentales para el sostenimiento de la vida campesina.

Los popolocas creen que en los cerros existen oro, dinero y otras riquezas custodiadas por seres sobrenaturales, como niños traviesos y seres con figura humana que se convierten en animales y que pueden dañar a la gente (Continuará).